Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Argentina, 1976...

martes, 21 de enero de 2014
En Memoria de Juan Gelman


INCORPÓREA, OS BUSCO

Barrio plateado por la luna… La luna brilla en las aguas del río de la Plata. Desde el patio se ven los reflejos largos que peina la corriente. La noche acuna mis sueños al son del murmullo del viento bailando con las hojas. Doce campanadas. Doce. . . Es medianoche.
Hoy nos hemos reunido algunos amigos para reflexionar sobre las preocupaciones de siempre: la mala distribución de la riqueza, la corrupción. . . El golpe de estado. . . La dictadura amordaza las bocas, las conciencias. . . Todos los golpes de estado son demoledores: física, psíquicamente. Demoledores. A callar. A obedecer. Callar, callar. . . Rumores de milonga son toda mi fortuna. . .

Veinte, hoy he cumplido veinte años. Veinte años no es nada…
Luza, mi marido, trabajó todo el día. Ahora por fin hemos podido cenar juntos, contarnos mil cosas, darnos mil abrazos. Y su regalo: un vestido azul con margaritas bordadas en los tirantes.
-Póntelo, a ver qué guapa estás.
Y sí, me sienta bien, aunque con esta barriguita tan grande, con las pataditas del bebé. . . Bueno, sí, cabemos en él.
Hoy nuestro hijo está revoltoso, juguetón, o ¿inquieto? No, por qué iba a estarlo.
-Mira -digo- parece un vestido móvil, fíjate como patalea.

-¡Anda!, -contesta- va ser futbolista, seguro; por lo menos otro Mario Kempes.
-¿Sábes?, sólo quiero que sea sano y bueno y que todo salga bien y que tenga tus ojos negros y que sea feliz y. . . y que viva en una sociedad libre. Libre y justa.
Luza es profesor, yo estoy finalizando mis estudios. Ambos nos preocupamos por la política creemos que las dictaduras no son buenas, que un país tiene derecho a elegir sus gobernantes y no cargar con los que a través del terror y la fuerza se autoimponen. Debemos convencer a la gente para que nos ayude a exigir el cumplimiento de los derechos humanos, la convocatoria de elecciones, la obtención de libertad. ¿Qué es uno sin libertad?. . . No es.

Casi la una. La luna juega a la escondite con las nubes. Por el río se deslizan las luces de los barcos que se desplazan lentamente.
-Nena -llama mi marido- ven a la cama que mañana hay que madrugar.
-¡Voy!
Corto una rosa, rosa, que huele como sólo pueden hacerlo las rosas. Entro en casa. La pongo en un vaso con agua. Se la regalo. El perfume se esparce por el dormitorio. Me descalzo. Saco el vestido azul. Me acuesto. Apago la luz. La cabeza sobre su pecho. Las piernas enredadas en las suyas. Así, sólo así soy capaz de dormirme en un momento.
¡Pum!, ¡pum!. . . Unos golpes enormes. Siniestros.
Despertamos asombrados, nos sentamos instantáneamente. Antes de encender la luz ya unas linternas nos ciegan con sus bocanadas ardientes. No sé quienes están frente a nosotros. Gritan obscenidades. Nos arrastran de los pelos a lo largo del pasillo, de la acera. . . Nos introducen en un furgón lleno de cuerpos doloridos.
-¡Luza! -grito- ¡Luza!

Él con la cara sangrando yace a mi lado sin sentido. Unos gimen. Otros sollozan. Mi niño. . . Mi niño patalea con más intensidad que nunca. Boxeador, creo que si
pudiera sería boxeador como Cassius Clay, les rompería la cara a estos aparecidos que nos acaban de secuestrar.
Negra. Negra se ha vuelto la noche de luna llena.

A patadas, a empujones, me arrastran sobre un suelo helado. Grito, pido, suplico que me dejen estar con mi marido. . . Febril la mirada errante en la sombra te busca y te nombra. . .
-Ja, ja, ja. . . ¡Plaff!, ¡plaff!, ¡plaff!
A bofetadas me introducen en una celda sucia, desconchada, maloliente, ciega. . .

