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Manuel Méndez Sanjurjo, una vida unida a un micrófono

viernes, 15 de marzo de 2013
Manuel Mndez Sanjurjo, una vida unida a un micrfono Orteganos en el mundo

Manolo Méndez nació en Ortigueira el 4 de mayo de 1952. Hijo de un pintor de carrocerias y un artista del pincel, procedente, como él mismo decía, del valle más rico de Galicia, O Valadouro, en su acepción castellana, el Valle del Oro, y de Benigna Sanjurjo, una ortegana de la Perla de las Rías Altas, de la que su hijo heredaría su pasión por la cocina y la buena mesa.

Manolo siempre decía que ser de Ortigueira es algo que imprime carácter, y él lo tenía: pausado y reflexivo. En los principios de la década de los setenta se trasladó a Madrid para cumplir con su vocación profesional, estudiar Periodismo.

Inició sus estudios en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, una de las escasas facultades que había en la España franquista, en 1973, y ya antes de terminarlos estaba trabajando. El primer contacto de Méndez con el periodismo real lo tuvo en la redacción de una de las revistas editadas por el grupo asegurador de El Fénix Mutuo. Sin embargo, no estaba reservado el talento de Manolo para desperdiciarlo en una publicación de segundo orden, así que, al año siguiente, conseguirá darle un buen espaldarazo a su carrera, introduciéndose en la plantilla de TVE, en un proyecto que lideraba otro gran comunicador gallego Manuel Torreiglesias. El programa en cuestión se llamaba Escuela de Salud, y con él el eumés iba a encadenar una larguísima saga de programas divulgativos, tanto en la radio como en la televisión, sobre temas de salud, que llegarán hasta los años finales de la primera década del siglo XXI, convirtiendole en el líder de este tipo de periodismo y en el modelo a seguir por otros profesionales del ámbito médico y de la comunicación en España, donde hoy no hay cadena de radio o televisión que no incorpore un espacio de este género.

El ascenso de Méndez en el equipo de redacción de Torreiglesias fue fulgurante. Al poco tiempo ya se había convertido en un insustituible, por lo que su jefe le confió el puesto de coordinador. Su nobleza y calidez hicieron mella en Torreiglesias que pasó de ser su director a ser su mentor, y con las dotes sobradamente demostradas por su pupilo para el comunicación, las puertas de Radio Nacional se le abrieron de par en par. En ella los dos volverían a coincidir en el espacio Tiempo de Vivir, que el eumés dirigiría.

Al joven Manolo le quedaba por cumplir un “deber inexcusable” con el Estado: la mili. Así que, sin remedio, tuvo que cambiar, muy a su pesar, sus bienqueridos micrófonos por los efectos militares. De vuelta a Galicia, su destino fue el de formarse como marinero en Ferrol. Como a cualquier otro joven de la época, y por mucho que sus mayores le dijesen que “la mili te hace un hombre”, a pocos les atraía la idea de perder un año en los avatares de andar formado, uniformado y con la escopeta al hombro. Y a Méndez, seguramente, mucho menos, pues había dejado atrás el placer de haber logrado sus primeros éxitos. De todos modos, su mili fue mucho más llevadera desde que recibió la feliz noticia de que le habían hecho en fijo en la nómina de Radio Nacional. A partir de ese día, con el futuro asegurado, el servicio militar se le transformó en un freno del que se había que liberar cuanto antes para demostrarle a sus jefes que no se habían equivocado con él.

En 1979 recibió la blanca, la licencia militar, para los que no estén instruidos en la terminología castrense. Con el deber con la patria cumplido y con un trabajo esperándole, decidió darle una nueva vuelta de tuerca a su vida, convirtiéndose en el marido de su novia, Paloma Bello Varela, una mujer de raíces andaluzas, a la que había conocido en Madrid.

Manuel Méndez Sanjurjo, una vida unida a un micrófonoLa bonhomía y su saber hacer ante los micrófonos fueron los dos pilares en los que se asentó la vida profesional de Méndez y los que le permitieron alcanzar esos momentos brillantes y vibrantes que todos las personas implicadas en su profesión esperan tener en su andadura por los avatares laborales. Uno de ellos se produjo cuando se incorporó al equipo de Vivir cada día, un programa televisivo que había puesto en marcha en 1978 su director José Luis Rodríguez Puértolas, y que permanecería en antena más de una década. El programa cosechó importantes premios, entre los que estuvieron los Ondas de 1979 y 1983, o los TP de Oro al mejor programa informativo y de actualidad de 1980 y 1983. Con algunos de ellos también recompensaba, en alguna medida, la labor del ortegano.

Manolo tuvo la ocasión de hacer con el periodista lucense Manolo Lombao un programa muy gallego, que llevaba en su cabecera un título que delataba a sus creadores Galicia no corazón. Y con el corazón le oía todas las mañanas al otro lado de las ondas Manolo Méndez, padre, antes de que entrase en antena el programa estrella de la radio matinal del postfranquismo, Protagonistas, del medioortegano Luis del Olmo. Méndez escuchaba las palabras de su hijo con devoción. Él era su más ferviente oyente, y siempre que venía al caso, comentaba con sus amigos y conocidos, con esa satisfacción propia de los padres que ven que sus hijos han ido más allá de sus propios consejos, lo orgulloso que estaba de su primogénito. Durante las cuatro horas que se prolongaba la emisión, el periodista ortigueirés tendía puentes de palabras con su público, rescatando recuerdos y proyectando sentimientos y deseos para hacer más ameno y placentero su despertar.

