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¡Ojo al dato, Sr. Orozco!

miércoles, 10 de febrero de 2010
Los pobres de pedir de Lugo son del Psoe, como los de Villalba lo son del PP, los de ambos sitios de ellos mismos y de todos, y unos y otros, nuestros, porque “todos somos hijos de la mar” o de la misma tierra. Y como dijo la maravillosa princesa Nausíaa, la de níveos brazos, en la mitad del canto VI de la Odisea, debemos ser hospitalarios con los pobres y forasteros, pues es Zeus quien nos los envía a nuestra casa.

Bien, profesor Orozco, pedagogo insigne en el Ágora mayor de Lugo: en nuestra ciudad, como por ahí, mientras amariconeamos las formas y los modos y qué le vamos a hacer y vaya usted a Cáritas y a ver si puedo hacer algo y para el día tal inaugararemos un nuevo comedor social y un nuevo albergue con capacidad para no sé cuántos y con retrete y aguamanil automático y... pues eso, y Teruel existe y los pobres también y no hay que avergonzarse de ellos y mucho menos retirarlos de la terminal de la estación de autobuses y sus inmediaciones -bueno, cuando a mí me parezca o convenga, sí-, porque la ciudad es de todos y tal, y porque tienen los mismos derechos que los demás ciudadanos, mientras todo eso, digo, lo que realmente estamos a dicir es que sálvese quien pueda y a ver si no vuelven por aquí y la hostia qué pesados son y a ver si se van de aquí de una puta vez. Y si esto es lo que realmente piensan en la antigua mansión del Marqués de Ombreiro y actual Casa del Concello de la Plaza de España, le parafraseo, entonces, la genial y sencilla proclama de Juanito Ventolera: apenas llegado el virote de la guerra de Cuba le espetaba a una alegre y respatibilisima furcia recién viuda de un soldado muerto allá en oficial combate: esto es una cochina vergüenza. El pobre, si supiese su obligación -venía a añadir- y no fuese un paria, debería disparar contra los que mandan. Y terrible, porque "la ley de los pobres es ayudarse” y nunca sabe uno hasta qué punto puede llegar esa ayuda. O lo contrario. Y aquí está el quid de la cuestión, y le cuento, profesor Orozco:

Entremedias y porque a fame é negra, las huestes de los menesterosos se nos van convirtiendo en mafia, en estorsión y en delincuencia varia. Y ya es una realidad con pelos y señales y nombres propios aquí en Lugo, “a nosa cidade”, e “das Murallas” e “Patrimonio da Humanidade”, “e para comer Lugo”, no todos. Sí. Aquí en Lugo, hombre. No va a ser únicamente en la casa de Viridiana y en los guiones de Buñuel. Y le voy a reconocer una cosa, eminente profesor, enamorado cosmopilta del Logos Universal de Heráclito y de la maestría única de Sócrates: "conócete a ti mismo" es sin duda algo que usted se tomó en serio como paso previo y necesario para dar el salto de las aulas al teatro y a buen seguro que se vio complacido en los deseos de la eurística del contraperfil del Alcibíades I: un mancebo cuya “biografía da cuenta de la trayectoria pública propia de un falsario y corsario, pionero del transformismo político, catedrático del embuste y el cambalache, y traidor”. Y usted, digo, no se vio tal en las aguas de ese río -todos tenemos manías de Narciso -, se proveyó de los antídotos necesarios para abordar “la participación ciudadana” y todo muy bien en la primera legislatura y muchos logros en la urbe de Máximo Fabio, suya y nuestra.

Pero Cronos nos mata literalmente, y a nuestra moral también. Por lo que ahora “sólo sé que no sé nada”, y se cabrea usted, y se rebota y ya no lee los Diálogos de Platón, o a lo mejor sí, pero no los practica tanto. Y mira usted hacia fuera de las murallas, lejos, a ver si cae algo, y el partido y yo, y no el ciudadano. Estimado profesor Orozco, hágame caso: vuelva usted a sí mismo, a su verdad y a su ética sabia y primera, no se prostituya, tómese la cicuta de todos los marrones con que se encuentre, y la de otros que nadie quiere, incluidos las sinrazones y estrategias de “promoción”, y así podrá decir desde el balcón de su honradez: es hora de retirarnos, de irnos, yo a morir, vosotros a vivir. Qué sea lo mejor, sólo Dios lo sabe. Y ello no es masoquismo, señor, es lo que hace a uno maestro y hombre público de ley.

