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Dos gardenias

martes, 28 de febrero de 2017
Dos gardenias Cuando estuve en Cuba en mi tercera visita a la isla fui a un local de boleros, un templo del bolero sería mejor llamarlo. Un local pequeño muy elegantito, con luces rojas y donde actuaban cantantes que rezumaban el clasicismo y la compostura con sus interpretaciones de preciosos boleros, todos ellos muy conocidos, que se tarareaban. Era un local frecuentado casi exclusivamente por cubanos y por franceses con la guía Michelin. Estaba lejos del centro, la catedral y la calle del Obispo para entendernos. Conectaba con un parque en que sobre un escenario se ponía en solfa a cubanos, españoles y yanquis. Un cabaret en toda regla como si estuviéramos en un Berlín imaginario en la época de Bertold Brecht. Me acompañaba una guía espontánea una bióloga María Teresa que había conocido casualmente en un parque cerca del castizo Hotel Nacional donde estaba alojado y que recomiendo a los amables lectores de GD, pegamos la hebra con la buena moza yo estaba con un catedrático portugués de la Universidad de Faro, que era más rojo, que Fidel, Mao y el mismísimo Ché y María Teresa se convirtió en nuestro lindo lazarillo cuando no estábamos en el encuentro cultural en el precioso Convento de San Francisco. Quisimos visitar La Habana profunda, el lado que no conocemos los turistas y a fe que lo conseguimos y como a los tres nos iba el trago, como dicen los mexicanos, el ron hacia milagros y el admirador del Che fantaseba sobre la revolución mundial, María Teresa soñaba con abandonar su paraíso fidelista y yo deliraba con mis ideas, después realizadas, de crear una ONG y convertirme en escritor. María Teresa estaba en un dilema, no sabía en quien confiar más, si en el luso o el hispano como tabla de salvación. Mientras a Antonio, nombre casi obligado para portugueses se le vidriaban los ojos por el alcohol y la furia revolucionaria le dije a María Teresa que tenía hambre de boleros. Me río la gracia y a la tarde siguiente aprovechando que Antonio estaba enfrascado en su furor revolucionario con unos sandinistas, me llevo María Teresa a Dos Gardenias en una tarde noche tropical fuimos en un taxi desvencijado de los tiempos del cuple y amigos valo la pena. Un sosias de Antonio Machin me hizo recordar en los besos que me plantó en las mejillas el mismísimo Machín en su camerino de un teatro bilbaino al que me llevo una institutriz francesa de voz gangosa que bebía los vientos por el inmortal cantante de "Madrecita del alma querida" y otros bolerazos por el estilo, yo era muy pequeño para disfrutar de estos momentos, pero en Cuba en compañía de una amable y garrida cubana me fecundaron los boleros y me encendieron una vena poetica, tal vez cursilona, pero que me mecio desde entonces. Dos gardenias para ti querida Maria Teresa.
Antuña, Joaquín
Antuña, Joaquín


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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