Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

En la playa de San Lorenzo

sábado, 26 de noviembre de 2016
La mañana, fría y sin sol, había congregado a mucha gente en la playa de San Lorenzo, ¿qué buscaban? Me acerqué y pregunté. Carbón, respondió un hombre sin levantar la cabeza. Carbón, repitió la mujer que estaba a su lado y, más locuaz, contó que meses atrás frente a la playa había encallado un barco que llevaba carbón y, para liberarlo, habían echado la carga al mar. Poco a poco, la marea lo devolvía.

Frente a mí, el Cantábrico se extendía oscuro y amenazante pero llegaba a la playa manso como un potro vencido por el domador. A lo lejos un barco se alejaba.

Me uní a la búsqueda. Recogí un pequeño trozo de carbón, lo observé, después cerré la mano y… ¡el tiempo retrocedió!

Promediaba el siglo XX. Transcurrían las vacaciones de julio y como todos los años, don José había venido a visitarnos. Asturiano como mis padres, conocía bonitas historias de la Tierruca que mi hermana y yo escuchábamos fascinadas. Trasgus, bruxes, la güestía, xanes y xanines solían ser los protagonistas, pero aquella noche, especialmente fría y ven-tosa, don José contó su propia historia.

“Todos los hombres de mi familia fueron mineros ---dijo--- y si mi padre no hubiera muerto en un derrumbe, también yo me hubiera quedado en Mieres. Era apenas un adolescente cuando empecé a trabajar en la mina. Quería llegar a picador. De madrugada ingresaba en la galería y por largas horas cargaba las carretillas. El trabajo era duro, el polvillo se metía en los poros, ennegrecía la piel y se depositaba en los pulmones. Si no perecías en algún derrumbe, la enfermedad te esperaba al final del camino.

“Un día la sirena anunció un accidente. Desalojamos la mina. Frente a la entrada ya había una multitud. En la primera fila estaban mi madre y mis hermanas, el derrumbe había ocurrido en la galería donde trabajaba mi padre. Comenzó la horrible espera. Cada salida de las cuadrillas de rescate renovaba las esperanzas o anunciaba una muerte. Pasaban las horas y continuábamos esperando. A la madrugada, sacaron los cuerpos de los últimos atrapados. Allí estaba mi padre. Entre lágrimas juré que la mina no me mataría.”

“Así fue cómo deserté y me vine a la Argentina. Nunca me arrepentí. Sólo lamento dos cosas: no estuve junto a mi madre cuando murió y no participé de la rebelión del 34.”

Hizo una larga pausa y continuó: “Tenía el pasaje, quería ver a mi madre. No llegué a tiempo. Ese invierno enfermó y murió. En el 34, en tiempos de la República, fueron designados tres ministros no republicanos. Los obreros de varias provincias protestaron y los mineros apoyaron a los sublevados. En octubre, entraron en Oviedo. Fueron días de gesta, derrocharon heroísmo. Es una “pequeña guerra civil”, dijeron Franco y otros jefes de la represión y enviaron tropas a Asturias. Entraron por los cuatro puntos cardinales para someter a sus hermanos. Pero sin las fuerzas que llegaron desde Marruecos -las tropas coloniales marroquíes y la Legión- no lo hubieran logrado.

Desembarcaron en Gijón y avanzaron sembrando matanza, estrago, destrucción. La carnicería fue espantosa; la rebelión, ahogada en sangre.”

Abrí la mano y di la espalda al mar. Guardé el trocito de carbón en el bolso. Frente a mí, Gijón. Pujante, moderna, activa. En paz. Superaron las diferencias, pensé. Y como si un rayo cruzara el cielo, surgió una duda: ¿Las superaron…? ¡Son asturianos!

(Modesta Riesco, 84 años, argentino-asturiana, ejemplo de trabajo y honestidad, es alumna del taller de escritura del creador argentino-gallego Carlos Penelas)
Riesco, Modesta
Riesco, Modesta


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES