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Hace diez años

martes, 25 de septiembre de 2012
Un 17 de septiembre del 2002, hubo un acto de máxima relevancia en Burela. Altos cargos gallegos y alaveses, se dieron cita en el Hospital Da Costa, para nombrar formalmente al nuevo Gerente de la asistencia sanitaria especializada de la antigua provincia de Mondoñedo.
Había decidido cambiar mi vida. Necesitaba, ser y estar, en el ejercicio integral de la ciudadanía de mi Galicia natal. Lo hice en presencia de mis compañeros de singladura gubernamental y política en el País de los Vascos, dónde la defensa de las libertades fundamentales, me habían costado –como en la canción de Chabela y Sabina- muy caro.

Los recuerdos se agolpaban en mi mente, mientras veía el salón de actos del Hospital público del SERGAS, repleto de gentes, conocidas, queridas e intrigadas con mi leyenda.

La primera vez que me advirtieron, por teléfono, que un comando de ETA, venía a Vitoria por mí. Cómo fuimos a casa del médico que me hizo la confesión, pero se convirtió en la razón objetiva para iniciar una escolta policial que ya duraría más de doce años.

Mi primera toma de posesión en el Parlamento Vasco. Aquel edificio salido del instituto de enseñanza media, transformado en punto de encuentro para la soberanía popular vasca. Con su patio interior, hecho hemiciclo parlamentario, dónde pasaría cinco legislaturas de la compleja historia de Euskadi y sus derechos históricos convertidos en competencias legislativas.

Mis primeros discursos, como portavoz de grupo, en el hermoso salón del edificio de la plaza de la provincia de Vitoria, sede de la Diputación Foral de Alava y del salón de plenos de sus Juntas Generales. Así estuve tres legislaturas.

Mi toma de posesión como miembros del primer gobierno Foral, constitucionalista, en Euskadi, por acuerdo para Alava, entre todas las fuerzas democráticas, no nacionalistas, que habíamos entendido que Alava podía y debía ser la frontera al nacionalismo. Allí, tuve despacho de Diputado Foral, con rango de Consejero, durante tres años.

Mis visitas a la casa de los Ajurias. Aquel palacio vasco y alavés del paseo de la senda, en el que residía el Presidente del Gobierno Vasco, Lendakari, que nos reunía como Mesa para la normalización y pacificación de Euskadi, y dónde con Arzalluz y el propio Ardanza, llegué a ser el más veterano de los comensales.

La cantidad ingente de manifestaciones, que me tocó encabezar, en defensa de la vida, la libertad y la dignidad de los habitantes de una región de poco más de dos millones de habitantes, sometida a la paranoia del terrorismo.
El rito de los actos religiosos por los muertos, asesinados por ETA, mientras no sabía como expresar mi indignación por aquella guerra en la que siempre mataban los mismos y siempre morían los mismos.

La cantidad de momentos y anécdotas vividas con personajes de las más variadas procedencias, desde S.M el Rey, hasta los artistas de mejor obra, o el Dalai-Lama.

La cantidad de: mítines, discursos, entrevistas, ruedas de prensa, inauguraciones o debates, que había realizado a lo largo de mi vida, dedicada al servicio público en las Instituciones o toda suerte de rincones públicos o privados de España, en los que representaba a Unidad Alavesa, un partido político, progresista, foralista y reformista.

En aquella tarima de mi nuevo trabajo como médico, experto en gestión de empresas dedicadas a garantizar el derecho a la salud de los ciudadanos, veía a mi padre, tan acabado, con mi madre; a su lado el Profesor San Cristóbal, amigo del alma y compañero a la búsqueda de la cultura hispánica por todos los lugares de España, en representación del viejo Fuero alavés.

Veía la cara complacida de mi querido maestro, Don Francisco Rivera Casás, que se sentía orgulloso de uno de sus alumnos predilectos, que había vuelto a casa, para servir a sus vecinos y compatriotas mariñanos.

