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Entre la utopía y la serenidad

jueves, 22 de octubre de 2015
Llevo años esperando un momento así. Lo que denomino el Renacimiento de la democracia basado en una nueva generación de dirigentes. Esta vez en el espacio de la política, pero advirtiendo que no es único lugar en crisis. Su papel es pilotar el nuevo tiempo, aunque sólo sea por el propio calendario que anuncia la puesta en escena de las dos excelencias del sistema: votar y posibilitar la alternancia en las Instituciones que administran los resortes del poder popular.

Hacía mucho tiempo que no veía en una "cantina", tal momento de tertulia abierta entre dos universitarios, que han dado el paso de jugarse sus carreras por servir a la sociedad. En medio, un magnífico periodista, que huye de la parafernalia, que sabe ponerse en la piel del españolito que cantó Don Antonio Machado. Como instrumento, un medio audio visual que, por una vez, olvida sus miserables dependencias y ofrece un programa capaz de emocionar al pueblo e incomodar a las castas dominantes.

Lo peor de los viejos políticos es que no quieren enterarse de lo que acontece. Se sienten capaces de manipular el pensamiento y la opinión del pueblo. Desprecian cualquier atisbo de regeneración. Como máximo, ofrecen sonrisas, teatro, actores con aire desenfadado, para que una vez más se cumpla aquello tan maquiavélico de "para que todo siga igual, es preciso que algo cambie".

En el mismo fin de semana, entre futbol y GH-16, un espacio con un debate entre dos seres humanos con aspecto de gentes corrientes y con un lenguaje totalmente comprensible. Ahí estuvo el éxito. Hay una nueva generación para este siglo XXI. Cuando decíamos que habíamos fracasado al desperdiciar el conocimiento y preparación de la juventud, entre paro, mileurismo y emigración, aparecen Pablo y Albert, compartiendo núcleo intangible para regenerar el sistema democrático y ofreciendo a problemas concretos, soluciones diferentes, pero lejos del engaño, el inmovilismo, o slogans comerciales lanzados mirando a la cámara de televisión, desde el informativo que acompaña la sobremesa familiar, prefabricados en algún despacho del viejo márquetin.

Todos los demás, entre la arrogancia de -no lo he visto- o, la experiencia es un grado indispensable para la estabilidad que Europa nos demanda.

Y ahí está la primera sorpresa. Europa la deben construir gentes con cultura, beligerantes con la corrupción, reformistas, capaces de tomar el pulso a la sociedad y paliar los bochornosos desequilibrios protegidos desde los viejos Partidos, que pagan sus peajes a cambio de los créditos recibidos o de las puertas giratorias en las que saben pueden terminar sin no incordian a los que mandan desde el dinero. El patriotismo no está en celebrar el 12-O, La Diada, La Pascua Judía-Aberri-Eguna, o cualquier otra efeméride, como en su día, celebrábamos la victoria en Covadonga, en Las Navas de Tolosa, o en la conquista del último reino Árabe de Granada. Patriotismo es recuperar la soberanía de la Nación frente a los mercaderes prestamistas, hacer leyes que protejan la dignidad y sancionen la iniquidad, posibilitar el gobierno de los mejores.

Tenemos futuro inmediato. Hace tiempo que se viene fraguando. En el caso de Ciudadanos, respondiendo a la chulería del nacionalismo catalán, corrupto, católico de Montserrat, devoto del Barca, egoísta, cateto, creyente del mito, insolidario y aburguesado con olor a escalibada. En el caso de Podemos, nacido en la Puerta del Sol, kilómetro cero de una España que sufre la injusticia, desigualdad, desahucios, pobreza y recortes de los derechos conquistados por generaciones, para ponerlos en el mercado de los escribas y fariseos.

Podemos elegir. Entre los viejos instalados en la calle del pintor Rosales o entre gaviotas de la calle Génova. Podemos volver a facilitar el timo, por no haber escarmentado, con ZP o con Don Tancredo. Pero podemos, si queremos, cambiar el escenario. Fijarnos en los nuevos, en esos que nos hacen un servicio para terminar con la desafección al sistema. Podemos darles la oportunidad de emocionarnos. Conquistar el cielo. Descubrir que debajo de los sucios pavimentos hay arena de playa. Mostrar que somos un país con gentes creativas, capaces de lo peor y de lo mejor, sobre todo cuando parece que hemos llegado al límite de nuestras fuerzas y convicciones.

Uno de los dos, el de la coleta, es un viejo heredero de la utopía. A la postre es hijo de la Universidad Complutense, dónde prendió la revuelta contra la Dictadura que hacía bailar en el estadio Bernabéu, cada primero de mayo, a la clase trabajadora, para gloria del régimen y ejemplo de sumisión a los principios fundamentales del movimiento, construido a base de palos y zanahorias.

Otro, el del jersey y la sonrisa tímida, es un catalán barcelonés, formado en la mejor escuela de juristas del país, un producto del Mediterráneo, por dónde vino la cultura de Grecia y Roma. Lleva nueve años, cantándole las verdades del barquero a la derecha burguesa de la pubillas y los hereus con cuentas corrientes en Andorra. Tampoco se ha dejado convencer por la izquierda colaboracionista o la derecha que habla catalán en la intimidad.

El castellano es rupturista. No quiere dejarse envolver por los métodos economicistas del capital. Es partidario de la expropiación para dárselo al pueblo. Sus metas habrán de sortear las debilidades presupuestarias de una Nación que padece una deuda de casi el 100% de su PIB. El Barcelonés, es pragmático. Quiere hacer posible el cambio desde las reformas y si puede ser con todos los miembros de la sociedad civil, de la que sólo quedarán excluidos, los delincuentes o los acostumbrados a ser tratados de usía, cuando sólo son insumisos con la ley.

El Eurodiputado ha descubierto que la principal cueva de Alíbaba, está en Bruselas. El ex parlamentario catalán sabe que a la derecha sólo le queda la esperanza de seducirle y a la izquierda de acomplejarle con ser de derechas, en un país, dónde derecha es franquismo, e izquierda rojerío.

Los dos representan el cambio. Son como aquel spot de los socialistas que ganaron en 1982, dónde se abría una ventana y ventilaba con aire fresco una estancia llena de malos olores. También entonces se dieron las mismas circunstancias. Desapareció la UCD del pasado transicional, y las derechas o los poderes fácticos, dijeron que aquellos jóvenes andaluces, no tenían preparación ni equipo para gobernar. Menos mal que no dieron una. Menos mal que hicieron la España moderna y Europea que hemos disfrutado varias generaciones de ciudadanos.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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