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Crisis y estafa

lunes, 13 de junio de 2011
Somos muchas las personas que no entendemos de economía, porque no nos parecía necesario saber como funcionan los mercados, y no pensábamos que el vil metal nos pudiese producir tantos quebraderos de cabeza.

Ese desaforado interés de algunos de nuestros semejantes nos abocó a una crisis que todavía no sabemos como acabará, y aunque echemos la culpa a los bancos, quizás porque son los representantes más próximos del dinero, en el fondo, sólo somos víctimas de las políticas a las que se ven sometido los gobiernos por parte de esos tiburones, que, por otra parte, desconocemos.

Lo cierto es que sufrimos los recortes, las inflaciones y una serie de medidas que nos indignan y nos producen impotencia. Y aquellos que nos representan, y se disfrazan de importantes y sabios, son sólo unos títeres, quizás tan soñadores como nosotros, pero igualmente de ineficaces.

Desde el principio de los tiempos, el hombre nace con el gen que lo define como acaparador y depredador de cuanto lo rodea y, consecuentemente, surge el dinero que para muchos es el fin, el dios y el padre del poder. Todos hemos sufrido el afán desmedido por la pasta por parte de codiciosos y avaros que sólo viven para acaparar fortunas que en muchos casos ni siquiera disfrutan.

Todos conocemos a pequeños pobres ricos envilecidos por su afán recaudatorio y que sólo merecen lástima. Pero estoy seguro que ellos no entienden el sentimiento de una persona que no ve en el dinero otra cosa distinta que una herramienta para la vida, aunque los tiburones lo consideren equivocado.

Hoy parece que reina la avaricia, y que ésta haya sustituido a las religiones para recordarnos el becerro de oro. Y es que éstas ya no sirven de coartada para la explotación y la depredación, aunque si han sufrido sus embestidas en su ética y moral por parte de un enemigo tan poderoso.

Desgraciadamente, el mundo parece moverse por ese motor que establece las reglas y hasta lo usan para establecer categorías, rakings y otras estupideces como los estatus y la catalogación de las personas. El dinero siempre compró a muchos individuos, las ideas ajenas, a amigos que traicionan, a hermanos que envidian…y todo ello sin saber que la mayor felicidad es el fruto de la generosidad. Sin duda, se han acabado las revoluciones sangrientas derivadas de las ideologías totalitarias y contrapuestas y, aunque la intención haya sido noble y bien intencionada, los resultados, en general, han sido catastróficos.

El reparto más justo de la riqueza es un anhelo que soñamos la mayoría, sin embargo, esa mayoría sólo está dispuesta a repartir las migajas. Por ejemplo, resulta sencillo observar como la xenofobia nace de ver peligrar nuestro estatus, y nuestros principios de solidaridad –caridad llaman los cristianos- se traducen a voz pasiva cuando apagamos la tele y se ahogan los subsaharianos.

Nuestra disponibilidad de acogida rápidamente encuentra argumentos para el rechazo de aquellos que en el fondo son como nosotros, y sólo tratan de ganarse la vida para sus hijos y ellos mismos.

Ahora, que por fin encontramos que aquella generación no era nini y se rompió el tópico de que no hacían nada, observamos con gran satisfacción el Movimiento 15-M y su conciencia social, y aunque no podamos intuir que tantos sueños fructifiquen en soluciones, vemos al fin con gran alegría que han despertado del sueño de la comodidad del papá rico que paga masters y lo que haga falta para que su niño sea…por desgracia, un seiscientoseurista.

Se acabó el bienestar de la casa familiar y son conscientes de que las universidades no dan respuestas. Intuyeron tiempo atrás que ahora los que los explotan son los amigos de sus padres que les han dado un curro chungo y que, si no lo quieren, ahí están cinco millones de parados esperando. Se puso de moda la frase “esto lo que hay”.

Despiertan para saber que la casa grande y cómoda en que se criaron la hay que repartir con los hermanos, que ahora no hay pasta ni para pagar un pequeñito apartamento en el extrarradio, que para comer el chuletón hay que esperar a ir a casa de mamá.

Descubren que los convenios laborales, aprovechando las vacas flacas, son peores que en los años sesenta. Se acabaron las invitaciones, y se encontraron con que las copas cuestan dinero.

Descubrieron también que las tragaperras han evolucionado y se llaman teléfonos móviles…Desgraciadamente, como les pasó a muchos, sintieron en sus propias carnes una realidad que no se parece en nada a las falaces verdades que se les inculcaban en casa, como el pelotazo, y que tampoco los títulos universitarios comprados garantizan chollos, que las ostentaciones de coche y chalet de sus papás pasaron al baúl de los recuerdos… y éstos, hoy, se arrepienten de la vida regalada con la que los han criado y que no los han educado para el esfuerzo, la lucha y la honradez.

Les enseñaron a ser displicentes, a no mezclarse con los demás, a huir de los humildes, al todo vale, les cultivaron el hedonismo y otras múltiples y vacías presunciones. Estupideces propias de las épocas de las vacas gordas contra las que se rebelaban, pero nadie les hacía caso.

También comprendieron que es mentira el llamado pasotismo político y que sus padres “politiquearon” lo que le hizo falta, arrimando siempre el ascua a su sardina.

Me alegro que empiecen a exigir castigos fuertes contra la corrupción, cambios como listas abiertas en las elecciones, reparto más proporcional de los escaños, freno de los privilegios y prebendas de los políticos, control efectivo de su honorabilidad, y castigo, si procede, acorde a la confianza depositada…

Me gustan pues muchas de sus propuestas y su disponibilidad para realizar cambios necesarios en esta sociedad.

Personalmente llevo muchos años demandándolo y espero que no sea una flor que se marchite, pero os lo digo con franqueza, chavales: hay que luchar, no desfallecer ante la adversidad. Será duro, pero vuestros hijos lo agradecerán y este servidor también.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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