Pasan las horas, los días. . . pierdo toda noción del tiempo. . . del tiempo. Tengo que evadirme, distraerme, pensar en algo que no sea en este martirio que estoy sufriendo. ¿Cuánto llevaré aquí encerrada? ¿Cuánto? Pensar en el tiempo que existe desde el principio, hasta en la Biblia se dice: “El primer día hizo la luz”, no, “hizo el tiempo”. Él ya estaba. Ya era. ¿Cuánto habrá pasado? ¿Cuánto? ¡Qué enigma! , intentar desentrañarlo, comprenderlo, ocuparía mi mente distrayéndome de otros pensamientos negros. ¡Qué misterio! Tiempo inmutable, ubicuo, inmortal. . . Siempre, siempre . . . Mi tiempo, el tuyo, el nuestro, es lo que nos dure la vida.
¿Dónde estarás en este instante. . . ahora, en el presente?

¿El presente? Sólo existe para quienes nos desarrollamos a través del tiempo sin ser parte de él; aunque él lo es todo para nosotros porque sin su presencia dejamos de ser.

¿Ayer? Ya no es, nunca volveremos a aprehenderlo, sólo podemos guardarlo en la memoria. ¿Ayer? Ayer no retornará. Jamás volveré a oler el perfume de
aquella rosa, rosa. El recuerdo es el único reducto donde conservar el halo del tiempo inmortal que ya fue. . . Que para mí ya fue.
¿Hoy?. Mi hoy es ahora mismo, el instante agónico en el que respiro. Sólo este instante, sólo éste; porque ¿respiraré dentro de otro segundo?
¿Mañana?, ¿existirá?, ¿lo veré? Mi mañana es sólo un anhelo de la conciencia, un deseo irrefrenable de seguir siendo en el espacio que vibra en el soporte del tiempo. El mañana aún no existe. Y tú. . . tú. . . Dónde estás corazón no oigo tu palpitar. .
Pero. . . pero, no quiero seguir pensando en esto que me angustia . . . Mi cabeza . . . Los pensamientos se agolpan . . . No quiero seguir filosofando . . . Tengo que distraerme . . . No quiero volverme loca, no quiero gritar, no quiero que mi niño se asuste. Me evadiré. Nos evadiremos. . . No tengas miedo. Sé que el tiempo no, no cambia, es y basta. Pero el espacio sí, el espacio varía constantemente en las fauces del tiempo que todo lo contiene. Este espacio negro y horrible es circunstancial, estamos encarcelados: físicamente encarcelados; pero nadie puede quitarme la libertad de pensar. . . pensar. . . Yo, vida mía, te voy llevar de paseo. Transcenderemos este lugar, iremos a otro. Sí, no pensaré en cosas tristes. . . Mira estamos en una fiesta. . . Qué brujo es el amor a media luz los besos. . . La montaña vestida de verde y flores, envuelta en el aura del sol del mediodía. Bajo la arboleda. A la sombra refrescante. El murmullo de la fuente. Mantel blanco sobre mesa de piedra. Manjares deliciosos recién hechos en la lumbre de esa parrilla que exhala aroma de leña, de bosque, de resina. . . Todos: papá, los abuelos, los tíos, los primos, los amigos. . . Tú en mí. . . oyes, hueles, ves por mis ojos, sientes felicidad. . . ¡Qué bien se está! Y el sol baila entre las flores, alumbra los pétalos de esa violeta, de la que se inclina bañándose en el agua de la fuente. . . Y el ruiseñor. . . ¡qué trinos!, ¡qué música celestial!.

. . Su mano, la de papá, se posa en el bulto de mi vestido azul: azul con margaritas en los tirantes. El bulto te esconde a ti, te protege. Su mano te acaricia. . . nos acaricia. La brisa suave mece mi cabello, refresca levemente. . . se agradece. El mar, al fondo, en el nacimiento de la montaña. El mar abraza y vuelve a abrazar la playa . . . Todo: montaña, sol, cielo, mar . . . Todos: nosotros . . . Felicidad, es la feli . . . Y al rodar en tu empedrao es un beso prolongao que te da mi corazón. . .

