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¿Sabes por qué me dedico a escribir?

lunes, 09 de noviembre de 2015
Estaba yo estos días (por eso de que cumplí años) en fase de introspección, que suena así como a obra de ingeniera civil petrolífera, tratando de averiguar quién es uno mismo y, como eso de uno mismo en mi caso es muy amplio en el concepto y no en la esencia, fui por partes.

Así que lo primero que me pregunté fue: «¿Por qué me dedico a escribir?». Y la primera respuesta fue: «Porque no vales para otra cosa», pero inmediatamente me respondí: «Guisandiño, guisandiño, eso no es introspección; eso es soltar lo primero que se te viene a la cabeza, introspección es otra cosa». 

Entonces decidí coger el diccionario de la RAE e introspeccionarme de verdad y mucho. Pero vayamos a datos objetivos.

Yo nací un 30 de octubre y octubre tiene 31 días, con lo cual nací a final de mes, que es lo mismo que decir que, como buen hogar español donde los haya, en casa no debería quedar ni un duro. Entonces le pregunté a mi madre si recordaba si ese día por eso del fin de mes habíamos tomado en plan ahorrar 3 x 1 sopa de letras para llegar al día 1.

Mi madre no lo recuerda y dice que aunque fuera así, yo no tomaba sopa. Cierto, pero no lo es menos que me pudieron coger en brazos y desde esa atalaya maternal viera la sopa de letras, y al fijarme en ellas, en las letras… pues como que me afectaron, porque si como dicen los expertos, los primeros años de vida son vitales…. ni te cuento lo que deben de ser los primeros días u horas…

Pero el asunto es: ¿Hubo ese 30 de octubre de 1958 sopa de letras en mi casa? Y si las hubo… ¿me influyeron tanto como para años después dedicarme a escribir? Obviamente estamos en el plano de la conjetura ¿hubo o no sopa de letras? ¿había ya en esa época sopa de letras o vinieron después cuando en España ya se sabía leer?

Un punto capital
Sin embargo, en este sesudo y exhaustivo trabajo de introspección he dado con un punto que junto con Madrid puede ser capital para descubrir de una vez por todas por qué me dediqué a escribir y no a vender mortadela, que me iría mucho mejor. Y ese elemento clave y a la vez distorsionador está en lo más íntimo del ser humano, en algo que se lleva hasta la muerte: el apellido.

Analicemos mi apellido: Guisande. No hace falta ser muy observador, pero sí estar muy tocado del ala para percatarse de que Guisande contiene todas las vocales menos la O. Y aquí esta el quid de la cuestión. ¿Es posible que viviendo con un apellido con todas las vocales excepto una, tuviera una necesidad impetuosa de buscar la que faltaba en la creencia de que mi apellido, y por lo tanto yo, estaba incompleto?

¿Cabe la posibilidad que en esa desesperada indagación, exploración o pesquisa de la O diera con el resto de letras, me empatara con ellas, me hiciera incluso amigo, las encaramelara para buscar la O y al final quedara atrapado por ellas?.
Y otra cuestión no menos baladí (dios que cursilada de expresión terrorista bala-di). ¿Serían las letras quienes me buscaron para explicarme que Guisande sin la O es correcto y que de tanto buscarme, sin yo percatarme, me abdujeran el resto de letras?

Sinceramente, no es fácil la cuestión; me tiene así como descentrado, sigo con las dudas y no sé si lo que necesito es una nueva y más profunda introspección o lo que estás pensando: un psiquiatra; pero lo del psiquiatra… igual es peor, porque si a mí me falta la O a él, al psiquiatra, la O y la E.
Guisande, Manuel
Guisande, Manuel


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