Manolo miraba el futuro con inteligencia y compromiso, y los proyectos le surgían por todas partes, o como dejo escrito el que ya se convertió en uno de sus más fieles amigos, Torreiglesias, “era gente de varias teclas, interpretaba muchas músicas de la vida. Y tuvo la fortuna de acabar abrazando a sus dos conciertos más queridos: Galicia y la gastronomía”. La gastronomía fue siempre su debilidad, y con ella mantuvo una relación bastante íntima tanto a lo largo de su vida profesional como social. Su primera incursión gastronómico-profesional la efectuó de la mano de la Asociación de Restaurantes Gallegos, una sociedad que habían fundado algunos de los mejores picadillos gallegos de Madrid, y que, con la familia Limieres de por medio, decidieron editar una revista que mostrase públicamente la variada gama de menús autóctonos que se cocinaban en sus fogones. La publicación salió a la calle con el sonoro y muy apropiado nombre de Lareira.

Pero, como decimos, éste fue sólo el principio, pues Méndez siguió deleitando a sus lectores con sus artículos culinarios en muchas otras ocasiones. Así, por ejemplo, colaboró con el Grupo Recoletos, redactando reportajes especializados sobre turismo gastronómico, y también lo hizo en las columnas de los semanarios La Voz de Ortigueira y El Heraldo de Vivero bajo el inequívoco título de A mesa y mantel, donde expuso su docencia de cocinillas y gourmet trayendo a colación todo un repertorio internacional de platos digno del mejor y más acreditado de los restaurantes.

Su prematura jubilación en la radio pública española, en la que había pasado por varias de sus emisoras, como fueron Radio Exterior, donde desempeñó el cargo de editor de informativos durante 7 años y Radio Cinco, le llevó a probar su potencial periodístico dentro de la nueva fórmula de la comunicación que es Intenet. Allí abrió su propio blog, en el que pudo dejar su impronta personal para que desde cualquier parte del mundo pudieran leer sus relatos sobre temas gastronómicos, literarios y eruditos. Sin embargo, lo que había empezado siendo una distracción por afición se convertiría al poco tiempo en un blog de referencia gastronómica cuando su amigo cedeirés y director del diario ABC, Bieito Rubido, decidió incorporarlo a la edición digital del periódico madrileño (ABC.es). En este nuevo espacio, Manolo pasará a escribir la sección llamada Gastrohistorias, en la que cocinará con mano diestra hechos y rasgos poco conocidos de la historia culinaria de nuestro país.

Los últimos años laborales y los primeros prejubilares también le dieron pie a trazar un nuevo rumbo nunca antes acometido: escribir su primera novela, Destellos de Hollín. Con ella, Manolo Méndez se convertirá en finalista del prestigioso Premio Azorín, que luego editará él mismo, lo que le reportará unos buenos ingresos. Esto le animará a empezar a escribir su segunda obra, que, en esta ocasión, ambientará en Ortigueira, según él le comunicó a sus amigos y conocidos, pero su marcha de este mundo le ha impidido terminarla.

Como se puede observar, fueron muchos los grandes profesionales de la radio y la televisión que trabajaron codo con codo con Méndez. La lista sería interminable, por lo que no nos atreveremos a reproducir ni tan siquiera una pequeña muestra, pero lo que sí nos cabe decir es que el recibió el mayor reconocimiento que un profesional puede obtener que no es otro que el de ser nombrado por sus propios compañeros como su máximo representante. Durante años fue el presidente del Club de Periodistas Gallegos en Madrid, y quien volvió a poner a esta entidad en el lugar honorable que le correspondía.

Entre algunos de los premios que le fueron concedidos estuvieron el Premio David Fojo, en 1999, por La Voz de Ortigueira o el acreditado Premio Madrigallego de Oro al mérito en la comunicación que le concedió la Orden de la Vieira, en 2010, y que le fue entregado junto a personalidades tan relevantes como la eurodiputada Carmen Fraga Estévez, el editor Feliciano Barrera Fernández, el doctor Julio Ancoechea Bermúdez o el jurista Santiago Torres Bernárdez.

La vida de Manolo ha sido corta pero intensa y a él podríamos robarle las palabras con las que definió a su buen amigo Moncho Barro: “egregio ortegano, enorme periodista y mejor amigo”.

Con su esposa Paloma tuvo tres hijos: Manuel, estudiante de Derecho; Luis, técnico en Marketing, y Paloma, que también quiere ser abogada. Con Ortigueira tuvo un idilio permanente que le hacía decir “es totalmente esencial, omnipresente y fundamental en mi vida".
Suárez Sandomingo, José Manuel
Suárez Sandomingo, José Manuel


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