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Buscando la "herba de namorar"

martes, 29 de noviembre de 2011
Despedimos Noviembre, que tiene su propio refrán. “Dichoso mes que empieza por Todos los Santos y termina por San Andrés”.

Para los gallegos, tiempo de peregrinar a uno de los santuarios con misterio, dónde el culto pagano se dejó cristianizar. San Andrés de Teixido va a recoger los tres objetos del culto priscilianista: está viva la tradición del romero que sube al monte, cree en el agua milagrosa de la fuente de los tres caños y busca la herba de namorar.

Rememorar la ermita de San Andrés de Teixido es plantearse las razones de este oratorio cristiano que se alza desde 1785 siguiendo las directrices impartidas por Vitrubio en su libro X del Tratado de Arquitectura cuando establece que los templos mirarán a la región celeste por dónde se pone el sol; cuestión que hace llegar el último rayo del astro sobre la imagen del santo que según la leyenda llega a la costa de Ortegal en una lancha de piedra. Quizá por eso, los peregrinos de Teixido cantan: “O divino San Andrés/mandou empedrar o mar/para que os seus romeiriños/o foran visitar”.

Pero las peregrinaciones son anteriores, ya que desde el siglo XII se conoce la existencia de un monasterio, aunque no se tiene constancia formal de peregrinaciones hasta el primer tercio del siglo XIV. “Tres días hai que non como/tres días hai que non durmo/para ir a San Andrés/que está no cabo do mundo”.

San Andrés de Teixido está íntimamente relacionado con el culto a los muertos. Todo gallego debe acudir en vida a Ortegal, a visitar a San Andrés, tal como le prometió El Maestro al Apóstol, en un momento de desaliento. Ya que si no lo hacen, nadie accederá al reino de los cielos y lo tendrán que hacer de muertos…De ahí el rito descrito por algunos autores.

La romería se hace acompañada de un difunto. Días antes de comenzar la peregrinación se acude al campo santo, se le llama por su nombre, y se le comunica que se prepare para emprender el camino de San Andrés. El día de la partida, se le va a buscar, se golpea el suelo con el pié y se le llama por su nombre. Por fin a comitiva se pone en marcha. Durante el camino al difunto se le trata como si estuviera presente, se le da conversación. Al llegar a la ermita se busca a un mendigo para que sustituya al muerto y ocupe su lugar durante la comida. Se regresa y se le vuelve a acompañar hasta el cementerio, procediéndose a despedirlo, por su nombre…

Pero es el amor, la gran cita desde tiempo inmemorial. Tanto que en pleno siglo XVII, el Obispo de Mondoñedo, Antonio Valdés, hubo de redactar una carta que refería: “Por cuanto somos informados que en la feligresía de Santo Andrés de Teixido, en la feria de agosto, concurren muchas gentes a confesarse, y algunos curas y clérigos vacos de nuestro obispado confiesan a mujeres en los campos y detrás de las peñas, de día y a horas extraordinarias que podía resultar grande riesgo a sus conciencias y escándalo a los que no lo ven, mandamos que de aquí en adelante ninguno de los susodichos pueda confesar hombres ni mujeres, si no fuere de día y dentro de la dicha iglesia o en el claustro y atrio de ella, y veinte pasos en contorno”. A pesar de lo referido siguieron los problemas y hubo de repetirse la ordenanza episcopal en 1772 para evitar la profanación del santuario.

Y es que las romerías siempre tienen en nuestra Galicia el culto a la naturaleza. En las proximidades de la Serra de la Capelada, los acantilados más altos del continente europeo, crece la Armeria marítima, capaz de modificar –quizá- comportamientos.

Personalmente, creo que no hay elixir para el amor, o si lo hay, es la mezcla de sensibilidad, permeabilidad del alma, compartir espacios y necesidades, que traducen pasar de la ilusión pasajera a la emoción eterna, con la que nos despertamos y acostamos, dedicándoles el primer y último pensamiento todos los días de nuestra vida, como hacía Don Quijote con Dulcinea.

A partir de ahí, más que ir a buscar la famosa y mágica herba de namorar, habrá que ir a buscar la sombra que se desvaneció en un sueño de amor, o como en la hermosa película de Casablanca, aquello que pasó en Paris, y que queda prendido en la melodía “El tiempo pasará”.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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