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La labor del editor en el camino hacia la música

jueves, 14 de junio de 2001
La Música tiene lugar en el momento en que varias personas se reúnen, unas para escuchar a las que interpretarán en ese momento dado una o varias obras.

Afirmar algo así podría parecer una perogrullada sino reparásemos en cuantas ocasiones denominamos música a actos que en realidad o son un sucedáneo, o son una preparación. Escuchar un disco es un sucedáneo de la verdadera Música, con todo lo útil o placentero que nos resulte a todos. Participar en un ensayo – o escuchar un ensayo- es un acto de preparación necesarísimo y en muchas ocasiones afortunadamente muy placentero, para el verdadero acto de Música que es el concierto. Un concurso, un exámen – sin negar la importancia que tienen que es mucha- son también condicionantes que desvirtúan el auténtico sentido de la Música al obligar al intérprete a estar pendiente en exceso de la parte técnica. La composición, si bien es el acto a partir del cual se generará la Música, no es tampoco ésta en sí misma.

Podríamos decir que la Música es la culminación en un acto público de una serie de tareas realizadas por diversas personas que convergen en el momento mágico del concierto. Momento que puede tener el recuerdo material de una grabación, como una foto puede ser el recuerdo material de un momento inolvidable, aunque no es el momento inolvidable en sí.

En esta cadena de trabajo hay un elemento humano que a veces no se considera y que sin embargo es de gran importancia, el editor de música. Realmente el editor es el primer eslabón de la cadena entre el compositor y el público y su función cae de alguna manera también en el campo de la interpretación.

Como primer paso el editor ha de elegir la música que publica, lo cual requiere una continua selección en la que se distinguen varios estadios. Ha de delimitar el área en el que se va a desenvolver: desde un punto de vista de plantillas instrumentales (coral, orquestal, camerístico, lied…), acotando la época (música antigua, música contemporánea, repertorio…), acotando el área geográfica (música alemana, italiana…) etc. Pero amén del elemento económico que condiciona la publicación de algunas obras por su carestía, el editor ejerce una función selectiva en lo referente a la calidad de la obra. Ahí ha de emplear su propio criterio que ha de ser serio y afinado, siendo sensible en todo momento a la demanda del elemento siguiente de la cadena, es decir los intérpretes. Y ha de saber jugar el doble juego de servir lo que se pide y ser capaz de introducir las novedades o los autores poco conocidos. Es decir el editor está continuamente arriesgando su propia supervivencia en función del éxito de unas obras desconocidas de autores muchas veces desconocidos. El éxito por su propia naturaleza es impredecible y solo un trabajo tenaz y una gran fe en la música que publica puede sostener una labor más idealista que lucrativa.

Por otra parte el editor tiene también una gran responsabilidad como eslabón de la cadena hacia la Música al ser a quien corresponde la fijación definitiva del texto musical. Cualquier intérprete por poco avezado que esté se ha encontrado con el problema de la fidedignidad del texto que maneja en obras de repertorio de los grandes maestros. Textos que presumiblemente deberían estar fijados sin la menor duda (pensemos en las sonatas de Beethoven para piano sin ir más lejos) presentan divergencias en ediciones de por sí fiables. Y es que decidir cual es exactamente el texto que el autor quiso no es tan fácil como podría suponerse. Los problemas aumentan según caminemos hacia atrás en el tiempo. Las articulaciones, tempi, matices de la música escrita en los últimos cien años son con toda seguridad las que el compositor dejá escritas (si la educación es de confianza), más atrás las cosas se complican, pues los compositores dejaban lugares en los que el intérprete había de improvisar no indicaban matices más que someramente, etc. Por no retrotaernos al barroco en que un esqueleto melódico para ser ornamentado profusamente acompañado por un bajo taquigráfico en el que no siempre la armonía estaba indicada era todo lo que servía el compositor, puesto que los intérpretes (quienes muchas veces eran también compositores) estaban formados en el arte de la improvisación y del acompañamiento.

Vemos pues que el hecho de publicar un texto determinado es de por sí una opción que toma el editor. La tarea se simplifica notablemente cuando el compositor vive pues el editor tiene la opción de pedirle que fije el texto que desea. Ha de ser muy escrupuloso en esto pues los compositores no siempre son precisos en la grafía de sus propias obras, y el editor ha de pedirles que subsanen cualquier lugar que pueda dar lugar a confusión o duda, máxime en música contemporánea en la que las referencias tonales no existen. El editor será siempre el responsable de los errores (despistes del compositor) en el texto, por lo que no hará nada de más si revisa la exactitud del texto nota a nota.

Cuando el autor no vive puede ser el editor personalmente quien revise la obra en cuestión o bien pedirle la revisión a algún musicólogo conocedor de la música del compositor, época y costumbres del área geográfica. El investigador que descubre y estudia las obras del pasado que permanecían olvidadas injustamente y que forman parte del patrimonio de un pueblo, o sea el musicólogo, es un elemento más en la cadena del camino hacia la Música. Habitualmente los musicólogos son enfermizamente precisos en la localización de fuentes, datación de las obras, filiación del compositor, pero aún así el editor ha de estar alerta en posibles despistes de los mismos. De un tiempo a esta parte en España ha habido instituciones públicas y privadas que han publicado interesantísimas obras de maestros españoles poco conocidos. En muchos casos, como bien saben los intérpretes, esas obras no se tocan porque se olvidaron de publicar las partes. La razón es que la edición de las mismas fue hecha por una institución – seguro que con la mejor de las intenciónes- que no contó con la asesoría de un editor de música y dio a la luz el trabajo que entregó el musicólogo, o sea la partitura sin partes. Es decir – y valga la redundancia- que el editor ha de ser el “revisor” del revisor (o musicólogo), pues es el responsable último de que el texto que se publica sea correcto (no contenga errores fruto del despiste) y sea ejecutable.

Cuando un intérprete trabaja con un texto en el que hay errores le embarga un sentimiento de duda que le hace desconfiar, con razón, de la legitimidad del mismo. Es como si alguién antes que él en la cadena hacia la Música, no se hubiese tomado la partitura en serio y extrapola esa duda a la calidad de la obra, haciendole perder la fe que necesita para poner todo su empeño en la tarea que le corresponde, es decir, la de llevar la obra al público. De ahí la importancia del editor. Ningún eslabón de la cadena hacia la Música puede perder esa fe en la obra puesto que esa fe es la propia esencia de la Música.
Soto Viso, Margarita
Soto Viso, Margarita


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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