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Qué pasaba en provincias...

martes, 22 de diciembre de 2015
Qué pasaba en provincias mientras sucedía lo de "El puente de los espías"

Atravesé la luminosa plaza aquel día de Octubre de 1960. Iba alegre al cole, sensación poco frecuente al día siguiente de una fiesta, aquella del Pilar de toda la vida: la tranquilidad venía de que el curso estaba en los umbrales, no había deberes aún, ni notas, ni exámenes en vista; el verano estaba atrás ya, pero duraba todavía la sensación de libertad que son las vacaciones para la adolescencia. Ese espacio de la histórica ciudad lo sentía abierto aquella mañana, amplio y extenso, a aquellas alturas de comienzos de otoño en que el camino escolar no se había hecho rutina obligatoria aún. Crucé el paisaje cerrado de la historia urbana de Salamanca y de la España de aquellos años sin pensar, para nada, en la terrible Reválida de Cuarto que me esperaba, allá por el remotísimo y lejano horizonte de junio. Era uno de esos días en que la vida no pesa.

Al cruzar el gran arco frente al Ayuntamiento barroco -desde cuya balconada Franco había proclamado su Victoria y el fin de la Guerra Civil- había una acera comercial con una farmacia, después una dulcería y al lado una zapatería, en la cual sistemáticamente me detenía todos los lunes para ver una viñeta pintada donde aparecía una jocosidad, con frecuencia alusiva a la actualidad política internacional: era como pasar de la imagen de los Tercios de Flandes y de sus ambientes artísticos tan españoles, en estilo Plateresco y Barroco de Churriguera, al mundo actual internacional, de un pasado encapsulado al presente, en un instante.

La sensación era la misma mirando los fotogramas fijos de películas americanas o francesas, expuestas en escaparates llenos de objetos preindustriales y piezas de magníficas telas para confeccionar sábanas o abrigos duraderos: eran como ventanitas para entrar de repente en el ansiado ambiente de la moda pret a porter, de la modernidad en la que todo parecía más efímero, como por ejemplo eran los matrimonios de aquellos films, habitantes de países donde estos no eran para toda la vida, sino que se divorciaban en Reno por “incompatibilidad de caracteres”, ¡vamos, por un “quítame allá esas pajas “!. Mientras tanto, aquí todo era indisoluble y sin remisión, como el infierno, para siempre, siempre, siempre… Claro, a aquella edad de los trece, a punto de entrar en la juventud, deseabas fervientemente haber nacido en aquellos países, ser un personaje de aquellas fotos pertenecientes a un mundo “libertino”, aquel que la censura católica española calificaba de 3R.

Pero no, vivías en uno que se había detenido en la carrera del progreso, al cual le iba a las mil maravillas la atmósfera de las ciudades históricas, sus antiguos muros, sus grandes portalones, sus iglesias contrarreformistas por las que apenas se colaba el aire de los nuevos tiempos. Aquel paisaje estático de una ciudad detenida en el tiempo monumental, ese que se apropia de las urbes históricas, a las cuales los simbolistas llamaban ciudades muertas: Toledo, Brujas, Venecia, Santiago, Salamanca, Segovia, Ávila… Las que describían Rodenbach, Maurice Barrès, Rilke, Unamuno, Azorín o Machado. Aquellas que tanto ocuparon a los escritores del 98 y a los pintores españoles de fin de siglo, de Beruete a Sorolla y Regoyos, de Zuloaga a los Zubiaurre o a Gutiérrez Solana, entre otros muchos. Esas maravillosas urbes que entonces pesaban, cerrando otros paisajes dinámicos, vivos. Las de los soportales de Barden en “Calle Mayor”, de rúas antiguas con chicos reprimidos, calentándose con crueldades machistas; de chicas, esperando que las sacaran a bailar aquellos muchachos que no se atrevían.

Así que cualquier imagen visual del presente exterior era un respiro para la mente. Claro que tal razonamiento se hace desde el recuerdo, porque yo al pasar aquel arco histórico en aquella jornada iba alegre y ligera, y aún más cuando al traspasarlo vi el cómic ilustrativo de la actualidad: aquel lunes se representaba un señor de cabeza pelada y gesto crispado dando un zapatazo rabioso sobre una mesa alargada: era Nikita Kruschef en la ONU. Aquel día me enteré de lo que había pasado más o menos, de qué era la ONU y de que vivíamos los tiempos de la Guerra Fría.

Me situé en el mundo exterior, en el contexto internacional de los sesenta, y a pesar de que el ambiente parece que no era muy bueno por allá afuera y estaba muy caldeado, sentí envidia de él, a la vez que una esperanza, aunque no sabía por qué. Ahora creo que era la envidia de que allí había movimiento, que las ciudades estaban vivas, que discutían en los foros, y a la vez alenté la esperanza de que también algún día nosotros podríamos entrar en acción, llevar moda de "confección", abrigos que no fueran eternos, e incluso la de que los matrimonios podrían llegar a ser disolubles, también en España. ¿Por qué no…?

De todo esto me acordé el otro día al ver “El puente de los espías”, la última película de Spielberg, que recrea la Norteamérica de los 60 con el color de aquellos años, que en el recuerdo del director era el mismo que tengo yo de aquel día de octubre de 1960 frente a aquel cartelón, abriendo mis ojos al mundo de las democracias occidentales.

Desde aquí le doy mil gracias al autor local de aquellas noticias del extranjero en clave de humor, para viandantes no iniciados en tiempos de "silencio".
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


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