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Debieron equivocarse

martes, 22 de noviembre de 2011
Cuando iba a la escuela-ya llovió desde entonces-me enseñaban cosas que siempre procuré cumplir. Efectivamente, no siempre. Y me decían, por ejemplo, que la verdad era la cosa más bonita que podía decir uno. Lo que olvidaron mis maestros era la resaca que ello conlleva.
Y así me dijeron que las llamadas fuerzas del orden son unos señores muy cumplidores que velan por nuestro cuidado y que llevan una vida de gente muy formal y no suelen andar en los bares, que siempre están donde se precisan, que no se escaquean a leer el periódico en los lugares poco visibles, que cumplen con su trabajo muy eficazmente...A mí me debieron confundir, porque yo los veo todos los días a determinadas horas tomando su café-posible carajillo-en determinados lugares con sus coches aparcados en zona de raya amarilla. Otras veces no los encuentro, sobre todo de noche, porque "están haciendo la ruta" .Ya sé que por el país de Morfeo.
Otros de los mismos, pero secretas, me resulta fácil su localización: sólo hay que ir a determinadas cafeterías de otra zona a las once de la mañana que, para el resto de los mortales, es hora de curro. ¡Ah!, me aclaran que su horario es especial, que si hace falta también trabajan de noche a la hora en la que los vándalos rompen jardineras, papeleras, farolas o cualquier menester. Pero nunca los encuentran.
Cuando yo era niño no había hora de café, porque no se conocía el estrés. Así que los médicos de urgencia no iban al super a las horas de trabajo.
También me enseñaron que la vía pública era un espacio común, que todos estábamos obligados respetar y nadie podía utilizarla para su beneficio personal poniendo anuncios, alfombras, floreros o cualquier otro estorbo para el viandante, sin la oportuna licencia. Yo veo arbolitos de adorno, cartas de menús y un variopinto elenco de cartelitos que se instalan impunemente.
También veo bicicletas, motos y hasta coches circulando por las aceras donde siempre me habían enseñado que eran exclusivos para los peatones. Ya no les hablo a ustedes de cuando siento indignación por la forma de aparcar mal de un abusón cortando el carril y, a continuación, veo el coche la policía que pasa por el lado sin querer enterarse ¿A que les ha pasado más de una vez? A mí, muchas.
También me enseñaron que las empresas deben cumplir con las leyes y, por ejemplo, un taller textil debe reunir una serie de requisitos de higiene, luminosidad y sanitarios... ¿cómo los que esconden los chinos en múltiples rincones del país?
Me decían que las leyes hay que cumplirlas nos gusten o no y, aunque de aquella no había ley antitabaco, me decían que hay un principio básico para todas las leyes y que consiste en respetar a los demás. Pues bien, cuando me apetece tomar un café, para entrar en un bar, me veo en el túnel del humo, sin que jamás haya visto un inspector que obligue a cumplir la ley. Muy al contrario, he visto a más de dos energúmenos fumando dentro sin que nadie tome medidas.
En aquellos tiempos, y menos siendo niños, nunca oíamos hablar de política. Cuando preguntábamos algo, nos contestaban: "cala a boca". Hoy no. Si usted se fija en su entorno, verá que existe un gran número de funcionarios que se dedican a dar el mitin donde se sienten los enterados. Se dividen en dos grupos: "los pelotas" a los que tratan como tales, y los "aconsejadores " que despotrican contra el gobierno para el que trabajan y, en vez de dimitir y perder sus privilegios, juegan a ingeniosos y a buscar la carcajada fácil del ignorante. ¡Y cómo chillan! Intentando insultar a los que difieren. El énfasis mayor lo reservan para aquellos que en horas de trabajo y en la taberna les reprochan tanto mitin.
Era muy habitual por entonces estudiar el Catecismo e ir a la catequesis, y nos enseñaban: "Yo soy la verdad y la vida", "ganarás el pan con el sudor de tu frente" "Amarás al prójimo como a ti mismo" "Al césar lo que es del césar..."
Por eso, a veces pienso que mis maestros debieron equivocarse.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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