A mí, la verdad, me encantaría ser el tío ese que en
las playas pone las banderas para informar a los bañistas de si uno puede o no echarse al agua. Tiene que ser un placer eso de ir adonde están los trapillos de colores y pensar: «la verdad que hoy estoy animado, sí que lo estoy, y me encantaría que viniera mogollón de gente para charlar». Y entonces, pones la bandera verde y ¡hala!, miles de personas en el arenal y tú dando palique a unos y a otros.
Pero que estás así como un poco harto porque es fin de semana y no van a dejar sito para tu toalla y vas a tener que aguantar a
gente con sus aparatos de música, niños que te tiran arena, madres que gritan, imberbes que se pelean
con dos bemoles, bandera roja y aquí no entra nadie, van a entrar
si hombre
Que viene alguien y te dice que le extraña que esté la bandera roja cuando ve una calma chicha en el mar
pues, ya puestos, te creces y le dices que sí, que no es por el baño, sino que han visto unos tiburones. Bueno; eso si el que te pregunta es gallego, que de mar todos sabemos algo, que si es del interior y de mar na, pero na de na, pues entonces ahí ya es lo que te apetezca, que el agua del mar está afectada por
la enfermedad de la cría del mejillón, que hay una corriente interna peligrosa o, si te apetece, que el año pasado estando así el mar se ahogaron 10, 17 o 14.077 personas, que va a saber él si es
de Salamanca y ha venido a pasar tres día
bo.
¡Ah!, eso sí, digas lo que digas, no te olvides de la frase clave: «El mar es muy traicionero, muy traicionero». Y es cierto, el mar es traicionero pero el tío de las banderas es
tela.