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Los carballos también lloran

lunes, 09 de abril de 2012
Los megalitos, mis tribus galaicas, la cultura castrexa. Los romanos y la Gallaecia. Los castillos y los Irmandiños. El románico, la puta Inquisición. Los vándalos y los alanos…

La magia y las meigas. El Rexurdimento y los bardos. Castelao. La gaita y la alborada. Rosalía, Cabanillas. Los Ceibes. El 68.

Las fiestas de mi pueblo. El pulpo, el marisco y la empanada. El porco celta y los chorizos de mis madres. La ternera gallega y las filloas…

Y, claro, mi amigo, claro: el paisaje que nos conmueve en la Fraga…

Te recuento todas mis historias y tesoros; lo único que me queda tras una vida ajetreada. Te lo digo así de frívolo, con rapidez, de memoria, porque han vuelto a quejarse los pinos y a llorar los carballos.

Y a mí, que amo a la Fraga como a mí mismo, que es como me enseñó mi madre en su escuela de maestra de las de antes, también se me cayeron las lágrimas.

Me han matado la naturaleza viva y casi me borran el país del mapa.

Por eso he vuelto a escribiros la letanía; para que vosotros, mis príncipes y mis princesas, que sois el futuro posible, no olvidéis nunca que el país existió cuando los cabrones lo destruyan.

Porque a este paso, sin leyes duras que nos protejan de la piromanía, lo destruirán todo, como hicieron con la Fraga, el bosque encantado, la casa del gnomo, el refugio de las hadas, la ilimitada hermosura, la sinfonía natural que interpretaban los árboles más antiguos…

Ahora, mientras las monásticas piedras del viejo Caaveiro escondan de la negra sombra a la Santa Compaña, tendremos que desandar los días de placer.

Cuentan mis amigos del Parque que serán muchos los años en los que no volveremos a pisar la alfombra de hojas caídas de los carballos que protegen los senderos. Porque los viejos árboles lo perdieron todo; sus extrañas formas y los líquenes misteriosos que les abrazaban procreando aquel espacio de leyenda imaginada, con sus duendes y fadas madrinas bailando sobre el verde de los helechos.

Por el momento, ya no suenan las canciones de pájaros entre los rumorosos murmullos de agua y quizá tardemos mucho en volver a ver esa gran parte de esta hermosa geografía vegetal.

Yo, por ejemplo, tal vez nunca vuelva a pisar esa misma senda por donde me llevaba mi vocación de caminante. Que el tiempo pasa, canta Milanés, y nos vamos haciendo viejos.

Aún recuerdo aquella última vez por entre las hojas caídas que esconden el flujo del agua transparente, pura y peregrina; esa que procura la corriente favorable que hace crecer el vientre del Eume, la bella vena fluvial del país.

Tuve, entonces, una duda. Si fue la Fraga quien dio origen al río o fue el río, de brillantes superficies irisadas, el que provocó el misterio del bosque encantado.

La Fraga del Eume era un gran bosque, de nueve mil hectáreas, poblado de árboles fantásticos, en el que, cada feliz primavera, brotaba la perfecta armonía. En sus fuentes aún manaba ayer esa fuerza vital que le devolverá, con el paso de no sé cuantos años, su natural esplendor.

En la Galicia Única aún quedan cien espacios esenciales de sombrías selvas que ocultan los grandes tesoros de la tierra, pero este fuego devorador, provocado por manos asesinas, ha herido de muerte uno de los bosques atlánticos más hermosos de la vieja Europa.

Y como se anuncia un verano largo, si no metemos en la cárcel a estos cabrones de una vez para siempre, nos van a dejar sin país.


www.galiciaunica.com
Rodríguez, Xerardo
Rodríguez, Xerardo


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