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El gallo y la flor

martes, 08 de abril de 2014
Cuento

En la aldea había una granja y en la granja había un corral y en el corral había un gallo, que, la dueña de la granja, le había puesto por nombre Raniero, por estar de moda en aquel momento la figura del príncipe de Monaco.

Nuestro gallo era muy fuerte, muy hermoso y muy viril; el que ponía orden en el gallinero y al que admiraban todas las gallinas, pero él las despreciaba olímpicamente, porque se había enamorado de una flor.

Una bella flor de color rojo escarlata, nacida espontáneamente frente a la verja del corral.

La amaba tanto, tanto, que casi no comía ni dormía ni cantaba, porque no podía estar junto a ella como era su deseo, pues la verja se lo impedía.

Lo malo es que la flor ni se enteraba y pasaba de él, como pasaba del resto del vecindario del corral.

Y mientras el hermoso gallo se moría de amor, la hermosa flor se moría de risa con todo lo que la rodeaba y se divertía muchísimo jugando con las mariposas de vivos colores, los abejorros y las rojas mariquitas con sus puntitos negros en las alas.

A la flor le gustaba disfrutar de la naturaleza sin más complicaciones.

Le gustaba escuchar el canto del grillo, el canto de la cigarra, la voz burlona del cuco allá en el atardecer y al amanecer, le gustaba escuchar la melodía del mirlo y el rebuzno del borriquillo cuando regresaba cargado de hierba fresca y olorosa.

La flor era todavía muy joven y no entendía de amores.

Ni siquiera se le había pasado por la mente que otro ser pudiera ser infeliz por su culpa.

Y así fue transcurriendo el tiempo y Raniero seguía cada vez más melancólico, mientras en el corral se respiraba un enorme malestar.

Las gallinas ya no ponían huevos como antes y, claro, como es natural, tampoco se les oía cantar como antes después de cada puesta y esto restaba alegría al ambiente de la granja.

Como una cosa trae la otra, la dueña del corral tampoco podía disfrutar de aquellas sabrosas tortillas de patatas que tanto le gustaban y de aquellos huevos fritos con chorizo, que no le gustaban menos.

¡Todo estaba cambiando en la granja por culpa del amor de Raniero!

Y los meses seguían pasando y las hojas del calendario anunciaban que ya se acercaba la Navidad.

La dueña de la granja andaba muy atareada, porque esperaba de un momento a otro la llegada de sus dos nietos de ocho y diez años.

Se llamaban Margarita y Darío y eran unos niños que adoraban a su abuelita, por eso, el mejor regalo para ellos, era disfrutar de unas vacaciones en su casa y en su compañía

Por otro lado, ni que decir tiene que su abuelita era la mujer más dichosa con ellos a su lado

-¿Sabe que me llegan mis nietos'? - decía a todo aquel que se encontraba en su camino.
-Enhorabuena — le contestaban — estará usted feliz.
-Pues claro que estoy feliz, ¿cómo no lo voy a estar? - Respondía casi poniendo música a sus palabras.
- Si mis nietos son la ilusión de mi vida, si no los cambiaría por nada ni nadie — continuaba diciendo, mientras caminaba canturreando en voz alta como una jovencita.

Y por fin llego el día feliz.

Por fin llegaron a la granja Margarita y Darío, unos días antes de la Nochebuena, con el alboroto lógico en unos niños que vienen a disfrutar de su mejor regalo.

Una vez pasadas las primeras efusiones, la dueña de la granja se puso a dar ordenes a la cocinera.

-Bueno, ya lo sabes, he decidido sacrificar a Raniero para esta Nochebuena, porque es un gallo que no sirve para mi gallinero. Las gallinas están tristes y no ponen huevos. El, no cauta y anda siempre como como un anima en pena. Así que vete al mercado a comprar otro y éste, nos lo comemos esa noche.

