Había asamblea en la catedral de aquella ciudad y Don Quijote y Sancho seguían viendo el bulto que proyectaba la sombra de la iglesia del lugar. Era la fiesta de la Candelaria y yo entraba al recinto santo por la puerta grande -el divino Jesús decía que era estrecha- de su fachada neoclásica. Ya en el umbral, y luego en el crucero, me dio la impresión de que ni nueva ni clásica, la cosa, digo. O sea, anacrónica y sin punch. Ni siquiera me parecía románica, que es lo que podía ser, más bien algo gótico, bárbaro, extraño y muy romano, como de aire frío o próximo al aburrimiento. O fingían los hechos o yo me precipitaba
Pero aquella asamblea del pueblo me interesaba, y la luz y el chisporroteo de las candelas en una noche de niebla siempre atrae, y más en tierras de la Santa Compaña y muchas leyendas más. Y me atraían tanto como un pecado ajeno. Y yo estaba allí para contemplarlo, y verlo todo y quedarme con lo mejor. La sombra de la noche, de la vida, y la fiesta de la Luz.
Y se entonó el Domine, labia mea aperies como un Dies irae que atronase todas las partes del alma: tal que así. Y la procesión de las antorchas comenzó a des-hacerse por el espacio sacro adelante. Eran muchas las candelas, pero aun así la luz de un candil las pudiera obscurecer a todas, y mire usted que la escenografía se presta, oiga, y el misterio de Dios es. Pero
la iglesia, la lumen gentium, qué coño estaba haciendo allí -está haciendo- con las velas en la mano y la tristeza osbcura en los ojos y el talante? Me acababan de decir, y lo creo: los guerreros de la Luz conservan el brillo en los ojos
están en el mundo y forman parte de la vida de otras personas. No siempre son valientes y (ni) actúan correctamente.
Y me acordé, porque Dios existe. Me acordé de aquel día en que el mariconazo de Elton John se arrancó al piano con su Candle in the wind en el funeral de Lady Di en la catedral de Londres: fuerza, emoción, entusiasmo, seguridad, resurrección de la carne y la vida eterna, amen. En aquella asamblea -que es la misma que esta- Dios se hacía cercano, joven, luminoso y protestante, como yo digo. O como dice el cura vate de aquí: