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Segovia de Compostela

martes, 21 de julio de 2015
No es un gazapo. Es un lugar virtual creado tras hacer mi camino de Santiago desde mi casa de Segovia hasta el Obradoiro. Es un espacio mágico en el que habito desde que el 12 de julio pasado concluí los 558 kilómetros que separan dos ciudades que me hablan con sus silencios y sus piedras. En realidad estaban a gran distancia; estaban a decenas de preguntas. Muchas de ellas permanecen aún sin respuesta, pero al menos están formuladas, que era uno de mis objetivos. No lo hubiera hecho de no ponerme en marcha.

Quizá la más elemental es la de por qué hice el camino. Tenía claro lo que no era para mí: no era una pequeña hazaña deportiva, ni un viaje histórico-artístico, ni una ocasión para conocer gente diferente, ni una oportunidad gastronómica, ni un descanso alejándome de mi día a día. Por eso no me preocupaba no ajustarme a uno de los recorridos oficiales, ni conseguir la compostelana aunque pudiera haberlo hecho de sobra. Mi camino tampoco era una peregrinación estrictamente religiosa; de hecho, que sea católico no significa que me crea lo del santo en Compostela.

Digamos que ni sí ni no. Desde luego, mi camino tenía más de esto último, una motivación espiritual, probablemente compartida con la mayoría de los miles y miles de peregrinos que se acercan a Santiago desde lugares próximos o muy lejanos.

Como el del oferente en la misa del peregrino del día 13, que recorrió a pie cuatro mil kilómetros desde Kaliningrado. Algo tiene Santiago para incitar a la peregrinación más masiva y constante de todo el orbe no musulmán. En mi caso, siete días de pedal, cabeza y corazón. Siete días de preguntas, apenas sin respuesta. Siete días intensos de emociones, sentimientos y razones. De silencios. Entre Segovia y Astorga mi camino fue muy mío; a partir de ahí sentí otra emoción, la de compartir huella con millones de hombres que desde el siglo octavo vienen dejando su impronta y sus sentires por esas sendas. Esas dos percepciones -la de sentir el yo único y la sentirme exactamente uno más de la familia humana- me reafirmaron la convicción de que vale la pena ser uno mismo pero hermanado con los demás.

El buen camino que nos íbamos deseando es el buenos días, el que la vida te vaya bien. Como estoy convencido de la existencia de Dios y de que su influjo es beneficioso hasta para quienes reniegan de Él, aprovecho la ocasión que me brinda mi amigo Julio Giz, director de Galicia Digital, para reproducir una oración impresa en un panel en la iglesia de O Cebreiro, atribuida a un tal fray Dino. Sea cual sea su procedencia, me parece un excelente dibujo de lo que debería significar el camino en su dimensión moral, incluso al margen de credos. Dice así:

Aunque hubiera recorrido todos los caminos,
cruzado montañas y valles
desde Oriente hasta Occidente,
si no he descubierto la libertad de ser yo mismo
no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera compartido todos mis bienes
con gentes de otra lengua y cultura,
hecho amistad con peregrinos de mil senderos
o compartido albergue con santos y príncipes,
si no soy capaz de perdonar mañana a mi vecino
no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera cargado mi mochila de principio a fin
y esperado por cada peregrino necesitado de ánimo,
o cedido mi cama a quien llegó después
y regalado mi botellín de agua a cambio de nada,
si de regreso a mi casa y mi trabajo no soy capaz
de crear fraternidad y poner alegría, paz y unidad,
no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera tenido comida y agua cada día
y disfrutado de techo y ducha todas las noches
o hubiera sido bien atendido de mis heridas,
si no he descubierto en todo ello el amor de Dios,
no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera visto todos los monumentos
y contemplado las mejores puestas de sol;
Aunque hubiera aprendido un saludo en cada idioma,
o probado el agua limpia de todas las fuentes,
si no he descubierto quién es autor
de tanta belleza gratuita y de tanta paz
no he llegado a ningún sitio.

Si a partir de hoy no sigo caminando en tus caminos,
buscando y viviendo según lo aprendido;
si a partir de hoy no veo en cada persona,
amigo y enemigo, un compañero de camino;
si a partir de hoy no reconozco a Dios,
el Dios de Jesús de Nazaret,
como el único Dios de mi vida,
no he llegado a ningún sitio

Fray Dino.
La Faba.

A quien quiera aproximarse a esa dimensión de forma menos confesional pero no ajena a la idea de un ser o de un bien supremo, le invito a ver la película-documental "Tres en el camino". Ambos, texto de fray Dino y documental, se encuentran en internet sin ninguna dificultad. Termino. El camino es una metáfora de la vida misma. De mi vida. De la de cada cual. Quien haga el camino de Santiago con esa perspectiva, probablemente termine como yo: con el macuto repleto de unas pocas respuestas hilvanadas sobre un montón de preguntas. Y con la intención de dejar atrás, como al alcanzar la Cruz de Hierro, cargas y malos rollos que nos enturbian el día a día. No es poco. Buen camino.
Hernangómez de Mateo, José Luis
Hernangómez de Mateo, José Luis


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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