Los discursos fueron de toda índole, cerrados por el Consejero de Sanidad de Galicia, Dr. Hernández Cochón, al que conocía de profesión sanitaria, y que tuvo el detalle de recordar la trayectoria pionera y ejemplar de mi padre, médico, inspector por oposición y Titulado en Dirección y Gerencia de Hospitales, en los que había desempeñado puestos de enorme trascendencia en los mejores centros del país.

Mi discurso fue con tres espacios. Mi agradecimiento a los que desde Alava me arropaban en el acto, junto a mis amigos de la infancia, vecinos de San Ciprián y representantes de cuerpos de seguridad del Estado, a los que les debía la vida, representados por dos queridos amigos. Plácido Paz y Suso Rey.

Destaqué, mi compromiso con mi tierra, de la que nunca me había desprendido, dónde quiera que me encontrara. Mi compromiso con “el barco y la tripulación de A Mariña”, en mi nuevo destino.

De aquellas personas, presentes, desgraciadamente, hay ausencias definitivas. Mis padres, Don francisco, Alberto Pillado, José Mariño “inglés”.

Los Alcaldes de toda A Mariña fueron testigos del acto, así como la consejería, en pleno, de Sanidad, y el todo poderoso, Presidente de la Diputación de Lugo, Francisco Cacharro Pardo.

Posteriormente, el acto culminó con una magnífica comida en el Restaurante “El Castelo”, dónde durante tantos años, paraban mis escoltas en los viajes que hacíamos constantemente a San Ciprián.

Los medios de comunicación de Galicia, se hicieron eco en primera plana de la noticia. El azote del nacionalismo, se reincorporaba a la medicina gallega y dejaba la política vasca.

Mi amigo Javier Rivera, delegado del Progreso, se había encargado de trasladar al público, que no era un político amenazado al que se colocaba como refugiado político en un cargo de confianza de la Xunta. Era un profesional de la gestión Sanitaria que, voluntariamente, había elegido volver a su profesión, en su tierra Gallaga y concretamente en mi Mariña.
Hoy, diez años más tarde, soy el médico de familia de Cervo. He vivido mucho. He procurado ser fiel a mis convicciones progresistas. He descubierto que nadie es profeta en su tierra. Soy ciudadano gallego, por derecho de vecindad, desde aquellas fechas. Me despierto con el ruido de la mar y el canto del viento.

Vivo en eternas vacaciones, aunque sólo sea por el contacto con una naturaleza mágica, cargada de historia o de leyendas, al menos, a mí me inspira.

De lo que no tengo dudas es: Nuca he sentido la necesidad de volver a la política. Lo que no quita para que mi experiencia y mi información, me permitan opinar sobre tales negocios humanos.

Durante estos diez años, conozco cada día mejor, a mi tierra, su historia, su patrimonio cultural y sus gentes. Mi orgullo, por ser de aquí, va en aumento. He recuperado el bilingüismo, lo que lleva a transformar en amor el uso y disfrute de la lengua-idioma de nuestro pueblo.

Soy una persona comprometida con mi identidad de nacido, criado y residente, en la provincia de Mondoñedo del antiguo reino de Galicia.
Desde tales circunstancias, llevo muy mal: El desprecio, las faltas de respeto o las críticas a lo nuestro, por parte de gentes llegadas de fuera de Galicia, instaladas en mi tierra, incapaces de adaptarse a nuestra manera de ser y vivir.

Decía mi profesor, Vallejo Nájera, que la inteligencia era la capacidad del ser humano para adaptarse a lo desconocido. Quienes llevan tantos años en A Mariña, y siguen sintiéndose de otras regiones, o alejados de nuestra cultura, demuestran una absoluta falta de inteligencia. El problema lo tienen ellos, no nosotros, los de aquí, que pertenecemos a un pueblo viejo, Celta, culto y hospitalario.

Si tuviera que volver a emprender el camino de regreso de hace diez años, lo volvería a recorrer, sólo que… mucho antes.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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