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Salomé

viernes, 04 de mayo de 2018
Uno de los mitos de la‎ mujer eterna es la bíblica Salomé, la mujer Salomédiabolicamente bella y sin piedad, que exige a su amante el Rey Herodes, la cabeza del Bautista, después de embrujarle con la danza de los siete velos. Hoy día mandaría fotos por Internet y pediría su tributo de sangre y lágrimas.

Sin estas mujeres malvadas no existirían ni la canción napoletana,ni el tango, ni el flamenco son las inspiradoras del lamento, del quejío, del desgarro, son las mujeres vestidas de negro del fado, que atormentan, abandonan, traicionan a sus amantes, provocando canciones y ritmos inolvidables.

La Salomé de la Biblia la inmortaliza en la música, la poderosa opera del mismo título de Richard Strauss, a no confundir con la dinastía Strauss de los valses vieneses. Tuve ocasión de asistir a una representación de esta obra en la Opera de Viena. Tengo que decir que el compositor de La mujer sin sombra no es santo de mi devoción, pero en esta ocasión conseguí entrar en este torrente musical y se apoderó de mi la malvada, la cruel Salomé y el drama que se representa.

En el mundo germánico del siglo XIX y XX sobresale otra Salomé, que ha hecho correr ríos de tinta y poblar la fantasía de miles de mujeres y fascinado a otros tantos varones. Me refiero a Lou Andreas - Sa‎lomé,la Salomémujer que tuvo amores con Paul Ree, Rainer Maria Rilke, Nietzsche y Sigmun Freud, siempre borrascosos y atormentados, por su independencia, su inconformismo y su fabuloso talento.

Su vida gira entre los dos polos de Berlín y Viena, entre Prusia y Austria, en un momento de gran ebullición en el mundo de las ideas y del Geist. A pesar de que ella era rusa su vida transcurre en centroeuropa como describe su biógrafo y editor Ernst Pfeiffer. Estuvo casada con Friedrich Carl Andreas en un matrimonio no consumado, intermitente, pero con fuertes lazos afectivos, salpicado por las turbulentas relaciones de la que Anais Nin define como la primera mujer moderna.

Es la mujer que hace pedazos a la mujer sumisa, encadenada al hombre, destinada a vivir colgada de los fogones y los partos. Rompe los esquemas patriarcales, de una sociedad en que el papel de la mujer era subordinado. Utiliza sin embargo sus armas de mujer y de atracción fatal llevando al borde del suicidio a Nietzsche, desesperando al delicado Rilke y sacando de quicio a todos estos intelectuales, que enloquecian por ella, pero a quienes nunca se entregaba del todo.

En el paraíso es Eva quien tienta a Adán con la manzana del bien y del mal. Salomé es la que arrebata la poma de la ciencia y se adentra en lo más profundo de la psique humana‎ y alumbra la poesía de Rilke, incendia la filosofía de Nietzche e hipnotiza al mismísimo Freud.

Estas dos Salomés, son dos arquetipos de la mujer de todos los tiempos, de las tapadas y las descubiertas, la otra mitad del cielo de Mao, de las que nos hacen sufrir y gozar, divinamente seguidoras del instinto de traer la vida, pero rebelandose a su sino, combatiendo ferozmente, pero atrayendo al cómplice necesario para hacer brotar la chispa vital.

Salomé vive hoy en todas esas mujeres que reclaman justicia para los energúmenos de la Manada, en todas las que deciden modelar sus vidas independientes, en las que reivindican una sexualidad libre de ataduras, pero también de quienes se prostituyen en aras de una vida mejor, de un trabajo, de un master, atormentando, traicionando, abandonando al hombre. Las dos caras de una misma moneda en aras de lo apolineo y lo dionisiaco.

Joaquín Antuña
joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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