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La trinca

viernes, 27 de febrero de 2015
A nadie se le escapa que la corrupción es el máximo común denominador de la clase política española y que no hace distingos entre los distintos grupos e individuos que se dedican a la noble labor del servicio público. Después de tantos años conviviendo con ella, los españoles hemos llegado a tolerarla y en algunos casos, casi hasta a justificarla, de tal manera que nuestra capacidad de sorpresa y de reacción están cada vez más abolidos.

Sin embargo, la reciente comparecencia del clan Pujol en el Parlament de Catalunya, con motivo de la investigación que se sigue contra ellos por el supuesto delito de cobro de comisiones ilegales y depósitos ocultos en distintos paraísos fiscales, con epicentro en Andorra, ha propiciado una página más propia de un esperpento valleinclanesco que de un parlamento democrático. Las esperadas explicaciones del molt honorable y de su señora e hijo, con reprimenda y bronca a los parlamentarios catalanes incluída, han comenzado, como no podía ser de otra manera, por negar la mayor: “nunca he sido un político corrupto”, una aseveración como mínimo muy controvertida para cualquier ciudadano que haya mantenido una fortuna oculta en un paraíso fiscal durante más de 34 años, pero con una relevancia especial al proceder de un individuo que ha ostentado durante años la mayor responsabilidad institucional de la comunidad catalana.

No obstante, superadas la impotencia y la indignación iniciales que nos provocan esta suerte de personajes que, fruto de la soberbia y del desprecio que sienten por sus conciudadanos, han acabado por confundir lo que es una simple labor de gestión de los intereses colectivos con atribuirse la propiedad de los bienes gestionados, con las consabidas consecuencias de su actuación que tanto hemos padecido y seguimos padeciendo los españoles a lo largo de la historia, he de reconocer que la comparecencia de estos dos ancianos y del mayor de sus vástagos, tratando de justificar lo injustificable, salvando lo grotesco de la situación, tuvo un cierto aire cómico, hasta el punto de que en determinados momentos de la comparecencia, tanto las explicaciones orales como la expresión corporal del trío de protagonistas, llegaron a recordarnos más a una actuación del genial grupo cómico catalán La Trinca(acertado sustantivo, sin duda, por sus diversos significados), que a una sesión parlamentaria dedicada a algo tan serio como es la corrupción política.

Finalmente, me gustaría hacer dos últimas consideraciones; por un lado el papel institucional del grupo de CiU en el Parlamento catalán, que durante la comparecencia se mostró entre ausente y cómplice con el que tantos años fue su máximo dirigente, algo francamente bochornoso para quienes se consideran a si mismos dueños de los deseos y las inquietudes de la sociedad catalana y por otra parte los antecedentes que, en estos asuntos de corruptelas, acredita el propio Pujol desde los lejanos años del caso Banca Catalana, del que fue exonerado gracias a las componendas políticas pactadas con el gobierno presidido por aquel entonces por Felipe González y es que, como me decía un amigo de la infancia: “es imposible luchar contra el destino, el que nace lechón muere cochino”.
Durán Mariño, José Luís
Durán Mariño, José Luís


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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