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Perdido en Saigón

jueves, 20 de julio de 2017
Eran las 9 de la mañana y viajaba en un viejo autobús destino Ho Chi Minh, antiguamente conocido como Saigón. Una de las ciudades más grandes de Vietnam. Después de mi estancia en Phuket, había volado a Bangkok solo como puente para poder tomar el bus en el que me encontraba. No planeaba estar mucho tiempo allí ya que el año anterior había pasado 14 días visitando el país de sur a norte, así que aprovecharé para contaros como fue el viaje del año anterior.

El vuelo fue una tortura, más de 12 horas desde Ámsterdam hasta Kuala Lumpur. Cierto es que el pack de entretenimiento del avión hizo más ameno el viaje. Pero aun así son demasiadas horas para ir sentado. Además yo tengo muchas dificultades para dormir en los vuelos, así que las horas se hacen interminables. Ya en el aeropuerto de KL otra larga espera de 5 horas hasta agarrar el siguiente avión. Traté de echar una cabezada, pero me es absolutamente imposible cuando llevo algo de valor encima. Intenté recostarme apoyando la cabeza en la mochila y pasando las dos manos entre una de las hebillas de la funda del portátil, pero todo esfuerzo fue inútil.

Al llegar a Saigón, tenía un cansancio importante acumulado y solo quería llegar lo antes posible al hotel para poder descansar. Sin embargo, no sería tan fácil. Ningún trámite es fácil en Vietnam. Después de esperar más de una hora en la cola de inmigración llegó mi turno. Tras un par de preguntas en un inglés casi ininteligible el funcionario me pregunta cuando tengo pensado volver. Sabiendo que los ciudadanos españoles no necesitábamos visa para estancias menores a 15 días, respondí que mi vuelo era antes de 15 días. Sin embargo, el funcionario parecía no tener idea de ese acuerdo y me dijo que necesitaba visa. Tras varios minutos tratando de explicarle la situación pareció entenderlo, pero me pidió la confirmación del vuelo de vuelta. Faltaban todavía 15 días así que no la llevaba impresa y el wifi del aeropuerto no funcionaba así que con un gesto pareció indicarme que me dirigiera a algún lugar de Perdido en Saigónla parte trasera. Parecía señalar un mostrador lejano cerca de donde trabajaban las chicas de Air Malaysia. Fui caminando despacio y al acercarme me di cuenta que el cándido ademán del funcionario era un simple: “Sálgase usted de la cola de una vez y búsquese la vida”. Gracias a las chicas de Air Malaysia pude sacar la confirmación del billete de vuelta. Tras esperar otra hora más en la cola y rezar dos padrenuestros y un ave maría, el funcionario me selló el pasaporte y logré entrar en el país. “VICTORIA!!”, grité silenciosamente para mis adentros.

Hacía un calor de mil demonios fuera y tras lograr descifrar el proceso para conseguir un taxi en el aeropuerto me puse en marcha. La primera sensación que tuve al subirme al taxi es que el conductor estaba absolutamente loco. Tocaba el claxon como si no hubiera mañana. No exagero si digo que en un cómputo global, estuvo más tiempo tocando el claxon que sin tocarlo. Dejando de lado eso, tomaba las curvas y adelantaba como si estuviera en los coches de choque del barrio. Me esperanzó, no obstante, ver que todo el mundo conducía parecido. Eso me tranquilizó. Había leído historias sobre el tráfico en Vietnam y la cantidad ingente de motos que circulaban por sus calles, no obstante, verlo en persona es otra historia. Por supuesto, el taxista no tenía ni idea de inglés. Al llegar a mi supuesto destino me indicó con un gesto que me bajara. Después de echar un vistazo a los lados, no vi el hostel que había reservado por ningún lado. El conductor me indicó con la mano un lúgubre callejón y de un salto se subió al coche y salió pitando antes de que pudiera articular palabra. Allí estaba yo. Con mis dos mochilas, en medio de una ciudad loca y desconocida y sin saber cómo comunicarme con los demás. Eché mano de una foto que había hecho al google maps el día anterior y pude encontrar el hostel. Después de adentrarme por un mercado callejero y atravesar unos callejones estrechos y angostos aprecié un cartel en rosa con el nombre del hostel. A sus puertas me recibió Thian, un joven vietnamita que apenas sabía comunicarse en inglés pero que fue extremadamente atento y cariñoso. Enseguida rompimos la barrera del lenguaje usando el fútbol, uno de los temas que más me ha ayudado a entablar relaciones con gente que no habla mi idioma. Perdido en SaigónMe encontró un parecido con Bale, el jugador del Real Madrid. Supongo que por el pelo largo atado. Qué se yo…, quizá no pasaban muchos occidentales por allí. Con su ayuda, llevé todas mis pertenencias a la habitación. No os voy a mentir, el cuarto no era ninguna maravilla y el gusano que me encontré en el váter nada más entrar tampoco ayudó, pero era más o menos decente para el precio que había pagado, unos 5 euros por noche, por una habitación particular y en el centro de Saigón. Tenía ganas de dar una vuelta y ver la jungla de cemento, pero el shock del momento y el cansancio hicieron que me tirara en la cama y me cayera rendido rápidamente. Mañana habría tiempo para más.
Fernández, Iván
Fernández, Iván


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