Siguen pasando las horas, los días. . . Gritos, alaridos, golpes. . . No, no le he vuelto a ver ni a escuchar su voz. Sangraba, cuando nos metieron en la furgoneta su cara estaba teñida de sangre. . . Es tan fuerte el dolor que no puedo llorar. . ..
-¡Quiero ver a mi marido! ¡Dejádmelo ver! ¿Dónde está? ¿Qué le hicisteis? ¡Asesinos! ¡Asesinos! . . . Grité. Grité hasta quedarme ronca. Hasta perder la voz.

Una mano negra, no de piel, de maldad, descorre el cerrojo que atranca la puerta. Uno, cara de lata, me empuja hasta un lugar lúgubre, horroroso, lleno del eco del sufrimiento; impregnado del olor de la vida, de la muerte. Olor de sangre que al derramarse arrastra la vida que sustentaba. ¿Y él? ¿Manchó aquellas piedras su sangre?
-¡Quiero ver a mi marido! ¡Quiero verlo!
-¡Confiesa zorra! ¿Qué tramáis? ¿Qué contactos tenéis? ¿Dónde y cuándo os reunís? ¡A ver qué lista eres ahora, cerda preñada! ¡Habla rápido o te machacamos la barriga!
-¿Habla? ¿Confiesa? No tengo nada que decir, no soy una terrorista, jamás herí a nadie ni proyecté hacerlo. Yo sólo quiero la libertad para todos, que podamos elegir a nuestros gobernantes y, vosotros también, que podáis eleg . . .

¡Pum! Una patada directa al vientre hace que mi cuerpo se retuerza hasta caer de bruces contra las baldosas heladas. ¡Mi niño!, ¡mi pobre niño. . .! Otra patada me vuelve boca arriba. Casi no puedo respirar, mis ojos pugnan por salirse de las órbitas. No alcanzo a comprender la barbarie del género humano.

Veinte años. . . veinte años no es nada febril la mirada errante en la sombra te busca y te nombra. . .
-¡Vale, dejadla ya! Está a punto de parir, es mejor no golpearla más. Ya sabéis que el jefe tiene interés por los recién nacidos.

Plaza de Mayo. Es primavera. Las flores exhalan perfumes doloridos que acarician a todas las madres. Madres de la Plaza de Mayo que se manifiestan día tras día, año tras año, pidiendo que les digan dónde están sus hijos, dónde sus nietos

Me duele mucho. Sangro a raudales. Tengo contracciones seguidas. Mi bebito va a nacer.

Cárcel sucia, ciega, horrible. Cárcel. Yo quería que tú, vida mía, nacieras en nuestra casa desde donde se ve el río de la Plata, el sol y la luna . . . Y las rosas, rosas, perfumarían el parto para que inhalaras su aroma en la primera bocanada de aliento. Tú, mi niño adorado, ibas a crecer en un mundo libre acunado por nuestro amor, por mi pecho.
Temo que vayan a matarme ¿Y tu padre? ¿Qué le habrán hecho a tu padre?

-¡Socorro! ¡Socorro! Estoy dando a luz. ¡Ayúdenme!, no dejen que mi hijo muera.

Vienen dos, caras de cera, me llevan a una habitación blanca. Blanca. . .
-¡Mi hijo es un alma inocente! ¡Dénselo a mis padres! ¡No lo dejen morir! ¡Por favor! ¡Por favor! . . .

Plaza de Mayo. La de los zapatos rojos. La de la rebeca blanca. La que grita con más fuerza. . . Esa es. . . Es mi madre.

