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Misterios de Bradomín

martes, 29 de noviembre de 2016
El mejor homenaje que se le puede hacer a Valle-Inclán cuando se cumple el 150 aniversario de su nacimiento es volver a leer sus libros, a representar sus obras de teatro, a reivindicar su figura literaria.

Desde unas iniciales “Femeninas”, retratos esteticistas y ornamentales, en las que manifestaba su militancia en el modernismo en boga entonces, Valle-Inclán evolucionó hacia una literatura que le encumbró como uno de los más destacados escritores del siglo. Sería en las “Sonatas”, donde nació aquel personaje de leyenda, aquel Marqués de Bradomín, feo, católico y sentimental, trasunto del propio Valle.

El 28 de octubre de 1866 nació en Vilanova de Arousa (Pontevedra) don Ramón María del Valle-Inclán. El lugar de su nacimiento fue durante años motivo de polémicas y desmentidos por parte de muchos historiadores. Él, que siempre fomentó las leyendas que se inventaban sobre su vida y su persona y ficcionalizó su existencia hasta límites inverosímiles, no sólo aclaró este misterio sino que lo alimentó fabulando las más peregrinas mitologías, entre ellas la que afirmaba que había nacido en un barco que hacía la travesía entre Vilanova y Pobra do Caramiñal, dos localidades enlazadas entonces por una línea de embarcaciones a vela.

En su partida de nacimiento pone que Valle-Inclán nació en San Mauro, entendiéndose que se refiere a la calle de este nombre de la localidad de Vilanova en la que también nacieron sus hermanos, una casa propiedad de su madre, doña Dolores Peña Montenegro.

Sin embargo algunos historiadores fijan como lugar de su nacimiento la conocida como Casa del Cuadrante, un pazo habitado por sus abuelos maternos don Francisco Peña y doña Josefa Montenegro. Es esta la casa que tiene el escudo familiar con la leyenda “El que más vale no vale lo que vale Valle”, que añade otro elemento a la mitología del personaje.

Pudiera ser cierto este hecho y que en la partida de nacimiento sus padres dieran como lugar del alumbramiento el domicilio en el que residían, aunque nunca llegara a demostrarse fehacientemente ninguna de las dos teorías.

Andan los investigadores detrás de algún papel que Valle-Inclán haya dejado sin publicar en vida. Es frecuente que los escritores dejen a su muerte textos inéditos, documentos o cartas nunca publicadas, aunque no siempre se sabe si era la voluntad del escritor darlos a la imprenta. De Valle-Inclán han venido publicándose también algunos textos, sobre todo cartas inéditas, y se buscan con fervor escritos que enriquezcan su obra literaria o despejen dudas sobre su vida. En 1982 la revista “Insula” publicó en su número 419 dos cartas exhumadas por Dru Dougherty en las que don Ramón escribía a Manuel Azaña en 1923 desde Pobra do Caramiñal, comentando el número extraordinario dedicado al autor gallego por la revista “La Pluma”, que junto a Cipriano Rivas Cherif dirigía quien sería años más tarde presidente de la República. Contaba don Ramón sus dificultades con la editorial Renacimiento y comentaba el golpe de Estado del general Primo de Rivera por quienes les parecían “unos sargentos avinados y y varateros” (sic).

Por su parte, Santiago Riopérez dio a conocer en el diario “Ya” (1-7-1985) dos cartas inéditas de Valle-Inclán a Azorín. Pero el hallazgo más sorprendente se produjo ese mismo año cuando se encontraron documentos que Valle-Inclán escribió durante su estancia en Roma como director de la Academia Española de Bellas Artes entre 1933 y 1935, junto con objetos de uso personal del escritor (un par de zapatos de charol, chaqueta y pantalón de pana, una cruz de madera, unas tijeras, algunas monedas –una peseta y cuarenta céntimos-… y dos sombreros de mujer, al parecer, de una joven napolitana, princesa y amiga de Mussolini, de quien algunos dicen que estaba enamorado: Juan Carlos Onetti ironizaba sobre si el escritor había robado esos sombreros de dos cuadros de Toulousse- Lautrec (“Bradomín burocracia y demás”. El País 29-12-1985). Se trata de documentos que permiten enfocar de un modo más exacto la personalidad de Valle-Inclán, su excepcional talla humana y sus difíciles relaciones con la Administración.

