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Experiencias del fundador de UA: Los miserables

lunes, 01 de diciembre de 2014
He conocido numerosas definiciones de política. Para Platón el Estado que promueve la política debe estar fundamentado en la ética. La filosofía permite al gobernante buscar lo mejor para la sociedad. Para gobernar hacen falta los mejores. Aristóteles considera que el fin de la sociedad y del Estado es garantizar el bien supremo de los hombres, su vida moral e intelectual. El estado no puede velar por sus propios intereses, debe hacerlo por los intereses de la sociedad en su conjunto. Evidentemente las vibraciones que nos producen las conductas de los actuales mandatarios del Estado se alejan de estos conceptos del mundo clásico.

Vivimos un momento de máximo desprestigio de la política. La crisis de valores se ha promovido y extendido desde y por el Estado. La política no puede resolver los problemas de la sociedad por formar parte fundamental de los mismos. Ser político es adquirir un estigma entre mercader del templo y oportunista de un sistema que toma el poder popular y los transforma en poder de una casta. Esa puede ser una de las razones por las que sólo se acercan a la política aventureros como aquellos que al no tener nada en España, ya que ni eran nobles, ni ostentaban el mayorazgo del campesinado, ni formaban parte de las nuevas clases burguesas; al final sólo tenían la vida y la posibilidad de ganar honores y fortuna en el nuevo mundo.

Con magnífico acierto, el Premio Príncipe de Asturias de las letras, Antonio Muñoz Molina ha escrito un magnífico artículo en el diario El País que lleva por título "La corrupción y el mérito". Comparto las dos ideas básicas de su trabajo. Nadie se ha beneficiado más del rechazo del mérito y de la falta de una administración basada en él que esa morralla innumerable que componen la parte más mediocre y parasitaria de la clase política; en un sistema así la corrupción y la incompetencia casi siempre aliadas no son excepcionales, forman parte del orden natural de las cosas.

Lo malo es que la desesperación que lleva a unos al exilio dentro de la propia sociedad y a otros a nuevas-viejas formas de ruptura como Podemos, corren el riesgo de en la medida que se dotan para ser contrincantes de truhanes y malandrines en justas electorales, lleguen a infectarse con los vicios que se han convertido en subcultura del sistema o algunos pícaros se les aproximen disfrazados de indignados para ser miembros del nuevo Régimen y así estar en el lugar oportuno en el momento oportuno.

Nos sucedió en Unidad Alavesa. Nos lo habían advertido los amigos de Unión del Pueblo Navarro. Desde la emoción inicial al comprobar cómo conectábamos con la sociedad zaherida y huérfana de atención por los que mandaban o administraban lo público. Hasta los conflictos que nos desgastaron en peleas internas por pactar con quien fuera con tal de tocar poder y aprovechar la oportunidad de hacer fortuna.

UA como Podemos rompió los esquemas de la curia. Nos definimos como un movimiento social. No queríamos alinearnos con los bandos que luchaban por el poder. Queríamos poder hacer. Ser español desde la condición de ciudadano alavés, sin que nos impusieran por la fuerza credos, conductas y contencioso con España. Queríamos lo mejor para la sociedad que residía en aquel territorio que además contaba con la alusión constitucional al derecho y respeto a sus fueros como fórmula -pacto y libertad- de autonomía en España y en la Comunidad Autónoma del País Vasco -Euskadi-.

Fue la descomposición de la política vasca, la que nos permitió a los militantes del nuevo partido UA, denunciar el régimen que sufría Álava, cautiva por complejo entre culpabilidad franquista e inferioridad de ideas con el nacionalismo que avanzaba en el desarrollo del Estatuto de Guernica como fórmula mejor y más próxima al servicio de la ciudadanía lo que protagonizó una época en la que el PNV ponía las ideas y ETA las armas para alcanzar un trato muy especial dentro del batiburrillo de la construcción del Estado de las Autonomías, dónde la UCD -hoy sólo se recuerda lo bueno del partido de Suarez- estaba dejando España hecha unos zorros, y el socialismo vasco que dirigía Benegas, sólo pensaba como en Cataluña en sentarse al lado del padre -Lehendakari Honorable- necesitado de ser declarado vasco y nacionalista progresista.

Recuerdo con orgullo como nadábamos contra corriente. Cómo los pontífices de la prensa con sede en Bilbao nos insultaban. Cómo los enanos del bosque nos acusaban de trásfugas por haber despreciado públicamente aquella refundación AP-PP dirigida por personajes como Manuel Fraga, Jaime Mayor Oreja, Álvarez Cascos, Juan José Lucas, José María Aznar, que estaban convencidos que la derecha del PNV era la fórmula para gobernar en Madrid, con alianzas de cambio de cromos para favorecer la Autonomía Vasca, gracias a los informes de dos "ilustres" parlamentarios: Julen Guimón y José Manuel Barquero, este último de Ourense, que consiguió perpetuarse en esa canonjía que ha resultado ser el escaño en las Cortes de España.