Mi cuerpo como un manantial se abrió para dejarlo nacer. Le oí llorar. Su primer aliento no fue aroma de rosas.
Mi niño, la viva imagen de su padre, los mismos ojos negros. . . Están cortando el cordón umbilical. . . Quieren separarnos. . . Pero no, tú siempre serás mío y yo tuya. Tú mis genes. Tú mi aliento. Tú mi vida.
¡Qué raro!, te veo ahí abajo cerca de mí. Pero ¡no es posible!, porque yo no estoy ahí, estoy aquí, aquí flotando sobre ti y sobre mí.
Te envuelven en una manta. Te llevan.
-¡No os llevéis a mi niño! ¡Es mío! ¡Lo quiero!
No me oyen. Ni quieren. Ni pueden.
-¡Dádselo a mi familia o a la de su padre!
No oyen, ni quieren, ni pueden.
Sigo allí sobre la mesa, rodeada de un charco de sangre. Pero estoy aquí cerca del techo viendo cómo, de pronto, me arrastran hasta un almacén y me tiran junto a otros cuerpos.

Mi niño. Lo llevan. Se lo llevan a uno cara de gente, corazón de acero, vestido de uniforme. Él se lo regala a su mujer como si en vez de un niño fuese un vestido azul, azul. . . sin margaritas en los tirantes. . . en los tirantes.

Soy una sin cuerpo. Tengo que ir a muchos lugares. Indagar. . . Indagar. . . Puedo moverme por todas partes. Voy en busca de mi niño y de mi marido. Nos iremos a casa los tres. Seremos una familia libre. . . libre.
Pero no, no puedo hacer nada. . . nada. . . no tengo cuerpo. Si. No . . . no aquel cuerpo que está en el almacén . . . Soy igual . . . pero no . . .Pero no . . . no.

Mi madre, la de Luza, pañuelos blancos cubren sus cabellos. Lloran. Nos buscan. Lo buscan. A nuestro niño. Lo buscan.

Incorpórea yo también busco. . . Te busco.
Un avión pasa a mi lado sobre el mar inmenso. Se abre una puerta y tiran un cuerpo con un peso atado a los pies. Su olor. . . Su olor es tu olor. Horrorizada quiero agarrarte, elevarte, abrazarte, impedir que sigas esa trayectoria vertical que apunta al fondo abisal. Tú. Eres tú y respiras. Eres tú en tu cuerpo. . . El mío, este mío, puede flotar en el espacio sideral pero no es capaz de sostenerte. Tus átomos, más juntos que los míos, me atraviesan con la misma facilidad con que un rayo de sol atraviesa la niebla.
Con una rapidez que siento prolongada como siglos vas descendiendo hasta chocar contra el cristal del mar. Te sigo, te rodeo con mis brazos. Te quiero tanto. . . Escucha hermano la canción de la alegría. . . El agua se llena de arpegios entonando con energía indescriptible la sinfonía de Beethoven. . . El canto alegre del que empieza un nuevo día. . . Y de pronto tus manos se agarran a las mías. Tus átomos vibran al ritmo de mis átomos. Juntos vemos como tu otro tú sigue hundiéndose en el océano primigenio. Comprendemos que nada acaba, que todo se transmuta. De nuevo tú y yo somos dos en uno.

Tu madre y la mía siguen llorando, pidiendo que les digan dónde estamos. Dónde nuestro hijo.

Nosotros nos amamos con la pureza de las rosas rosas. Tu otro tú yació en el fondo del mar hasta transformarse en algas y peces. Mi otro yo fructificó en árboles y flores después de que lo enterraran bajo tres palmos de tierra.

Él. El niño de tus genes y mis genes sigue secuestrado, engañado, mecido por los brazos de la mujer de aquel hombre cara de gente, corazón de acero. Nuestro hijo es, sin serlo, su hijo. El hijo de nuestro asesino.

Nuestras madres han envejecido. Siguen pidiendo que les digan dónde estamos los tres.
Vosotras. Vosotras, nuestras madres, preguntáis. Preguntáis. . .
Nosotros no podemos responderos.
Mas cuando llegue el día de las Trompetas Blancas
y veáis a vuestros hijos de nuevo resurgir . . .
quizá quieran contaros todo lo que vivieron,
o tal vez se callen por no haceros sufrir . . .
Guerrero, Dolores
Guerrero, Dolores


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES