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Carta a los abuelos

viernes, 19 de febrero de 2016
Siempre me ha gustado escribir una carta a los abuelos por Navidad. Será, tal vez, por sentirme cercano compartiendo la misma “proyección”.

Aunque hayan pasado los ecos de las panderetas, los villancicos, y que el colesterol esté en sus cifras normales, es cuando quiero que los abuelos amigos míos piensen, que aunque lo hayamos quitado, el Niño no se borre de nuestra memoria como algo que ya pasó. Y los niños deben aprender a tratarlo. Es muy fácil, por eso Dios se ha hacho Hombre; para estar entre nosotros y mostrarnos su Persona tan cercana. Nos mira y nos ama y no es extraño a nuestros problemas. Se compadece y le gusta vernos agrupados y que nos queremos, y siempre dispuesto a comprendernos.

Le entristecemos con nuestras desatenciones, nuestros olvidos, pero siempre dispuesto a excusarnos si nos ve con deseos de mejorar, acercándonos con confianza, con la confianza que da la cercanía. El siempre nos espera y no se cansa de esperar.

Como ahora estamos más con los nietos, podemos decirles que Jesús nos quiere, les quiere, y si tienen confianza y trato con Él, siempre será el Jesús que vieron en el Portal. Y contadles de aquel padre que tenía dos hijos y uno se fue de casa. Como el padre salía todos los días a mirar desde la puerta por si aparecía el hijo que se había marchado. Ese padre cuya mayor ansiedad era ver aparecer al hijo que se marchó. Qué alegría tan grande cuando allí, en la lejanía adivino, mas que vio, la presencia del que se había ido.

El hijo llega y apesadumbrado, es abrazado por el padre, siempre dispuesto a perdonar si pedimos perdón. Él siempre nos está esperando, esperando a que volvamos, mira a lo lejos para que vislumbremos, aunque sea en la lejanía la figura amable, cariñosa del Padre que siempre, siempre nos recibirá.

El Padre es de nuestra familia, es como un Padre de todos, y somos hijos muy queridos. Que Jesús ha venido para que le queramos, está con nosotros para enseñarnos a tratar a su Padre Dios, con la misma cercanía con la que cantábamos villancicos. Él nos indica el camino para estar siempre junto a Él. Y si nos descaminamos siempre nos espera, siempre a la vera de nuestro caminar.

Hablad con los nietos, nunca es tiempo perdido, y cuando esta sociedad en que nos ha tocado vivir, tarde en enderezarse, estaremos nosotros para hablarles de lo de siempre, de honradez, lealtad, generosidad… y que estamos para servir. Esto que no lo olviden nunca.
Hernández, Alfredo
Hernández, Alfredo


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