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San Xosé

viernes, 19 de marzo de 2010
Dios casi siempre hace elecciones inesperadas respecto a las expectativas normales y lógicas del hombre... Por ejemplo, decide hacerse compañero y compañía del hombre, cuando para los hebreos estaba más alto que las nubes, cuando para los agnósticos o ateos no está ni se le espera, y cuando para los creyentes, a veces, es sólo cosa de la iglesia, que no precisamente de los curas.

Pero ya poco a poco y en las mismas Escrituras se va mostrando casi, casi como una presencia divina inesperada y profundísima, pero también limitada y humana, muy lógica y muy humana, entendiendo por humano lo “culto”, lo reflexivo, lo fundamental y lo sensiblemente metafísico.

En una relectura bien comprensiva y litúrgica de los textos que se proclaman en la liturgia de su fiesta, la inesperada encarnación y humanización de Dios adquiere nueva luz, poniendo en claro, también sorpresivamente, la realidad y la última misión del hombre, sea el de siempre, sea el actual, de hacer posible la dimensión de la fe en Dios como “promotora de valores de progreso” y poner de relieve la vocación del propio hombre como “madre de Dios”, que no como “inventor “ suyo ni de fábulas que ya no nos sirven.

Así el San José, como el mismo Abraham, es quien prepara el ámbito humano y familiar concreto en que el Cristo se va a manifestar como Dios... ¿ Qué ámbito personal, familiar, social, económico y político creamos los creyentes para que Dios, su sabiduría, su “fábula”, su verdad arregle, perfeccione y sostenga un “ nuevo orden” por el que todos clamamos desengañados de viejas políticas, antiguas recetas, nuevos cuentos y fútiles promesas?

Dios, Jesús, entra en la historia como un hombre más -no al modo mitológico-, naciendo de una mujer y haciéndose registrar oficialmente como Hijo de José, aunque su estirpe y su ocasión sea el símbolo de salvación y fruto de una intervención particularísima del Espíritu vital de Dios; Jesús es lo que es, regalo espléndido, único e “inalcanzable” -entre comillas- de Dios a la humanidad nuestra. Pero José es -el hombre creyente ha de ser- el anunciador, el “comercial” de este Hombre que se llama Enmanuel, Dios-con-nosotros. Y el creyente, como José, es, será, debe ser el Dios-contigo para los otros, anunciando con su compromiso y testimonio de fe y ética, a veces trágico como las noches del propio José, que la salvación, aunque sea por defecto, no vendrá nunca de un Parlamento ni del hombre sólo.

De modo que muchas Felicidades a todas los Xosés, Pepes y Pepitas: lo del padre, se lo dejamos al Corte-Inglés.
Mourille Feijoo, Enrique
Mourille Feijoo, Enrique


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