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Gracias, maestro Don Francisco

lunes, 19 de septiembre de 2011
Gracias, maestro Don Francisco Siempre pensé que no es muy difícil trabajar de maestro. Basta con estudiar la carrera y, si se trata de ejercer en la autonomía, aprobar la oposición. Pero una cosa es trabajar de maestro, como lo hacen muchos que conozco, y otra muy distinta ser maestro y ganarse el título con el trabajo, el reciclaje continuo, la preocupación permanente por los alumnos, sean propios o ajenos, trabajar denodadamente por la sociedad, sin por eso olvidarse del propio cultivo, ni de reflejar las inquietudes.

Hoy, en san Ciprián (Lugo),la Maruxaina, esa sirena que enamora desde “Os Farallóns”, cantará una hermosa y fúnebre canción de despedida para acompañar a ese auténtico maestro, D. Francisco Moisés Rivera Casás, a quien Dios, que es justo y misericordioso, premiará en el otro mundo con la presencia de otros seres tan queridos, que ya le antecedieron. Mi amigo Modesto, su hijo, dejó una profunda herida en mi corazón.

Y llorará la Maruxaina por la orfandad del pueblo. Y también llorará el pueblo. Porque los pueblos también tienen sus padres que los cuidan, los miman y los protegen. Y D. Francisco era el gran patriarca al que los rudos marineros acudían buscando un porvenir para sus hijos, procurando un consejo del amigo, y siempre respetando la valía profesional y personal del Maestro, como le llamaba Pablo Mosquera. ¡Qué bien entendiste Pablo lo que debiera ser siempre un maestro!

Se va aquel ilustre hijo de nuestro Magazos que entregó su vida a muchas generaciones de alumnos, soportando las penurias económicas de la posguerra y luchando por una familia a la que supo inculcar tan nobles valores como los adornan. El hombre que conocía el mar desde la tierra, porque era un enamorado del porvenir de sus alumnos y que tenían al mar como destino. Era su profesor y sería después el fundador del Museo del Mar de san Ciprián. Y con él marcha el hombre inteligente, culto, discreto, dialogante, receptivo, en definitiva, sabio, con un bagaje cultural extraordinario-aún recuerdo cuando me regaló una copia de una conferencia suya en el casino de Viveiro-.

Son los tesoros de mi vida. Soy de los que se emocionaba cuando charlábamos con él. Se va el hombre que reunió en el año ochenta y uno a cientos de amigos que le tributamos un homenaje de admiración y cariño en el restaurante Castelo de San Ciprián. Allí estaba el excelente poeta, maestro y su gran amigo D. Antonio Prados quien, en conversación privada, me habló maravillas de D. Francisco. Se va el colaborador del Heraldo de más edad y con él se van sus amigas las oscuras golondrinas de Bécquer, poesía que siempre nos recitaba con exquisita sensibilidad, en las cenas anuales.

Aún resulta reciente en la memoria la concesión, muy merecida, de Hijo adoptivo de Cervo en el año dos mil diez. Actitud que aplaudo de una Corporación que ha sabido reconocer en tan excelso vecino tantos méritos. Confío en que su Concello de origen, Viveiro, sepa algún día reconocer los méritos de tan ilustre hijo dedicándole una calle.

Y cuando estas cosas suceden, en el alma se produce un nuevo roto, una vieja raíz, en la que sustentamos nuestra vida, se pudre y crece la soledad y el vacío. Pero, sin embargo, renace la memoria que, curiosamente hoy, dos horas antes de enterarme de la triste noticia, me recordaba a su nuera Carmiña y me preguntaba ¿cómo estará D. Francisco? Poco tardó la prensa en comunicarme el fatal, aunque esperado, desenlace.

Quiero expresar desde estas líneas mi sincera condolencia a toda la familia, desde sus cuidadores, su hija Dñª María Elena y su esposo D. Virgilio, hasta la propia Carmiña y su hijo Fran, muy queridos amigos nuestros.

Sepan todos ustedes que nuestros amigos, D. Francisco y Modesto, dejan en nuestro corazón hermosísimos recuerdos, que perduran en nuestras vidas como ejemplos a seguir y luceros que, como el faro de san Ciprián, iluminarán nuestras vidas.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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