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Cosecha de decepciones

jueves, 23 de agosto de 2018
A María, viuda de Alfonso Regadera, con sincero afecto.

Hace más de cincuenta años, en pleno franquismo, comencé mi colaboración con el Heraldo de Vivero con la esperanza de que, denunciando abusos y situaciones de poder contra el interés público, podría contribuir a mejorar la sociedad y lograr una mayor justicia. Y creo que en esa lucha hemos contribuido a la democracia, que aunque sea imperfecta, todavía ningún sistema la mejora.

Hoy, transcurrida prácticamente mi vida en dicho menester, comprendo la inutilidad de mi esfuerzo. Pude haberme percatado antes de mis errores, pero siempre mi amor a Viveiro le daba otra oportunidad a mi lucha en la creencia de que la sociedad reaccionaría. Craso error. No contaba con la apatía, con la desidia, con el cambalache, con la cobardía, con el nulo interés de la gente para revertir situaciones negativas. Ni los concellos del signo que fueren, ni la ciudadanía que tanto se queja de cualquier cosa, pero que nada hace por remediarla, siento decirlo, merecen tanto insomnio, tanta lucha y tanta exposición a las amenazas del enemigo, que en más de una ocasión recibí.

Evidentemente, nunca tuve un testigo para poner denuncias. Siempre uno se queda sólo y con el culo al aire. Eso sí, con la gratitud de aquellos que valoran el esfuerzo.

En este periplo vital he aprendido lecciones muy diversas sobre la condición humana,y si bien es cierto que hay personas muy válidas, lo cierto es que mi percepción de la masa es sumamente decepcionante. Me mienten con buenas palabras en la creencia de que trago; presumen de humildes con la desfachatez de los soberbios; levantan calumnias contra el distinto o inventan argumentos falsos creyendo vencer al enemigo; son incapaces de ser coherentes y argumentar objetivamente cualquier situación; se dicen tus amigos y te traicionan a la vuelta de la esquina; se escaquean de cualquier actividad altruista; justifican al rico sin importarles en absoluto los medios que usa para tal fin; viven obsesionado con el dinero y miden todo con el metro del euro; se vuelven altivos y displicentes con los pobres y mayores; su vida está llena de estúpidas vanidades como el estatus; educan a sus hijos con una permisividad mal entendida para presumir de tolerantes y comprensivos despreciando el valor de los límites y de la educación familiar y social; cultivan el hedonismo y egoísmo a ultranza sin compartir con los necesitados; maltratan a la mujer y a los diferentes con desprecios e insultos de todo tipo; practican una religión cómoda donde no tienen cabida el sacrificio, la caridad y el perdón; son cobardes y acomodaticios y buscan el amparo del poderoso; viven vegetando y ajenos a la dignidad; presumen de modernos y cultos y no son ni una cosa ni otra; viven con objetivos tan simples como la fiesta, la opulencia y la excentricidad; compiten en carreras universitarias y algunos compran títulos y másters para demostrar a los demás su inteligencia; todos son unos coquitos y fuera de serie en sus trabajos y para ello viajan a recónditos lugares lo que da fama y prestigio: acumulan estupidez y vanidad en trajes de marca y coches de lujo…pero nunca se preocupan sinceramente y con honestidad por los que realmente lo necesitan. Viven cómodos en su castillo de necedades sin pensar jamás en el medio que los rodea.

Nos les duele el árbol que rompen los vándalos, ni tirar la bolsa de basura en la calle, ni ensuciar los espacios públicos con pintadas, ni que en su pueblo no haya apena fiestas, ni que el equipo de fútbol no tenga medios para subsistir, ni que se abuse del uso de la calle, ni que los enfermos no puedan dormir por los ruidos de la movida, ni siquiera que se imparta en los colegios educación para la ciudadanía. Odian el gallego y adoran el inglés. Reniegan de lo propio e idolatran la cultura yanqui- no hay ejemplo más ilustrativo que Trump- y eso es ser moderno y estar al loro. No se rebelan contra la emigración de sus hermanos, ni luchan por su retorno; aceptan con un estoicismo nefasto las condiciones sanitarias de su zona, no se meten en ninguna movida ciudadana a no ser que le afecte mucho directamente…y aun así, tampoco.

Siempre encuentran una disculpa para el trabajo altruista y solidario de la comunidad y, por tanto, cualquier actitud en este sentido es propia, lo dicen despectivamente, de románticos y anticuados. Y así nos va.

Todas estas reflexiones tan absurdas para la nueva sociedad son reminiscencias de viejos que no tienen cosa mejor que hacer que darles “la charla”. Lo que ellos no saben es que son lecciones que nos dio la vida y que ese máster no lo venden en la universidad. Pero si algunos sólo hemos cosechado decepciones, ya veremos a donde nos llevan ellos. Ojalá acierten, aunque dudo que ese sea el camino.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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