La cocinera obedeciendo órdenes se dispuso a salir hacia el mercado, y cuando ya estaba en la puerta, la abuelita le advirtió enérgicamente:

-Antes de soltar el dinero para pagar el gallo, asegúrate de que sea un gallo cantarín y de buen carácter. No vaya a resultar un cenizo como Raniero.
- Déjanos ir con ella abuelita, y nosotros lo elegimos — dijeron los nietos encantados y con la misma, sin esperar la respuesta, salieron los tres para el mercado.

A1 cabo de un tiempo, regresaron con un hermoso ejemplar de plumaje multicolor y brillante, con pinta de ser el gallo perfecto para sustituir al otro.

Y a partir de entonces, la cocinera dos veces al día, dedicaba una buena parte de su tiempo en cebar a Raniero con enormes bolas de pan mojadas en leche, que introducía en su buche a la fuerza, sujetándolo en su regazo para que no se resistiera

Así Raniero, contra su voluntad, engordaba de día en día convirtiéndose en un capón, digno de la mejor cena navideña.

Ya no era un gallo esmirriado como antes, pero seguía siendo un gallo más triste que un cementerio.

Ni por casualidad se escapaba de aquella garganta un ligero ¡kikiriki!

Y llego el día de Nochebuena y por la mañana muy temprano, la cocinera comenzó los preparativos para sacrificar a Raniero.

Margarita y Darío, que ese día con los nervios pensando en la fiesta y los regalos madrugaron más que nunca, irrumpieron de pronto en la cocina pidiendo el desayuno,

La cocinera, que ya tenía todo dispuesto para el sacrificio de Raniero, hizo una pausa para servir el chocolate y los churros que tanto le gustaban a sus pequeños.

Y mientras lo preparaba, Margarita salió un momento al huerto y regreso trayendo en sus manos una hermosa flor de color rojo escarlata.

-Mira que flor mas bonita encontré cerca del corral —dijo encantada de su hallazgo.- Se la voy a regalar a la abuelita por la fiesta de esta noche.

Y de repente, Raniero, que se encontraba con las patas atadas encima de la mesa en actitud resignada, dio un enorme brinco, comenzó a mover las alas intentando levantarse y de su garganta brotaron una serie de ¡kikirikis! ininterrumpidos, que dejaron a todos paralizados sin saber que hacer.

La niña, asustada ante aquella escena, instintivamente dejo la flor sobre la mesa, prácticamente sobre el gallo, que comenzó a acariciarla con el pico como si quisiera devorarla, sin dejar de cantar, esforzándose para poder levantarse.

-Pero ¿qué bicho le ha picado de repente a este gallo? — comento sin comprender nada la cocinera.
-Es que se ha dado cuenta de que lo vas a matar — respondió la niña.
-No lo mates — comenzó a llorar el niño — yo no quiero que lo mates, suéltale las patas que le hacen daño las cuerdas.
-Déjalo volver al gallinero — lloré a su vez Margarita — yo tampoco quiero que lo mates.
-Pero, ¿no veis que es la cena de esta noche? — dijo la cocinera — Además, al corral no puede volver, porque ya hay otro gallo y se matarían los dos.
-Bueno pues suéltale las patas para que no sufra, ¿vale? — dijo la niña.
-¡Vaaaale! — dijo a su vez la cocinera, mientras desataba el nudo del cordón que tenía preso a Raniero.

Y nada más verse libre, el gallo dio un enorme salto seguido de un alegre y prolongado canto.

Después, miro tiernamente a su amada que parecía feliz despertando al amor.

La acaricio y la besó mil veces con el pico, y la sostuvo entre las alas mientras desaparecía por la puerta de la cocina con ella en brazos, perdiéndose entre los arboles del bosque vecino.

Los niños lo celebraron con un fuerte aplauso.

La cocinera con la boca abierta.

Y la abuelita, con resignación, comprando otro capón para la cena de Navidad.

Y esta es la historia de amor
Entre un gallo y una flor,
Que vivieron muy felices
Sin necesitar perdices.
Olavide, Maruxa
Olavide, Maruxa


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