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La privatización de las televisiones autonómicas

lunes, 23 de julio de 2012
El miércoles pasado, el Senado aprobó una nueva Ley General de la Comunicación Audiovisual que permitirá privatizar las televisiones públicas mediante la venta de la frecuencia, la cesión de su gestión total o el alquiler de una parte de la parrilla de programación.

Esto lo hizo efectivo la mayoría del PP ignorando 87 enmiendas y 3 vetos de la oposición, para quizá cumplir los deseos de Berlusconi, los del grupo Mondadori-Planeta y otros pocos que han protagonizado la mayor concentración de medios de la historia de España.

Vaticino:

Surgirá una nueva “burbuja” económica porque crecerán, hasta donde haga falta, las actuales inyecciones de dinero público a esos grupos de presión que todos los profesionales conocemos.

Aumentará el desempleo porque donde trabajan dos tendrá que trabajar uno y este tendrá que hacerlo “a precio”.

Nacerá una nueva raza de esclavos para que se hagan más ricos esos pocos privilegiados que ya sabéis.

Y el telespectador tendrá que tragar más telebasura a no ser que sea lo suficientemente inteligente como para ver la tele por Internet y buscar opciones en el resto de Europa o incluso en América.

Los primeros en ponerse en pié de guerra fueron esa buena gente de Canal Nou, ante un ERE que supone el despido de casi dos mil trabajadores… Lo que menos puedo hacer es solidarizarme con ellos.

Opino:

El sector audiovisual podría ser una industria importante con grandes y pequeños empresarios, cientos de autónomos, miles de contratados y también funcionarios. Existió ya en Galicia y subsiste en plena crisis pese a lo mal vista que parece estar la creación cultural en estos tiempos.

El motor de esa industria aquí, en nuestro país, se llama Televisión de Galicia, un canal de éxito a pesar de su exiguo presupuesto, si lo comparamos con cualquier televisión “púdica” de su tamaño de las del resto de Europa.

Una empresa pública que mantiene el equilibrio presupuestario que se le exige y que cumple a la perfección sus objetivos, los que marca su Ley de Creación, dictada por el Parlamento de Galicia.

Aquí cabría preguntarse… Si cerramos la TVG, ¿Qué hacemos con la cámara gallega que fue quien la creó?

Supongo que entre TVE y las televisiones de las Autonomías debe de haber un abismo, tanto a nivel de plantillas como de bienes inmuebles. Pero de ningún modo resulta comprensible que se defienda la existencia de una televisión pública estatal y se defenestre el modelo autonómico, salvo que lo que se pida es la vuelta de la “Administración Única”; o sea, la imposición del centralismo que sufrimos –los gallegos más que nadie- durante cuarenta años de dictadura.

Afirmo:

Que me resulta tan incomprensible la actitud del partido en el poder como la de algunos periodistas-tertulianos que, después de haber vivido como “estrellas” de la cosa pública durante toda su larga vida, critican ahora la existencia de unas empresas que, al margen de los buenos o malos administradores, cumplen una extraordinaria función de servicio público en sus respectivos territorios; posiblemente, unas con más acierto que otras.

Os pido:

Antes de que analicéis, incluso en estos tiempos de crisis, la conveniencia, la necesidad de una televisión pública en una determinada Autonomía, preguntaos a vosotros mismos a quienes beneficia su cierre y os daréis la siguiente respuesta:

“A esos pocos que concentran el poder absoluto de la comunicación en España, algunos de ellos extranjeros, que son dueños de los principales periódicos, las centralistas cadenas de radio y de la totalidad de eso que la modernidad llama TDT. Es decir, a los mismos que se aprovecharon ya de la supresión de la publicidad en TVE, repartiéndose una tarta cifrada en 1.200 millones de euros”.

Entonces:

¿Qué prefieres? ¿Una televisión independiente como lo fue TVE hasta ahora o un canal manipulado por los oscuros intereses del gran capital?

Tu mismo. Yo ya no trabajo en la tele…


www.galiciaunica.com
Rodríguez, Xerardo
Rodríguez, Xerardo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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