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Mis cuatro puntos cardinales

miércoles, 21 de diciembre de 2011
Desciendo de judíos, y eso nos hace sentir de una manera muy especial la tierra a la que pertenecemos, la de nuestros ancestros, y al mismo tiempo, mezclar el paisaje y la manera de vivir en la diáspora que siempre han caracterizado, también, al pueblo gallego.
El norte, siempre fue, es y será, esta vieja Britonia, a la que acudía a refugiarme de los temporales de la vida, algunos propios de quienes hemos nacido para seguir tras el rastro del Santo Grial de la Libertad, ya que sin tal estado de ánimo, pensamiento y manera de estar dónde quiera que ejerciera mi condición de ciudadano, no merece la pena vivir. Un día, como Ulises, tras la interminable aventura de Troya, emprendí el complicado viaje de vuelta a mi Isla de Ítaca, dónde esperaba encontrar a mi Penélope.
El sur, la estepa castellana sobre la que el emperador Felipe II puso la capital. Ese Madrid de los Austrias, en el que hube de cambiar mis sueños de marino por los de médico humanista y revolucionario en medio de las revueltas estudiantiles del 68. Desde el Pozo del Tío Raimundo del Padre Llanos, al Café Gijón, pasando por esa Gran Vía que dejará inmortalizada el gran Antonio López, profesor de la Facultad de Bellas Artes de San Fernando, con sede en la calle de Alcalá, emblemática del Madrid modernista que llega hasta la famosa Puerta que habla del Rey Carlos III, el mejor Alcalde.
El este, por dónde sale el sol, por dónde entra la vida y se hace civilización, es el Mediterráneo. Esa Cataluña que han visitado tantos pueblos, que antes de nada, es comercio, intercambio, fenicia, cartaginesa, y sobre todo romana. Con Barcelona que me enseñó a pensar y amar. Con Gerona que me mostró que había otro norte desde Creus al Golfo de Rosas, pasando por el maravilloso enclave de Cadaqués, capaz con su Tramontana –como nuestro nordeste mariñano- de inspirar a genios como Dalí.
El oeste, se lo adjudico como poniente en mi vida, a Euskal Herría. Esa tierra verde de montañas en las que hablan una lengua prerrománica, y sus gentes viven del mito al creerse descendientes de la costilla de Aitor. Pueblo de contrastes, dónde el trabajo industrial más desarrollado, se da de bruces con los aquelarres de la violencia. En sus calles, aprendí a luchar por la dignidad de ser, para decidir, sin que nadie me coartara esa libertad que forma parte de mi signo vital. Y trabajé como médico, hice política, jugué lo más preciado que, al parecer, uno dispone, la propia vida. Esta fue mi aventura de Troya, dónde Elena era el símbolo de la dignidad raptada por el terrorismo de los hijos del bárbaro Aitor.
Como buen gallego de sangre jacobina, allá donde estuve traté de aprender e impregnar mi alma con las culturas que habían dejado otros pueblos, siguiendo las pautas del gran Saramago que afirmó con rotundidad que una parte muy importante de los problemas de la humanidad desaparecerían si todos nos volviéramos culturalmente mestizos.
En Cataluña recogí el “seny” que viniendo del latín –sensus- significa sentido, y para el pueblo catalán se convierte en la tradición de la cordura en la eterna lucha entre la virtud y el pecado. Lo que les lleva a ser civilizados negociadores antes que guerreros. En lo tangible, su románico y su gótico, que empieza en Andorra o en Poblet, y termino en el barrio antiguo de Barcelona alrededor de su Catedral y de Santa María del Mar. Para extasiarme con el modernismo de Gaudí y la obra del gran genio del siglo XX, Pablo Picasso.
En Madrid me quedo con ese sendero entre Instituciones Culturales, por la antigua prolongación de la Cañada Real, que constituyen el Museo del Prado, la Fundación Thyssen, El Museo de Ciencias Naturales y la Biblioteca Nacional.
En Euskadi, basta con tomarse una copa de vino Chacolí de Guetaria desde la terraza del bar del Hotel del Monte Igueldo, contemplando la bahía más hermosa de España, y brindar por otros tiempos mejores.
En nuestra tierra, les propongo que acudan a su playa preferida y en voz alta, poniendo a las gaviotas por testigo, pronuncien aquello que dijo, tan hermoso y acertadamente Blas de Otero:” Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he negado las sombras en silencio, me queda la palabra. “
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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