Contaré tu historia, Ana

Esta es la historia de una inolvidable adolescente que luchó por mantenerse con vida tras el terremoto en Ecuador del pasado 16 de abril. Perdió su familia, su hogar, sus pocos enseres y, finalmente, sus piernas pero jamás perdió los sueños que hoy les vengo a relatar por Navidad.

Me fijé en ella casualmente haciendo un voluntariado porque, su largo pelo y pizpiretos ojos castaños, sus delgados huesos y su pegadiza sonrisa, me recordaban a otra linda Ana que se quedó atrapada en mi corazón meses atrás.

Casualidad de la vida o no, una vez más, Ana volvía a mis recuerdos cuando estos me hacían hablar de ella para animar a su convaleciente tocaya ecuatoriana postrada en la cama de un hospital.

Los médicos me aconsejaron que era bueno para ella no perder el contacto con la vida y de lo que hacen otras chicas de su edad. Entonces les conté que conocí a una joven con su mismo nombre y similar edad. No dudaron. Me dijeron que la hablara de Ana, de cómo patinaba, esquiaba, bailaba y estudiaba, porque eso la hacía soñar. Soñar con poder hacerlo ella algún día; poder caminar, saltar, bailar y, porqué no, patinar.

Y así, una y otra vez, cada vez que la visitaba me pedía que volviera a contar la historia de “mi Ana” como ella la llamaba; de cómo hablaba y se reía repitiendo sus vivencias de colegio; de cómo jugaba y se peleaba con su genial, paciente y cariñoso hermano; de las caídas que sufría en los entrenamientos de patinaje cada viernes y domingos sin perder la sonrisa ni las ganas de seguir cuando contemplábamos sus cardenales; de sus esfuerzos y excelentes notas escolares; de lo mucho que soñaba con hacerse mayor y ser como su madre; de lo mucho que quería crecer y ser tan alta como su padre… y, mientras esto le contaba, Ana sonreía y soñaba. Sus ojos se iluminaban mientras su mirada se perdía en el horizonte … soñando.

Finalmente no pudo ser, los muchos escombros que cayeron sobre su delicado cuerpo pudieron más que sus ganas y sus sueños. Aún recuerdo aquella dulce e inocente sonrisa; la misma con la que me dijo que quería a “mi Ana” tanto como yo porque, pensando en ella, se imaginaba haciendo su misma vida. Y sin perder esa sonrisa me preguntó: “ ¿Crees que Ana pensará en mí, la contarás mi historia?”

Mi sonrisa fue más forzada pero no menos comprometida. Respiré profundo cerrando los ojos y deseando cumplir su sueño. Abrí los ojos y prometí contar su pequeña historia.

Los sueños sesgados de Ana quizás se puedan perpetuar en otras historias; en los sueños de tantos otros niños que sufren las atrocidades de la guerra y los antojos de la madre naturaleza.
Niños sirios que sufren las heridas y calamidades de una guerra infinita. Niños refugiados y desplazados que sufren la explotación laboral en los países de acogida como Turquía, Egipto, Irak, Jordania o Líbano. Niños con una infancia en peligro, huérfanos de guerra, que son sometidos a la esclavitud laboral o explotación sexual, secuestrados para el tráfico de órganos o convertirlos en soldados, sufriendo de desnutrición, mientras que se enfrentan cada día a los bombardeos, minas y explosivos no detonados en lugares como Ucrania, Sudán del Sur, Nigeria, Congo, Mali, Uganda, Sahel, Chad, Irak, Afganistán y muchos otros más destinos donde las crisis prolongadas están provocando la agonía de los menores, siempre vulnerables e indefensos.

Qué mejor época del año para soñar, meditar y pedir por esos niños. Por esos sueños que -aunque los sueños sueños son- mantienen con vida a estos corazones inocentes y puros por
muy heridos y rotos que estén sus cuerpos.

Paz y Amor, Salud, Trabajo e Ilusión en el Mundo, es mi deseo y sueño de Navidad, como hubiera sido el de Ana.

Hoy he podido cumplir tu sueño, conté tu historia Ana.

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo, 2017.