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El alma y sus afeites

martes, 14 de octubre de 2014
ALMA (acepciones):
- Parte inmaterial del ser humano que es capaz de sentir y pensar y que, con el cuerpo o parte material, constituye la esencia humana; según algunas religiones, también es inmortal;
- Espíritu o alma de una persona muerta que está en el purgatorio sufriendo para purificarse e ir al cielo, o que anda errante por el mundo de los vivos sin poder ir al cielo;
- Persona que está siempre sola, triste y melancólica.


La actriz tiene mi edad, acercándose a los setenta y cinco. Aparece sobre el escenario con un vestido largo y ceñido. La figura, esbelta y bien conservada, se desplaza con movimientos leves, aunque no gráciles, porque el tiempo mueve en ella con torpeza sus goznes herrumbrosos. Cuando la cámara, en un primer plano, muestra su rostro, se aprecia el forzado estiramiento facial, los ojos prisioneros en cápsulas que otrora fueron párpados graciosos, el cuello planchado como camisa vieja, la boca luce labios rojos que se adelantan, como el gesto de una flor plástica de utilería, abierta en patética rigidez… Esperamos la voz, tampoco es la misma, ha enronquecido y debe amoldarse, en cada inflexión, con los compases de la música. No está mal, cuando fue mejor; no desafina, cuando hace tres décadas cabalgó libre sobre el abanico de las notas juveniles. Suspiramos con disimulo.

-Qué bien se mantiene- dice mi amigo… -Si está igualita.

Asiento con la cabeza, pero no digo nada. Mi vecino es un varón septuagenario que se tiñe el pelo… Ganas me dan de decirle que parece un payaso triste, provisto de peluca ennegrecida que pone en evidencia la triste orografía de sus arrugas, que le desaliña el espíritu y el alma, pero me callo para escuchar juntos a la vieja paloma que amenaza cantar.

El recuerdo y su amante, la nostalgia, no son suficientes para paliar la sensación de la decrepitud y, sobre todo, el patetismo grotesco de la inútil lucha contra el tiempo que expresan las cirugías y los afeites externos, para detener al implacable Chronos. Es uno de los signos de nuestra época, la negación de la muerte, su ocultamiento, su elusión constante. Cultura de lo efímero, de lo intrascendente y fútil, del parecer que olvida el ser. Junto a ello, el exitismo y la fanfarria permanente; el “estado de fiesta” como razón de vida, aunque ya solo bailen esqueletos y despojos lamentables.

La cáscara de esta fruta humana se lustra y recompone, dentro de lo posible. Pero, ¿y el interior? Allí el proceso sigue su ritmo y los órganos se desgastan y retraen; aún no se ha inventado cómo renovarlos o hacerles un “afinamiento”, aunque se reemplacen ciertas válvulas del corazón decrépito y se transplanten piezas de urgencia y con poco uso, aunque se recurra a las grageas azules para recuperar el pulso viril, o a la ingesta de hormonas para restablecer los jugos perdidos en la fuente de Venus.

-¿Y más adentro de los órganos?

-¿Hay algo más allá?… ¿El alma, sugiere usted?

-Allí, precisamente, en el meollo, donde habita el hálito inmortal.

-Creí que usted era ateo, o agnóstico, como se autodenominan hoy los ateos “cobardes”…

-Ahórrese los calificativos torpes… Un amigo, mejor que usted, cantor de lo humano y lo divino, me reveló la existencia del alma, nada más observando el vuelo de las mariposas.

-Curiosa reflexión, a partir de un insecto que vive cuarenta y ocho horas. ¿No pretenderá que ellas poseen alma?

-Todos los seres la tienen, pero el alma también envejece, aunque se renueva antes de morir con el soplo de la esperanza, si sabemos insuflárselo por sobre toda aniquilación… Hay seres humanos que dejan morir el alma; son los “desalmados”, y abundan en nuestro tiempo, al punto de hacer disminuir, con sus acciones venales, el número de almas.

-¿Y no surgen, acaso, almas nuevas con cada nacimiento?

-Así debiera ser, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Es posible que el Hacedor se haya cansado de soplar sus figuritas de arcilla…

-No creo que exista el alma; eso es un invento de iluminados y frailes para explotar la credulidad en función de los poderes de este mundo.

-Es cosa de mirar con atención a nuestros semejantes; son “almitas” que deambulan por la existencia, persiguiendo no se sabe qué, quizá ese pájaro azul de la felicidad que nadie ha visto posarse en su jardín… Véalas cómo corren y se afanan por todos los vericuetos de la ciudad.

-Lo escucho hablar y pienso, vaya cómo nos cambia la vida… Yo que lo escuché, hace treinta o cuarenta años, tan rotundo y materialista dialéctico, a ratos “progresista”.

-Míreme a los ojos… ¿No advierte en su fondo el brillo del alma?

-Sólo veo la contracción de la miopía y unas sombras que reptan en el cristalino.

-Hombre de poca fe. Le dejo aquí, mientras retomo mi andar.

-Veo que es usted caminante compulsivo. ¿Qué gana con tragarse tantos caminos?

-Respirar a pleno pulmón, mantener ágil el cuerpo, para que los anhelos aireen el espíritu, para no envejecer tan rápido…

-Bicho raro es usted. ¿Quiere que le acompañe?

-Gracias, no. A estas alturas prefiero andar a solas con mi alma.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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