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El milagro laico de Nelson Mandela

martes, 17 de diciembre de 2013
Puertas afuera

El accidentado camino de perfección de Mandela, del terrorismo al pacifismo

A los 76 años, cuando otros coronan su vida, Nelson Mandela había ganado en 1994 las primeras elecciones libres a la presidencia de la República de Sudáfrica. Y tenía una inmensa tarea por delante: la consolidación de su gran revolución tranquila de unir en paz y en democracia a su pueblo, dividido entre varias razas y creencias y en particular, enfrentado entre una poderosa y rica minoría blanca de 4,6 millones y una paupérrima mayoría negra de 49, condenadas al enfrentamiento.

Contra todo pronóstico, logró evitar el baño de sangre que todos temían. Y dijo como muestra de su perseverancia y tesón: "Después de subir a un "batusán" muy alto descubrimos que quedan muchas montañas por escalar". Lo alcanzado era ingente -fin del racismo de Estado, instauración de la democracia, elecciones libres, imperio de la ley- pero, a su juicio, había que continuar la tarea, aún inacabada. De 1994 a 1999 la completó como presidente a partir de la aprobación de una nueva Constitución. Había triunfado en su largo viaje del terrorismo al pacifismo.

Fue la fortaleza de Madiba, como se le llamaba familiarmente
al líder espiritual y político sudafricano la que obró el milagro laico contemporáneo de la reconciliación en África del Sur. Mandela, de suaves maneras y perenne sonrisa pero de voluntad de acero, logró con su poder carismático evitar un enfrentamiento racial que parecía programado, implantó la democracia en una sociedad que ni la había soñado, serenó al país en los momentos más dificiles, lo puso en marcha y se extinguió a los 95 años, tras diez retirado de la cción política, dejando como legado una Sudáfrica apaciguada.

Después de una juventud revolucionaria como miembro destacado del brazo armado del "CNA (Congreso Nacional Africano) en la que preconizaba la violencia y los atentados para cambiar las cosas, este primer abogado negro de Sudáfrica fue arrestado en 1962 a los 44 años, juzgado, condenado a cadena perpetua por sabotaje junto a otros cargos y pasó 27 años encarcelado, 18 de ellos en condiciones infrahumanas con una visita de media hora al año en el presidio de Robbe Island, un islote frente a Ciudad del Cabo. A pesar del injusto y desproporcionado castigo de que fue objeto, llegó a la conclusión de que "los pueblos alzados en armas nunca alcanzarán la libertad", según dejó consignado. Admirador de Gandhi y de Martin Luther King, inició y desarrolló su propia y paciente resistencia pacífica que le llevaría al poder.

PLEBISCITO AL REVÉS

Cuando la Academia de Oslo le otorgó en 1993 el premio Nobel de la Paz junto al presidente sudafricano Frederik de Klerk, me concedió una entrevista en casa de un amigo suyo en Londres en la que desplegó sus cabales razonamientos, su ecuanimidad y su creencia en la fuerza de la conciliación para resolver los conflictos étnicosy políticos. "Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel o su religión", me dijo entonces y, al parecer, reiteraba siempre. Su sencillez y cercanía me produjeron una fuerte impresión pero en aquel momento yo creí erróneamente que aquel septuagenario no iba a tener tiempo de realizar sus proyectos, por justos que fueran.

Hay que tener presente la complejidad de la empresa. Sudáfrica, llamada nación del arco iris por su diversidad, cuenta con 53 millones de habitantes y es un crisol de etnias, naciones, religiones y culturas con once idiomas oficiales, los más importantes son el afrikaans, derivado del holandés, hablado comúnmente y el inglés, reservado para las élites y los negocios. Sus ciudades más populosas son Johannesburgo, Ciudad del Cabo y Pretoria. Sudáfrica tiene una sociedad dual, hay fuertes desigualdades, con grandes fortunas - por ejemplo, las de propietarios de minas de diamantes y metales preciosos - al lado de una población empobrecida, desempleada en su cuarta parte que vive con menos de 1,25 dólares al día.

Gobernar este país poliédrico es ardua tarea sobre todo si a sus males se une como ahora la corupción, cuyo rechazo quedó patente de forma estentórea con los continuos abucheos al presidente actual, Jacob Zuma, abroncado por la multitud por su dudosa conducta, cada vez que sonaba su nombre o las pantallas lo enfocaban en el estadio Soccer City de Johannesburgo donde 50.000 personas rendían tributo a Mandela en sus funerales bajo una intensa lluvia. El cuarto presidente democrático de Sudáfrica quedó abochornado por este plebiscito al revés. Fue la única nota discordante en la fiesta en que se convirtieron las multitudinarias exequias de Madiba, despedido con cánticos y bailes llenos de colorido a la manera africana como pudimos ver y oir por televisión.

SÍMBOLO DE CONCORDIA

Aunque el "apartheid" (segregación racial, sistema abyecto implamtado en Sudáfrica en 1948 por los africaneers, descendientes de holandeses, fue abolido en 1991, pasará mucho tiempo antes de que desaparezcan todas sus secuelas en el país austral. La pesadilla duró más de cuatro décadas y aún hoy estremecen en el recuerdo sus leyes, que consideraban a los negros una subraza y aplicaban una serie de ordenanzas ignominiosas. Basten un par de ejemplos humillantes: estaba totalmente prohibido a los negros ejercer el derecho a voto y no podían usar los mismos transportes públicos que los blancos, el matrimonio o las relaciones sexuales de negros y blancos eran por supuesto anatema.

De ahí el júbilo del mundo cuando desapareció esta aberración política, condenada varias veces en la ONU y de ahí el homenaje mundial, a la hora de su muerte, al hombre que venció a tal racismo. En sus funerales en Johannerburgo se dieron cita esta semana un centenar de líderes de todo el planeta que acudieron a honrar al político que se recordará como un icono de la concordia. "El secreto de Mandela fue extraer lo mejor de cada persona y de cada grupo político y social con los que tomó contacto", resumió lúcidamente Barack Obama, que había acudido junto con los ex
presidentes de los Estados Unidos, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban ki-moon y con todos los mandatarios europeos y africanos en un cónclave irrepetible que quedó como un símbolo de entendimiento ecuménico. Estos funerales, que fueron un acontecimiento en sí mismos, propiciaron encuentros como el de Obama con el presidente cubano, Raúl Castro, que se dieron por primera vez la mano en un gesto que hubiera gustado a Mandela.

"No importa lo estrecho de la puerta o lo duro del castigo; yo soy el dueño de mi vida, el capitán de mi alma", rezan los versos finales del poema "Invictus" (nunca vencido) del escritor inglés de principios del siglo XX William Ernest Henley que Mandela conservó en la cárcel durante su larga prisión como una declaración de fe en su destino. "Invictus", título alegórico, se llamó también la película biográfica dirigida por Clint Eastwood con el gran actor Morgan Freeman interpretando el papel del indomable presidente negro.

Su amigo, el obispo sudafricano negro Desmond Tutú, también premio Nobel de la Paz, encontró la palabra justa para describir el carácter de Nelson Mandela:"magnanimidad", generosidad y nobleza de espíritu. Para cualquier gobernante debería ser un modelo de equilibrio y entereza.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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