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Los verdaderos políticos

viernes, 29 de julio de 2016
Los verdaderos políticos –los buenos políticos, quiero decir- están para resolver problemas. Problemas reales, de nuestro día a día. No para crearlos. No para inventarse a toda costa tronos donde encaramarse y lucirse como reyezuelos de opereta, manteniendo estructuras de gobierno y de partido hueras y caras a costa del dinero de todos.

Los verdaderos políticos están a las maduras pero, sobre todo, a las duras. Cuando las cosas van bien, ¿qué mérito tiene ser responsable de un gobierno, de un ministerio, de una alcaldía, de una concejalía? Obviamente, antes de llegar a este estado de cosas, hubo políticos que hicieron bien su papel: fueron quienes nos legaron una sociedad mejorada. Aún se vive de las rentas. Pero consolidar y mejorar el estado de bienestar exige seguir trabajando. Sin embargo, cuando las crisis atenazan y la juventud –gran parte con formación sólida y cara, por cierto- se tiene que ir de su país para ganarse el pan; cuando los locales de los barrios cierran; cuando las pensiones –sus importes, claro- se tambalean; cuando hay recortes sustanciales en fondos y prestaciones sanitarias, educativas, de investigación e infraestructuras… cuando las vacas flacas llegan, entonces es cuando se ve la talla de los políticos.

Hay políticos de talla raquítica. Sin madera de estadistas. Solo juegan a un monopoly político. No ejercen liderazgos de largo alcance. No realizan esfuerzos generosos. No sobreponen los intereses generales a los suyos y de sus partidos. A pesar, por cierto, de estar sostenidos a base del dinero del contribuyente, pechero perpetuo. A pesar de que no se desvivan por servir al bien común. Esos políticos están muy lejos de escuchar lo que les dicen los ciudadanos una y otra vez. Como si los políticos y el resto de los ciudadanos fueran agua y aceite. Esos políticos entienden sin atender que los ciudadanos están hartos y preocupados; viviendo y sobreviviendo en muchos casos gracias a la familia, bien preciado que esos mismos políticos se encargan de minar porque, por lo visto, la familia debe parecerles algo trasnochado y reaccionario. Como si la familia no estuviera siendo la más efectiva seguridad social de cualquier país. Digo familia, no tribu, porque incluso en las tribus la familia es el núcleo básico. La familia funciona en las duras y en las maduras; si no fuera así, ninguna sociedad mantendría ninguna paz social.

Los verdaderos políticos trabajan en equipo, aunque sean de partidos diferentes, al menos cuando la situación es compleja, incierta, mala y con perspectivas preocupantes. Si un equipo de fútbol sufre las tonterías de su entrenador, por mucho que los futbolistas sean figuras individuales, el equipo se va al garete. Un entrenador ilusiona, motiva, gestiona, organiza y resuelve. O se va a la calle. Un mal entrenador no sigue chupando del bote. Todo lo contrario que los políticos -y sus muchos satélites- malos, que continúan viviendo de una maquinaria sostenida con dinero público incluso cuando no cumplen con sus funciones -solucionar problemas y lograr que todos vivamos mejor que ayer-. Más aún, cuando no cumplen la ley, por acción o por omisión.

Los verdaderos políticos no juegan con sus reinos de taifas y con los ciudadanos, muchos de ellos contribuyentes y pagadores de sus nóminas. Tampoco retuercen las cifras. Cuando se dan claros triunfos electorales y de forma sucesiva, aun sin mayorías absolutas, el mensaje de los electores ¿no es que gobierne el más votado, pero con el concurso necesario de los demás para sacar las cosas adelante? Las negociaciones políticas y parlamentarias, los pactos, están para gobernar, no para bloquear. ¿O es que solo se puede gobernar con mayorías absolutas? Pondré un ejemplo aprovechando el actual espectáculo español. Los españoles no votamos en favor de un gobierno “progresista, de cambio” -léase de izquierda, con la manipulación al uso-, sencillamente porque no hubo ninguna coalición electoral “progresista, de cambio” previa a las alecciones, con un programa único y lista única de candidatos. La suma de votos cosechada por diferentes partidos de izquierda y de extrema izquierda, con listas y programas diferenciados, no se puede interpretar como un voto conjunto frente a los votos recolectados por un único partido. Ese discurso es falso. Inmoral. Es verdad que en España hubo una coalición que agrupó a una formación de izquierda y a otra a la izquierda de la izquierda, pero el resultado fue claro: un fracaso estrepitoso. Probablemente el mismo que hubieran obtenido los iluminados de ese cambio progresista si hubieran concurrido a las elecciones como una gran coalición de izquierda única, con lista y programas únicos, con el lema evidente de “todos contra el que todos sabemos”.

Los verdaderos políticos no basan su estrategia en la simpleza de que un enemigo común une mucho. Eso da mucha cancha a los estrategas de salón, a los políticos mediocres, niños mimados de la política, crecidos y amamantados por maquinarias de partido engrasadas a diario, por lo general, por dinero público. Los verdaderos políticos gobiernan para todos, aunque no lo proclamen a los cuatro vientos. A los otros se les llena la boca diciendo que gobernarán para todos, pero no dicen la verdad. Lo dicen en un momento de calentón dialéctico, porque no están dispuestos a gobernar para todos ni a dialogar con todos. Discurso torticero, acción revanchista. Pero manipular el lenguaje es manipular la verdad, y eso es engañar.

Los verdaderos políticos hacen crecer a su país en política interior y exterior, economía, sanidad, educación, seguridad; suman y fortalecen a su país, trabajan por consolidar e incrementar su bienestar; trabajan por reducir las debilidades propias del país y por gestionar los peligros internos y externos, que existen y acechan esperando su mejor momento para golpear. Porque hay riesgos, sin duda. Aunque no queramos verlos ni los políticos ni nosotros, porque hablar de ellos y actuar con contundencia legal y moral no parecería tan democrático ni tan “cool”.

Los verdaderos políticos se preocupan por sanear el sistema, uno de sus encargos. Si los programas electorales tuvieran carácter contractual e incluyeran cláusulas de penalización –de índole económica, por supuesto, entre otras-, otro gallo cantaría. Porque los partidos y sus dirigentes verían menguar no solo votos, sino unos ingresos vitales para su día a día. En un país de productividad cuestionable, de empleo precario y de salarios de tente mientras cobro, no deberían tener cabida políticos y adláteres incompetentes gozando de un sostenimiento económico saludable y garantizado por mucho tiempo, en algunos casos con el único aval personal y profesional de haber hecho carrera dentro de los partidos (o en los sindicatos, pero eso es otro tema), a veces ya desde sus organizaciones juveniles.

Un verdadero político no debería estar protegido por un aforamiento que va en contra de toda lógica. Si los políticos golfos no estuvieran aforados, ¿no veríamos más pulcritud en la política? Hace unos días, un taxista -de nuevo esa especie de sabiduría popular en estado puro- me decía que cuando un ciudadano imaginario, de los de a pie, resulta ser pederasta, es algo repulsivo y castigable; pero cuando el pederasta es un cura, se merecería una sanción más dura y ejemplar. El taxista siguió con el fútbol. “Mira usted, que un futbolista famoso, líder de niños y maduros, es un defraudador, es muy escandaloso y más grave que si yo, taxista, cometo una irregularidad en una declaración del IVA”. El escándalo moral derivado de la visibilidad pública de algunos y de la ejemplaridad que se les presupone, ¿no debería tenerse en cuenta? Si los políticos no fueran aforados, ¿no tendríamos más garantías de limpieza en la vida pública?

Desconozco si en España estamos abocados a unas terceras elecciones. Desconozco que harán y que no harán nuestros políticos. Desconozco qué harán los ciudadanos en ese caso. Desconozco si el hartazgo y la desafección nos conducirán de nuevo a votar más al más votado y a votar menos a los menos votados. O si nos llevarán a la abstención del hartazgo con un virtual “váyanse a hacer puñetas”, combinada o no la sinrazón del voto de extrema izquierda, que nos abocaría en muy poco tiempo a un erial como el actual venezolano, para tener que levantarlo después, durante años. De vez en cuando se escuchan opiniones del estilo de “cuanto peor, mejor”, tan del gusto de revolucionarios y terroristas. ¿Queremos eso? ¿qué queremos?

Nuestros políticos… ¿son capaces de reconocer, aceptar y trabajar honestamente para formar el gobierno que ha votado la mayoría de españoles, quizá tapándose la nariz, pero mayoría? ¿son capaces de recordar y hacer recordar lo mucho que se tarda en crear y en consolidar un bienestar sostenible, y lo fácil que es caer al precipicio cuando se camina irresponsablemente por su borde? ¿viven y defienden valores para frenar esta particular decadencia, propia de sociedades pagadas de sí mismas, incapaces de luchar por mejorarse a sí mismas y a las de su entorno, y por tanto particularmente indefensas? Quiero pensar que en la mayoría de los partidos, y fuera de ellos, hay verdaderos políticos con voluntad y cualificación suficientes para gobernarnos para que todo nos vaya mejor a todos. Seguro que los hay. Pero se les nota poco o nada.

Este artículo fue publicado en El Confidencial Digital.
Hernangómez de Mateo, José Luis
Hernangómez de Mateo, José Luis


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