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Plagios

viernes, 17 de marzo de 2017
Me entero, a través de un correo electrónico, de que he sido víctima de un plagio flagrante. Un periodista argentino, que escribe en cierto periódico virtual de cultura, en la ciudad trasandina de Córdoba, ha publicado un artículo-reseña sobre el monumental libro Voluntad, una fuerza que arrastra la vida, del filósofo español Martín López Corredoira, con quien tuve el agrado de compartir inquietudes poéticas y filosóficas, hace cuatro años, en el Congreso organizado en la ciudad de Temuco por el Círculo de Filosofía de la Naturaleza, que preside Miguel Espinoza, filósofo chileno formado en la Universidad Austral de Valdivia. Miguel, radicado hace cuatro décadas en Francia, es un incansable promotor de debates y publicaciones en torno a ese “amor a la sabiduría” -según Cicerón-, que constituye esta rama fundamental del saber y del conocimiento humanos, cada vez más preterida en los programas oficiales de enseñanza, no solo en nuestra aldea del fin del mundo, sino en casi todo el orbe. Fruto, por supuesto, de la hegemonía global del espíritu mercantil y utilitarista.

El escriba de marras arma su artículo con párrafos completos de mi crónica, textuales, sin intervenir ni una coma… Cuando lo leí, a punto estuve de creer que el error estaba en la fotografía, aunque el tipo parece unos años menor que yo (no tan apuesto, si me permiten). Debo confesar que no experimenté, a primera vista, el desagrado de Ignacio Moya Arriagada, director de la Revista de Filosofía, en donde se publicó mi reseña de la obra de López Corredoira. Sentí una especie de halago ante la burda copia… Bueno, si han plagiado a Jung, a Neruda y a García Márquez –me dije-, no es tan malo que lo hagan con mi atildada escritura, ¿no les parece?

En mayo de 1984 apareció en nuestra Casa del Escritor, sede de la ilustre SECH, un joven poeta de negra barba y aspecto desaliñado. Venía del sur, trayendo en sus manos su primer libro de poemas, blandiéndolo como requisito para hacerse socio de nuestro gremio, a la brevedad. Llenó con presteza la solicitud, documento que avalamos el entonces director, Sergio Bueno y este cronista. En mi primera hojeada a la obra del bisoño escritor pude apreciar un estilo muy tradicional, casi anticuado respecto a la manifiesta juventud del poeta, pero bien podía ocurrir, dependiendo de las lecturas y paradigmas del nuevo oficiante de nuestro modesto Parnaso.

Dos meses más tarde, Luis Sánchez Latorre (Filebo), a la sazón presidente de nuestra entidad, convocó de manera urgente a una reunión en pleno del directorio. Había estallado otro escándalo de plagio. El novato linarense, durante su estada de catorce meses en la cárcel de Rancagua, condenado por sus actividades sindicalistas (Pinochet mediante), había recibido en prisión la visita del poeta y escritor, Manuel Francisco Mesa Seco, quien, a solicitud del triste cautivo, le proporcionó libros de su autoría y otros de varios autores, todos de poesía. El poeta en ciernes los devoró, pidiéndole más material lírico. Con este bagaje de versos fue articulando lo que sería su poemario iniciático. El problema fue que transcribió versos textuales, como este: “Como un faro que vence las distancias/ Cargado con los puntos cardinales/ Persigue tu vagar el sueño mío”.

Quedaba claro que no eran composiciones propias de un veinteañero, pero ni Sergio Bueno ni yo lo advertimos a tiempo. El poeta –si es que pudiéramos llamarlo así- fue expulsado de la SECH y nunca más se le vio en los círculos literarios ni bohemios (vienen a ser casi los mismos). Quizá el hombre poseía algún talento lírico, pero la trampa lo desnudó muy rápido y quedó al descubierto su impudicia. Otros han sido más afortunados.

En los albores del año 2000 me fue revelado, en Galicia, un extraño caso de “autoplagio”. Un cronista, contratado a soldada por un periódico, publicaba con éxito, semana a semana, breves textos de comentarios de literatura y cultura en general, recibidos por los lectores con beneplácito, a veces, y con desagrado, otras, como suele ocurrir en el tratamiento de ciertos temas o tópicos, donde hay contrapuestas opiniones. Pero su escritura no dejaba a nadie indiferente.

Cuando llevaba publicados un centenar de artículos, el editor del periódico, lector sagaz y de proverbial memoria, advirtió que algunos párrafos le parecían conocidos, como si ya los hubiese leído. Luego de minuciosas indagaciones en la propia hemeroteca, descubrió que el escriba rearmaba sus crónicas con textos anteriores, pegando párrafos cuya lectura global resultara coherente. No carecía de ingenio aquel timo auto-infligido, pero fraude al fin… Más que un delito de lesa propiedad intelectual se trataba de un acto de onanismo literario, aunque el director no lo estimó así, retirándole la columna.

A menudo los plagios o suplantaciones verbales no resultan tan evidentes, porque hay también especialistas en este hábito, capaces de sustituir términos, palabras, conceptos y frases enteras, conservando el sentido originario, hasta conseguir un estilo nuevo o casi...

Esto se practica, con manifiesta asiduidad, en memorias y tesis de grado de diversas especialidades. También lo hemos visto en la poesía, entre los mejor dotados, a veces.

Ni Neruda escapó a tales sospechas y hay quienes aseguran que plagió a Rabindranath Tagore, acusación indemostrable, puesto que se trata de lenguas muy diferentes y las variadas traducciones dan pábulo a cualquier triquiñuela apropiadora. A Pablo Poeta muchos lo han plagiado, quizá porque su canto deja una huella inmediata, sobre todo en los autores noveles, que muchas veces le imitan casi a la letra, sin aviesa intención plagiaria, como le ocurriera al mismísimo Ignacio Valente (José Miguel Ibáñez Langlois), cuando era alumno de Roque Esteban Scarpa. También a De Rokha lo han plagiado… Afirmo que es imposible plagiar a Gabriela Mistral: es demasiado única.

Este rastrero vicio entre escribas es muy antiguo. Así lo deja de manifiesto un sesudo miembro de la Real Academia Española, en edición del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de hace doscientos años (la autoría no está precisada en el original):

“Los plagios poéticos, tan comunes en tiempo de Cervantes, tampoco pudieron escapar de su juicio crítico, pues hizo que Don Quijote preguntase al mozo, que junto al túmulo de Altisidora había cantado (un madrigal compuesto por él): ¿qué tenían que ver las estancias de Garcilaso con la muerte de aquella señora? A lo que el mozo solo pudo responder, que esos robos estaban muy en costumbre entre los intonsos1 poetas”.

Amigo lector, te digo que no me preocupa ser plagiado. De hecho, concuerdo con Unamuno y lo sostengo: “Una vez que mis textos salen de mí, ya no me pertenecen”. Las palabras debieran ser como el aire: carecer por completo de dueños registrados. Otra cosa es la numerosa caterva de impostores que andan por ahí vistiéndose con ajeno ropaje. No nos inquietemos por ellos, pues a la primera de cambio advertiremos que el traje les queda demasiado grande.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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