Y no crea que perdí el hilo, señor. Usted es hombre culto y al princio parecía estratega honrado y cercano. Pues bien, sabe usted que los pobres en literatura son un argumento realista y una pincelada estética en las historias de Don Benito Pérez Galdós, y en aquellas condiciones que no se salgan de los libros, por Dios. Sabe también que Valjean fue el único tío de Los miserables de Victor Hugo que alcanzó estatus noble y sentimientos generosos. Y sabe también que por la caridad entra la peste. Tanto sabe, que también sabe que el problema de la mendicidad callejera no se resuelve tampoco cantando la Internacional -“¡Arriiiba los parias de la tieeerra...”- en ningún meeting, foro, comité o congreso de lo que sea. Y mucho menos haciéndonos creer que estamos en ello... o, mucho menos también, oiga, no le tolero que me diga eso, no estoy de acuerdo con ese señor, y la ciudad es de todos, otra vez, señor, pera el hambre es sólo de ellos, señor, y escuche al Pelandrias da Lagoa de San Fiz de Rato:

-Ei, meu señore ¿e logo non terá por ahí un traballiño para nós?, que vostede fai moitas obras e algo haberá, señore, e non nos diga que está preocupado polos nosos Direitos, que nós só lle temos fame e aínda que na nosa fame mandamos nós, tamén vostede pode mandar algo, como manda a Manolita, a Monfortina, que adeprendeu o oficio cos ferroviarios de Monforte e fai moitos cartos cos homes e tenlle abondo para repartir con nós, que lle é moza de ben, e aínda lle sobra para o viño e o tabaco e o hachís dela e os porros dos meus colegas, e talmentes lle foi á Monfortina que xa traballa non pisiño que está aquí á volta. E velaquí, señore, e daquela ímoslle indo, pero ás veces, para matar o bicho tamén imos de Esmorga, mais non lle prendemos lume aos castelos dos Señores, señore, que xa non hai nobleza nesa xente, pro de cando en vez dásenos por fender cancelas e roubamos o que hai dentro... e xa sabe como fai o río cando leva moita auga, e o Cachas de Santaballa, cando se lle sube o sangue a cabeza, arréanos e temos que lle dar os cartos da colecta, e se non llos das dache unha hostia... E a miña muller de noite bótame fóra da cama e rise de mín porque co costume do tintorro xa non se me indireita e non podo contentala, e iso dóeme moito por ela, ay, meu señore, non haberá traballo de xustiza para un cristiano nos plenarios do concello, meu señore. E cando imos de colecta non nos mande las fuerzas del orden. ¿De que orden...? Si es caso, devólvanos as papeletas do voto que lle demos e as súas promesas, aínda que só sexa para limpar o cu con elas. Que tamén lle somos persoas, señore.

¿Escuchó, señor alcalde, a este ciudadano?. Que hay picaresca en ellos, ¡qué si no!, pero más aprovechados somos nosotros los legales, usted y yo y muchos más. Ya ve... y así, y fíjese en eso de la espiral y sus consecuencias, que pueden afectar a todos. Y ahí no valen monsergas, señor, y entonces sí que estos pobres serán más nuestros todavía y de aquella manera...

Y que todo se lo digo, mi Sr. Alcalde, perdoando a súa cara, por si se puede hacer algo, en la medida que le corresponda y, siendo así, para que nunca tenga que lamentar: “...Por último, vinieron a por mí, / y para ese momento yo ya no tenía nada que decir”. Bertol Brecht, más o menos. Y lo hago con mi evangélica devoción por usted, si bien, disfrada de un evidente y desafinado cinismo. Valete.
Mourille Feijoo, Enrique
Mourille Feijoo, Enrique


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