No hay más que revisar las hemerotecas de aquellos años finales de los ochenta y comienzo de los noventa, para darse cuenta de cómo Álava era el granero de los recursos económicos, el solar de las nuevas Instituciones de ocupación vasca, la sociedad más descontenta, por su procedencia de la España pobre, con el nuevo régimen diseñado por el jesuita Arzalluz.

Nos sobró ilusión y generosidad. Nos faltó experiencia política para poner filtros a los que siempre vieron la política como profesión lucrativa y de trampolín para adquirir cartas de naturaleza ilustre sin méritos profesionales.

A nadie de los que acudieron a UA tras el primer éxito electoral en 1990, con tres inesperados parlamentarios por Álava, se les preguntó de dónde venían, las razones y qué habían aportado a la sociedad de la que procedían. Algo muy parecido le está ocurriendo a Podemos, con los círculos más allá del núcleo central que conforman los ideólogos, que sin duda disponen de méritos académicos, capacidad para comunicarse en la actual sociedad del ciberespacio, empatía con la situación social y el desprecio a la partitocracia.

Los hubo románticos, generosos, que lo dieron todo por la causa al servicio del pueblo. me quedo con tres nombres: Benigno Cortazar Larrea; Germán Dueñas; José Luís Añúa Ajuria. Seguro que puedo hacer una lista más larga, pero en estas tres personas rindo homenaje a todos los hombres y mujeres que dejaron su bienestar social y se expusieron en una aventura ilusionante y emocionante, cambiar el mundo y poner voz a los que la partitocracia había enmudecido.

Los hubo interesados, miserables, oportunistas, que desde el primer momento atisbaron el premio de la ruleta. Si aquello salía bien a ellos les iba a cambiar la suerte. Se convertirían en importantes personajes y tarde o temprano por sus despachos o en la barra de aquellas cafeterías de la calle Dato alguien les haría una propuesta de colaboración a inventario de sus propios intereses.

Habían descubierto la profesión de políticos, había que aprovecharla el tiempo que estuviera vigente. ¡Y vaya si lo aprovecharon!.

Mientras los sacrificados nunca ponían dificultades para estar en la calle o en los pueblos, escuchando y compartiendo, dejando a un lado sus empresas y sus trabajos, pues aquí sí que había patrimonio personal en juego; los segundos se apresuraron a poner en sus tarjetas de visitas el puesto que les daba la política a pesar de no venir más que de familias con cierto glamur de olor a naftalina, intentos baldíos de ser universitarios, fracasos en el mundo empresarial. Un proyecto de empresario que se dedicaba a presumir de experto en tauromaquia, cuando lo único que sabía era de mantenimiento en máquinas relacionadas con la industria papelera. Un proyecto de licenciado en físicas que terminó siendo enlace entre empresarios a la caza de concursos municipales y decisiones, dándole pingües beneficios que justificó a la vieja usanza- "he recibido una herencia de un pariente"-. Un proyecto de enólogo que tras fracasar en la aventura de las bodegas riojanas quiso emprender la aventura urbanística en un hermoso valle alavés desde la alcaldía y con las ayudas del PNV tras su salida de UA, cuestión que siempre tuvo en su mente de garrulo con ganas de ser invitado a los saraos de la burguesía vitoriana.

Hubo quien desde el principio echó sus cuentas. Nos vendió sus ideas de márquetin para salir al mercado y lo primero que hizo fue apresurarse a patentar lo que por ética era de todos. Luego cuando volvió, cambió presencia por apropiación indebida del programa electoral que los gandules del PP necesitaban para su propio contacto con la sociedad. Se lo pagaron con un retiro dorado en la empresa en la que trabajaba y en la que sufría el complejo de no haber llegado hasta dónde se creía que valían sus esfuerzos y años de dedicación. Otros con mucho menos habían escalado posiciones, mientras a él siempre le tocaba la ventanilla de atención al cliente.

La corrupción en política es muy frecuente y termina siendo costumbre que algunos pueden justificar desde la perspectiva del pago a sus servicios, conformando una subcultura que comprador y vendedor aceptan y sólo se rompe cuando la justicia irrumpe y convierte el negocio en delito. Desde la financiación de los partidos que no está aclarada por Ley, la adjudicación de obras, servicios y equipamientos, la regalía a quienes optan por favorecer mediante favor, o la colocación en la nómina de la administración a personas de confianza.

