Felicidad a 6 €

Ana y María se sientan en el sofá muertas de risa mientras ojean un artículo antiguo en el diario El País. Las dos se miran con cara de fascinación mientras dicen: “¡Es el Juanma, nuestro colega el Juanma”!. Y más risas. Juanma, tiene 19 años y su aparición en la prensa se debía a su nueva profesión: es vendedor de pastillas. Juanma no es farmacéutico, pero Juanma vende la felicidad a 6 euros, justo lo que cuesta una pastilla de éxtasis. Aunque si se las compran en lotes de cien las deja más baratas, vamos, que siendo hábil con los negocios esto se puede convertir en un buen pellizco. Es lo que llamaríamos dinero fácil, sales una noche y además de hacer amigos te sacas un dinerillo.

Sin embargo, al igual que con otros productos los precios varían según donde consumas, en los after hours los vendedores de éxtasis suben los precios porque saben que la gente durante la noche se ha creado ya una necesidad difícil de llenar y por ello los precios por unidad son más elevados. Tienen muy claro que en ese momento el/la cliente/a pagará lo que sea por recibir su “porción de cielo”.

Pero ¿cómo se consiguen las pastillas?, es una pregunta sin respuesta. “esto es como una cadena sin final –me dice Ana- unos se las pasan a otros pero nunca llegas a la persona que las pone en el mercado”. Según dicen, es fácil conseguirlas, “sólo tienes que acercarte a alguien con pintas raras o muy pasado y preguntarle si tiene pastillas, en caso de que él no las tenga siempre te remite a algún vendedor”. La mayoría de est@s vendedor@s nunca preguntan al consumidor/a si es la primera vez que toma pastillas, ell@s se limitan a vender. Tal vez este sea uno de los factores de riesgo de este tráfico indiscriminado de sustancias alucinógenas. Nadie informa a l@s nuev@s compradores de cómo deben consumir este tipo de sustancias.

Las macrofiestas, Goas (legales) y Raves (ilegales) reúnen a miles de jóvenes en busca de diversión, de pasárselo bien y para ello danzan como posesos en largas sesiones de música tecno, house... Ni Ana ni María se pierden estos eventos, me dicen que tanto una como otra han estado en ellas en múltiples ocasiones. Han conocido a muchas personas, porque si hay algo a lo que te ayuda el éxtasis es a hacer amig@s. Los efectos de estas drogas son muy variados desde alucinaciones en las que ves a toda la fiesta con gafas graduadas hasta ver que tu pareja se ha transformado en tu mejor amiga; libros derretidos o pitufos azules correteando por tu cuarto son los personajes que poseen tu mente sólo con media pastilla. Sin embargo, muchas de estas alucinaciones que agradan a jóvenes consumidores son las que han hecho desistir a much@s “comepastillas” habituales. Ana dice que “si no “quemas” el efecto de las pastillas bailando las alucinaciones tiene efecto retardado y eso es peor”. Eso fue lo que le sucedió en la última Goa a la que asistió, donde me cuenta que creyó ser testigo de un asesinato. Ana se encontraba en el baño de una discoteca, una cámara la vigilaba, se sentó en una esquina. Vio entrar a una joven. Minutos más tarde, un hombre vestido de negro entró en el mismo baño y asestó un par de puñaladas a la joven. El asesino, mirando a la cámara ensangrentado, no dejaba de reír. Ana sentía el dolor de la víctima y entró en estado de shock. Cuando despertó estaba encima de su cama, presa del llanto y sus amigas la llamaban asustada. Sin embargo Ana no era capaz de despertar. “Desde entonces –dice Ana- no me vuelto a comer ninguna pastilla”.

Tanto Ana como María creen que la solución del problemas pasa por la legalización de este tipo de sustancias, tal y como ha sucedido con alcohol y con tabaco.

Esta claro que el futuro de much@s jóvenes va a depender de la manera en que este tipo de conductas de fin de semana se regule. La solución no es fácil. Pero de lo que estoy segura es de que tal vez la situación se encuentre a medio camino entre prohibir y legalizar, es decir en educar.