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La injusticia del aborto

viernes, 14 de febrero de 2014
Con motivo de la presentación, por parte del Ministro de Justicia, del borrador de la nueva ley del aborto, se está produciendo un acalorado debate público entre aquellos que mantienen posturas a favor y en contra del derecho a abortar que reclaman para sí algunos grupos sociales, principalmente feministas y políticos ideológicamente de izquierdas. La magnitud y la trascendencia del asunto está fuera de toda duda, ya que se estima que desde el año 1985 en el que se aprobó la primera ley reguladora, la cifra de abortos anuales en España está por encima de los 100.000, lo que supondría una cifra resultante total entre los 2 y 3 millones de individuos, a los que se privó de su derecho a la vida.

Aún siendo conocedor de que cualquier posicionamiento antiabortista va a generar de inmediato un rechazo y un enfrentamiento con los citados grupos, voy a asumir ese riesgo, para intentar ser la voz de aquellos que nunca podrán ser escuchados, a sabiendas de que es este un asunto que, lejos de plantearse como un debate sosegado y reflexivo, como correspondería a la trascendencia de lo debatido, está excesivamente contaminado desde el origen: contaminado por un exceso de ideología en sus argumentos, de hipocresía en sus planteamientos y panfletario en sus formas, fruto de una sociedad que atiende mucho más a su condición animal que racional y habituada, por tanto, a tener un concepto muy laxo en todos aquellos temas que afectan a la ética y a la moral y que tiende a escoger siempre el camino fácil que consiste en contentar a los grupos de presión, antes que el camino, fatigoso a veces, de la ética y la verdad.

Comparto con Italo Calvino que “traer un niño al mundo tiene sentido sólo si el niño es deseado consciente y libremente por sus padres” y que “cada aborto es un dilema moral que deja una marca, y aquí el destino de una mujer se encuentra en una situación desproporcionada de desigualdad con el hombre, por lo que el hombre debería morderse la lengua 3 veces antes de hablar de estas cosas”. Sin embargo discrepo con él cuando ignora al no nacido, al no considerarlo como un sujeto poseedor de sus propios derechos y, de todos ellos, el fundamental es el derecho a nacer.

De los múltiples argumentos esgrimidos por aquellos que se posicionan a favor del aborto hay dos que, al menos por lo repetidos, parecen ser los más relevantes: el derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo y que no se puede obligar a una mujer a ser madre. Sobre ambos me gustaría ofrecer, no una serie de convicciones personales, sino un conjunto de datos objetivos que, por si mismos, desacreditan dichos argumentos.

Con respecto al derecho que argumentan algunas mujeres a “disponer de su propio cuerpo”, resulta evidente que se trata de una creencia equivocada, de una simple falacia, (y apelo en esto a las enseñanzas de Jan Langman, autor del más importante tratado de Embriología Médica conocido), ya que la identificación de un individuo no viene determinada por su aspecto, su lugar de nacimiento o por su desarrollo, sino por una dotación cromosómica que es única, personal e irrepetible, lo que constituye su “cariotipo” y que hoy puede ser determinado científicamente. En el caso de los humanos es de 46 cromosomas, (44 son autosomas y 2 son cromosomas sexuales), de los cuales la mitad, o sea 23 cromosomas, proceden del padre y la otra mitad de la madre, lo cual convierte al embrión o feto en un individuo con un 50% de dotación genética procedente, a partes iguales, del padre y de la madre, pero diferenciado de ambos y único en si mismo. Que el feto es un individuo inmunológicamente diferente de la madre queda manifiesto en determinadas patologías clínicas, como son el rechazo intrauterino debido a la incompatibilidad del Rh o por el hecho de que muchas madres, ante enfermedades de sus hijos que requieren trasplantes de órganos, tal como ocurre en determinadas leucemias con la médula ósea, no pueden actuar como donantes de sus propios hijos debido a la incompatibilidad inmunológica que comparten.

Dice el propio Dr. Langman que “el desarrollo de un individuo comienza con la fecundación, fenómeno por el cual 2 células muy especializadas, el espermatozoo del varón y el oocito de la mujer, se unen y dan origen a un nuevo organismo, el cigoto”. Este tendrá un desarrollo y una maduración ininterrumpida hasta el momento del nacimiento, diferenciándose 2 períodos durante este desarrollo: el “embrionario”, que abarca desde la concepción hasta la 8ª semana y el período “fetal”, que va desde la 9ª semana hasta el final de la vida intrauterina.

En cuanto al hecho de que, en el ejercicio de su libertad, “no se puede obligar a una mujer a ser madre”, compartimos ese convencimiento, pero deberíamos reconocer que el hecho de la maternidad no es más que la consecuencia de otras decisiones tomadas previamente, a priori también libremente, tanto por parte de la mujer como del hombre, cuyas consecuencias serán la concepción de un nuevo individuo. Dicha libertad de decisión debería ir acompañada de la asunción de las responsabilidades que conlleva.

Estos son sólo algunos de los argumentos esgrimidos por los grupos supuestamente defensores de los derechos humanos que, además de triviales, son profundamente hipócritas y tendentes a manipular la opinión de la ciudadanía. Son estos los mismos colectivos que al tiempo que se esfuerzan en promover el Proyecto Gran Simio, que defiende una serie de derechos para los primates, entre los que están el derecho a la vida, a la protección de la libertad individual y la prohibición de la tortura, niegan sin embargo el derecho básico a la vida para los individuos de la propia especie. A todos ellos les pediría un poquito más de reflexión pero, sobre todo, un mínimo de rigor científico y, por supuesto, intelectual, al tratar estos temas.
Durán Mariño, José Luís
Durán Mariño, José Luís


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