Y es que resulta demasiado fácil para los mediocres. Nadie les examina de nada. Nadie les pide servicios previos en la sociedad civil. En democracia cualquiera puede ser político. Basta con ir en una lista cerrada bajo unas siglas y conseguir que la ciudadanía vote a tales siglas. A partir de la toma de posesión del escaño Institucional, suelen olvidarse de quienes son los representados. Sólo cuenta la representación que ostentan y el poder que lleva parejo. Descubren la trascendencia económica que tienen sus decisiones. Ya no sólo es importante estar en la Institución, el siguiente paso lo constituye la ambición de mandar, gestionar, nombrar, aprobar, señalar. Todo ello acompañado del boato de la nueva situación en la escala social. A veces acompañada del ilustrísimo y del aforamiento.

Tiene razón Podemos cuando los señala como una "casta". Tiene razón Caritas Diocesanas cuando advierte y denuncia el estado de la pobreza en nuestro país. Tiene razón la corriente de opinión que asegura se terminó una época y la próxima hay que conquistarla, como el cielo. Tiene razón quien no está tan seguro sobre los beneficios de la caída del modelo socialista de la Europa Oriental, por el camino franco que le ha dejado al capitalismo más obsceno.

Y es que en este siglo XXI, hasta la fecha hay dos tipos de miserables. Los que señaló Víctor Hugo quien con la pluma nos hace una fotografía que contempla: el bien, el mal, la ética, la justicia, la política, la religión y la ley. Es la revolución de los desheredados contra la burguesía cada vez más conservadora, clasista y machista. Trabajo, salario, comida, cobijo, suponen un estado de necesidad extrema en una multitud de parias.

En el otro lado de la sociedad, la obra del gran Pablo Neruda; "El Canto General", desde dónde señala con sus poemas épicos la situación de Latino América explotada y subyugada por gentes sin escrúpulos, desde los aventureros hasta los nuevos ricos.

Pero será el viejo modelo colonial de la India y sus rituales Castas, lo que recogerá Podemos, fijándose en la casta del poder político y económico. Auténticos poderes fácticos que han venido a sustituir a los poderes fácticos: Iglesia, terratenientes y ejército, contra los que se enfrentan las reformas de Don Manuel Azaña.

Los poderes fácticos de la ciudad de Vitoria, que con la Autonomía llegaría a adquirir la condición de capital de Euskadi a la espera de Pamplona, fueron los causantes, el 3 de marzo de 1976, de una huelga revolucionaria en plena transición que sirvió para que la burguesía que paseaba por la calle Dato y se preocupaba por los beneficios de las acciones de compañías vascas en bolsa, entendieran que había una Vitoria de barrios llegada de otros puntos de España a trabajar en la industria creada en la Llanada, gracias al impulso de incentivos de la Diputación Foral. Esas familias eran demócratas cristianos y carlistas; algunos de sus miembros más jóvenes habían intentado ser universitarios pero el sistema les había expulsado, razón por la que muchos llegaron a otorgarse títulos que no alcanzaron, buscar cobijo en el funcionariado Foral o Municipal, vivir del cuento y ser los primeros en hacer política. Aquí podemos encontrar la flor nata del PP, antes AP. Todo esto magníficamente recogido por el profesor Antonio Rivera en su libros "El vitorianismo".

Ahí estaban los que llegado el momento traicionaron el espíritu social, libertario, reformista de Unidad Alavesa. Para ellos lo importante era haber llegado al lugar desde dónde podían influir y lograr mejores beneficios socioeconómicos que desde una profesión que ignoramos cual era. Hasta les salía la vena aldeana de provincia. ¿Cómo consentís que un gallego os diga lo que tenéis que hacer y sea el secretario general de un partido político alavesista?. No querían aceptar que Álava ya no era de ellos, de los vitorianicos de toda la vida. Álava era de los trabajadores y de los universitarios que habían llegado por oposición a los servicios públicos.

Cometimos un error. No constituir una amplia base dirigente sin aspirantes a ser como los que estaban en otros partidos. No en vano, en cuanto pudieron pactaron para tocar poder y llegar por esta vía a dónde no habían podido llegar directamente.

También hubo sus excepciones. Antón Sáenz de Santa María. Maestro, licenciado en filosofía y letras. Funcionario de carrera por oposición. Romántico historiador. Luchador contra el franquismo desde posiciones radicales que le pudieron costar la cárcel por ser el responsable de la Herriko Taberna de Vitoria, con su preparación, su inteligencia y su progresía, llegó a ser amigo y compañero, una de las piezas fundamentales de Unidad Alavesa.

A ello se suman gentes como Joaquín Guelbenzu, Teodoro Alonso, Manolo Castro, Miguel Martínez, médicos que nunca pidieron nada, y especialmente Juan Luís Barbería, un navarro que aportó su mejor hacer y que fue nuestro puente de unión con las gentes y dirigentes de Unión del Pueblo Navarro.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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