Para Lola

Cuando el mundo cristiano celebraba la conmemoración del nacimiento de nuestro salvador Jesús, y recordábamos que Dios se encarnó en un niño de un perdido pueblo de Judea, la luz de Dolores Rodríguez Quiroga, Lola para sus amigos y familiares, comenzaba a trascender al palacio de cristal donde brilla la luz de Dios.

La estrella que guió a los Magos de Oriente hacia el niño Dios, condujo el alma de Lola hasta esa otra dimensión, libre del espacio y del tiempo, y la elevó al estelar mundo de la esencia divina.

Nació en San Pedro, pueblo de Quiroga, y San Pedro le abrió las puertas de ese mundo libre de las cadenas del sufrimiento y la recibió con sus brazos abiertos.

Cuando observemos brillar una rutilante estrella en el infinito firmamento, pensemos que es Lola la que sonríe a sus seres queridos e ilumina sus vidas. Aquí deja a su amado esposo, Isidoro, con el que compartíó sesenta y cuatro años de sus fructíferos ochenta y cinco. Aquí quedan su hija, Esther, su querida estrella, y sus amadísimas nietas: Esther, la estrellita de sus ojos y Estefanía, su premio y gloria.

Lola fue mujer de intensa religiosidad, por lo que su alma disfruta de la presencia de Dios y a su divina esencia se reintegra. Permanece en su querido huerto y como dijo aquel poeta – su espíritu habrá vagado por él hasta emprender su último viaje-. Quedan sus libros, a los que dio vida al leerlos. Aquí permanece Lola mientras permanezcan sus seres queridos.
Pensemos que la muerte es sólo la puerta que se nos abre a esa otra dimensión exenta de lo efímero y llena de eternidad. No lloremos, miremos únicamente el estrellado firmamento y pensemos que Lola ha trascendido al paraíso de la eternidad, al espacio de la divinidad.


(Un amigo de la familia).