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Democracia de gorrones

viernes, 10 de julio de 2015
A estas alturas de la función es difícil que alguno de nuestros lectores no esté perfectamente enterado de la situación financiera asfixiante por la que está atravesando Grecia. La patria de Pericles, que en otra época fuera cuna de las más altas escuelas filosóficas e inspiración de todas las democracias occidentales contemporáneas se ha convertido hoy, de la mano de una clase política esencialmente incapaz y corrupta e indigna de la tradición y la historia del estado al que representan, en una caricatura de país y en un esperpento indigno de formar parte de esa gran comunidad interestatal llamada Europa.

Fruto de una errónea interpretación de lo que debe ser el mal llamado Estado del Bienestar, e ignorando el principio fundamental de que nadie, ya sea a nivel individual o colectivo, puede gastar más allá de lo que le permiten sus posibilidades financieras, los sucesivos gobiernos griegos representaron una farsa económica que consistía básicamente crear una estructura clientelar, pagada con los fondos europeos, para tratar de perpetuarse en el poder y que consistía básicamente en comprar votos regalando favores y prebendas, a sus afines primero y por extensión al conjunto de los ciudadanos, una práctica a la que se han mostrado muy propensos la mayoría de los políticos europeos de la franja mediterránea, sin reparar en gastos para ello. Algunas consecuencias de esta política son la excesiva hipertrofia de funcionarios, que suponen en torno al 20% de la población activa del país, las jubilaciones de oro y a edades muy tempranas, en torno a los 60 años de media o la creación de miles de empresas públicas, tan inútiles como costosas para las arcas públicas griegas, etc. lo que ha llevado a la hipertrofia de la deuda del Estado y a la falsificación de los datos económicos por parte de la administración para evitar enfrentarse a las consecuencias de reconocer el déficit real.

Con este modus operandi de fondo, la farsa ha ido degenerando hasta acabar por convertirse en una verdadera tragedia griega, algo que por otra parte no debería sorprendernos en la que es considerada como la cuna del teatro, que llevó al Estado griego a declararse en quiebra, lo que obligó, el 2 de mayo de 2010, a que la troika, integrada por la Comisión Europea, el FMI y el BCE, a elaborar un plan de rescate, para el que aportaron 110.000 millones de euros. Posteriormente, en febrero del 2012, se procedió a un segundo rescate por valor de 130.000 millones de euros, incluyendo además una quita del 53% para todos los acreedores privados, entre ellos la propia Banca de Inversión griega, lo que provocó la quiebra real de dicha banca, y finalmente a liberar un préstamo adicional de 8.200 millones de euros en diciembre de 2012.

Al parecer nada de esto ha sido suficiente para satisfacer las necesidades de la sociedad griega que, en lugar de trazar un nuevo rumbo basado en el rigor presupuestario y la seriedad política, han preferido aplicar la miope filosofía del “sostenella e no enmendalla”, depositando sus destinos en manos de alquimistas políticos como Tsipras o Varufakis que, incapaces de desarrollar una gestión capaz de generar la riqueza necesaria para cubrir las ingentes necesidades de su pueblo, parecen persistir en la creencia de que los medios económicos para su sostenimiento van a seguir llegándoles procedentes de la generosidad del resto de los europeos, unos europeos que, una vez convencidos de que algunas sociedades, por definición, no tienen remedio, parecen mostrarse cada vez más hastiados de contribuir a sostener los excesos de determinadas democracias de gorrones.
Durán Mariño, José Luís
Durán Mariño, José Luís


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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