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El Lobo de Wall Street

miércoles, 05 de febrero de 2014
El Lobo de Wall Street “El lobo, el Robin Hood del S.XX…

… que le quita el dinero a los ricos para dárselo a sí mismo y a su alegre banda de Brokers” Así definió en su día la revista Forbes a Jordan Belfort y a su compañía Stratton Oakmont mientras robaban millones de dólares a sus clientes. Una definición muy acertada de la figura de Belfort que tan brillantemente ha llevado a las pantallas Martin Scorsese.

La última cinta de Scorsese El lobo de Wall Street, nos transporta a la época dorada de Casino y Uno de los nuestros. Primero fue el juego en Las Vegas, después la mafia siciliana y ahora la mafia más grande del mundo: la mafia del dinero en su punto neurálgico, Wall Street. Y nos lo presenta con una historia real, la historia de Jordan Belfort, basada en su biografía. Ahora los aprendices del “capo”, como animales hambrientos, son los mafiosos del dinero con teléfonos en vez de pistolas. Se trata de una pequeña mancha, casi anecdótica, dentro de un mar de corrupción, que puede ser extrapolada a todas las instituciones y ámbitos susceptibles de chanchullismo hoy en día.

Con un montaje espectacular, llevado por la ya conocida editora de Scorsese, Thelma Schoonmake, la película tiene un ritmo irrefrenable durante casi dos horas y media. Cuando parece que la espectacularidad y el excentricismo en la pantalla no pueden trascender más, lo hace. Los extensos monólogos de Dicaprio hablando a cámara, cientos de extras en espacios reducidos, detalladas cámaras lentas y una memorable banda sonora que culmina con el Mrs. Robinson de Simon y Garfunkel, no le han servido para la nominación al Oscar (parece que no sólo Leonardo Dicaprio es saboteado por algunos miembros de la academia).

“No hay nobleza en la pobreza, he sido un hombre pobre y he sido un hombre rico y prefiero ser rico todas las veces”

El ascenso y la caída es una vez más el eje argumental de Scorsese. Cómo alguien corriente pero ambicioso se introduce en un mundo corrompido y se hace el amo del universo. Existe un gran paralelismo entre el personaje de Ray Liotta en Uno de los nuestros y Jordan Belfort. Liotta asciende como la mano derecha del capo de la mafia pero desciende a los infiernos delatando a toda su banda. De la misma manera desciende a los infiernos Jordan Belfort. Aunque para Ray el infierno consiste en vivir como un “gilipollas” en protección de testigos y para Belfort consiste en acabar bebiendo una anodina cerveza sin alcohol. Pero el final es el mismo, el castigo para los protagonistas es acabar siendo un hombre corriente.

El voto de la honestidad se lo doy a Scorsese "Yo no juzgo, sólo hago cine". El discurso moralista no tiene cabida en la cinta, ni falta que hace. Presenta a los personajes tal y como son, dejando al público que juzgue por sí mismo. Cosa sencilla sería provocar el drama mostrando la otra cara de la moneda: ese hombre que ha hipotecado su casa para invertir en bolsa, o esa mujer que se queda sin pagar el alquiler porque un tal Jordan Belfort le ha aconsejado invertir en Aerotyne. Evita el juicio con el mejor aliado que tiene: el humor más políticamente incorrecto que he visto en años. Y os aseguro que no se puede parar de reír. Los discursos de Dicaprio son tan alentadores que, con micrófono en mano, consiguen que el mismísimo agente del FBI que le enchirona no deje de pensar en sus pelotas sudadas en el metro al final de la película.

“Con el viento se limpia el trigo y los vicios con castigo”

Al final no hay catarsis, no hay castigo, no hay arrepentimiento. Ni la cárcel ni la reinserción en la sociedad son un problema para los ricos. Una moraleja del mundo que hoy nos rodea y de cientos y cientos de historias que llenan hoy nuestros periódicos. ¿Es justo? No. Pero recuerden las palabras de Scorsese: “Yo no juzgo, sólo hago cine”.
Conde Pérez, Andreia
Conde Pérez, Andreia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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