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Rayuela

viernes, 05 de septiembre de 2014
Nada en la vida ocurre por casualidad, o al menos eso es lo que solemos decir. Como fuera, Rayuela, mi Rayuela, ajada y algo destruida, me acompaña siempre en los grandes viajes. Será por libros… podría decir quienquiera que hubiese visitado cualquiera de las casas en las que he vivido.

Pero no, todo el tiempo ha sido Rayuela. Rayuela ha atravesado conmigo las grandes y las pequeñas aguas, las grandes y las pequeñas tierras…

Tampoco es la obra de Cortázar que elegiría si me viese forzada a ello. Casa tomada, La autopista del sur, Carta a una señora en París, o cualquier otro de los magistrales relatos del gran cronopio, estarían antes en mi lista.
Sin embargo, Rayuela…

Conocí a Cortázar, no a él, un eterno exiliado en ese París con el que soñaba buena parte de mi generación, sino a su obra, apenas llegada a Buenos Aires, con quince añitos, desde mi entrañablemente provinciana Montevideo. Casa tomada era el caballito de batalla de una profesora muy reaccionaria (como casi todas las que tuve del otros lado del charco amarronado), para “gorilear”amparada en el prestigio internacional de Julio. Él nunca aceptó que fuese un cuento antiperonista, pero yo, sin saberlo, le discutía (raro, ¿no?) a esa profesora odiosa su interpretación.

En fin, que conocí a Cortázar discutiendo… Los años pasaron, mal, todo hay que decirlo. Porque se vino un país horrible, sangriento, maltratador, con la violencia puesta las veinticuatro horas del día. Pero también era mi juventud, y los, pese a todo, maravillosos años de la escuela de Bellas Artes, de la Facultad de Filosofía y Letras, donde además de querer derribar el mundo conocido (que bien merecido se lo tenía) creábamos mundos paralelos, flotando en inaccesibles dimensiones.

Una amiga (¿te acordás María Eugenia?) me llamaba La Maga. No me sentía nada identificada con Lucía, excepto por lo de ser una outsider uruguaya anclada en París, enamorada de un porteño cuentero. No viene al caso, son otras historias…

Lo cierto es que quizás haya sido esa identificación que otros me dieron, pero Rayuela siempre va conmigo. En mis transmutaciones de adaptación forzada a circunstancias y culturas distintas, en mis bamboleos buscando lo que posiblemente jamás encuentre.

Cuando añoraba Uruguay cayó en mis manos Rayuela, cuando atravesé el océano y sentí nostalgias porteñas, seguía estando Rayuela. En mis anochecidas bruselois, buscando los mil diferentes tonos del poniente, echando de menos mi tierra gallega, a mano tenía a Rayuela.

Cosas que se me da por pensar, Julio, que de tanto releer tus palabras les encuentro cada vez un significado distinto. Y el aparente capricho de hacer una antinovela (una contranovela, que dirías vos), una novela para armar, ¿no será acaso una metáfora de la vida, con sus contratos no siempre renovables diariamente y sus puestas de sol extranjeras e ilusorias? ¿No esconderá el deseo de resignarse a desentrañar lo desentrañable, para dejar paso a la libertad de que cada uno, cada una, monte su propia colcha de retazos y le saque todo el jugo posible a esta estancia limitada y precaria? ¿No será una invitación, gran cronopio, para volver a jugar, la única forma aceptable de continuar viviendo?
Darriba, Luz
Darriba, Luz


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