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In Memoriam

miércoles, 06 de junio de 2012

Un lacónico pero patético “mi padre ha fallecido” fue el contenido de un SMS que el varón más joven de los hijos de Antonio y Pilar me dirigió la madrugada del viernes seguido de una llamada telefónica breve y cargada de sentimiento de su hermano mayor. Antonio había iniciado “su particular eternidad”. Y en ese momento, al alborear el día el brillante sol que iluminaba la madrugada madrileña, una pátina opaca enturbiaba aquella luz. Antonio, el hombre que había conseguido los últimos meses de su vida convertir el accidente del malestar físico en categoría de una serena vivencia con pleno conocimiento de su precariedad corporal, el hombre que había elevado el adjetivo estoico al sustantivo del equilibrio racional impuesto por la edad y la enfermedad, el hombre que supo interpretar a la perfección a QOHÉLET “Vanidad de vanidades y todo vanidad. ¿Qué provecho saca el hombre de todo el trabajo con qué se afana bajo el sol? Lo que fue eso mismo será y lo que se hizo eso mismo se hará, no hay nada nuevo bajo el sol”. A quien había entendido como nadie con un criterio rayano en lo mistico “que había un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado”, aquel que había llevado como norma en su vida aquella máxima según la cual no intentó convertirse en un hombre de éxito, sino de valores, el que en su vida utilizó el proverbio ruso según el cual “ten confianza en Dios pero preocúpate de tus cosas” y por eso mismo, siguiendo a Goethe supo que “una vida inútil equivalía a una muerte prematura” en esos principios fundamentó su longeva y fructífera existencia.

Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo años atrás, poned medio siglo, supimos del hombre entregado al trabajo, a la vida dura de campos, montes, fríos, lluvias, tormentas…una entrega que fructificó en el mundo de la empresa donde vivió los éxitos y hasta algún momento de angustia y desilusión. Otorgó, dió, regaló confianza y se la vendieron en alguna ocasión. En la vida empresarial fue quizá donde se forjó su estoicismo, o mejor aun, las aludidas consideraciones de El Eclesiastés. En las épocas duras, templó su carácter, precisamente el que lo llevó a la longevidad seguro y sereno, con la conciencia del deber cumplido: un matrimonio fecundo y cinco hijos de brillante futuro. Había conjugado practicamente todos los complementos: directo: personal y familiar, indirecto: trabajo y empresa y circunstancial: vaivenes, avatares, eventos.
Esa fue su vida encastrada generalmente en el bien hacer pues si bien estaba lo hecho, bien parecia.

Ahora, cual legionario entonando su himno: “La muerte no es el final”, me hace evocar aquellas canciones de San Juan de la Cruz dedicadas al hombre del campo y de la naturaleza que fue nuestro ausente: “¡Oh bosques y espesuras plantadas por su mano, Oh prado de verduras de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado!”. Y ahora, llegado el final, podría decir con el propio vate: “Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio, ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio que ya solo en amar es mi ejercicio”. Y los foráneos le ensalzamos con el propio mistico entusiasmados con su memoria: “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando, con solo su figura, vestidos los dejó de su hermosura”.

Solamente precisamos, siguiendo a Salinas, de que nos imbuyamos “de una memoria que nos convenza a esta tarde que se muere de que nunca estará muerto” y convenzámonos todos que, como decía Rabelais, “Todo llega a tiempo del que puede aguardar”, Ahí tenemos otra palmaria expresión de la sabiduria, mesura, discreción, equilibrio, ponderación y ejemplo vital que ha legado a sus deudos y allegados, nuestro inmortal pariente y amigo Antonio Prieto Arias. Y con la cordialidad, cariño y constante amistad a Pilar, Antonio, José Angel, Pilar, Dolores y Ana, sus esposas y maridos, nietos, sobrinos y una especial mención a Maruxiña, su hermana, la joven decana de la saga.



Con gran sentimiento y emoción pero con mi imperecedero recuerdo.
Goás Chao, Domingo
Goás Chao, Domingo


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