A pesar de tratarse de textos burocráticos, Torrente Ballester, para quien Valle fue “el mejor escritor español del siglo XX”, calificó los documentos como “verdaderas joyas literarias”. El diario “El País” reprodujo seis de esas cartas el 9 de noviembre de 1985. El entonces embajador de España en Roma Jorge de Esteban contó con detalle el episodio de este hallazgo en dos artículos (“Memoria romana de Valle-Inclán” I y II) publicados por ABC el 24-11-1985). En 1986, coincidiendo con la celebración del cincuentenario de la muerte de Valle-Inclán, Juan Antonio Hormigón publicó un volumen de poemas, narraciones cortas, artículos y cartas inéditas o prácticamente desconocidas, entre ellas una dirigida a Salvador de Madariaga, dos a Unamuno y otra a Manuel Azaña. Quedamos a la espera.

Valle-Inclán era “La mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá”, según escribiera Gómez de la Serna. A esa máscara real el propio Valle iría añadiendo otras muchas que lo convirtieron en una de las figuras más legendarias de la literatura española del siglo XX, una imagen que el escritor cuidaba con esmero.

Hay que tener en cuenta que en los primeros años del siglo XX los escritores eran conocidos no tanto porque se los leyera, sino porque se les veía y por eso intentaban fabricar una imagen que los diferenciara de la apariencia normal de los hombres de su tiempo. Se sabe que una enfermedad de la piel obligó a Valle-Inclán a dejarse desde muy joven una barba que ocultaba las huellas que había dejado en su cara, y que esta barba la recortaba o la dejaba crecer según las circunstancias.

La barba, el pelo largo, la capa con la que se cubría, las corbatas, los pantalones ajustados y los botines que calzaba, completaban la indumentaria de un perfil inconfundible.

Ricardo Baroja hizo de Valle-Inclán un retrato literario cuando lo vio por primera vez en uno de los cafés que frecuentaba: “En un diván cercano estaba sentado un joven barbudo, melenudo, moreno, flaco hasta la momificación. Vestía de negro y se cubría con un chambergo felpa gris, de alta copa cónica y grandes alas… bajo la barba se adivinaba apenas la flotante chalina de seda negra. El extraño personaje respondía a las curiosas miradas de los concurrentes del café, con aire desfachatado e insultante”.

En la revista “Vida Nueva” del 3 de diciembre de 1899, una reseña biográfica de Pedro González Blanco incidía en esta misma imagen: “Cuando veáis pasar a vuestro lado un joven de faz pálida, de ademán desasosegado y nervioso, de bello semblante nazareno, que os mira con un gesto de altivez olímpica y de soberano desdén… saludad en él al prosista impecable, al soñador ferviente, al enamorado de la belleza, del amor y del ideal”. Su amigo Antonio Palomero lo definió como “una figura exótica, tocado con un amplio sombrero mexicano, una melena negra y sedosa, una barba puntiaguda, unos quevedos sobre su nariz aguileña y un cuello inverosímil de grandes puntas”.

Para completar la figura, Valle-Inclán se apoyaba en un bastón rematado en un huevo de plata, “regalo de un príncipe indio”, según decía. Algunos periodistas comentaban que era de un heroísmo singular y de una firme resignación cristiana lucir este exótico y caprichoso tocado, aunque él despreciaba “con aristocrático desdén de gran señor, el asombro pacífico burgués, la burlona sonrisa de las mujeres y los agudos dicharachos de la chulapería madrileña”.
Pastoriza, Francisco R.
Pastoriza, Francisco R.


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