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Elegía por la Armada Amarilla

sábado, 14 de abril de 2018
Felipe II envío a su Armada Invencible a la conquista de Inglaterra para escarmentar a los protestantes y en defensa de la verdadera fe y Carlitos el Tramposo lanzó a sus huestes sobre Roma, para saborear las mieles del triunfo en tierra hostil.

Ambas gestas se frustraron en una estripitosa catástrofe, en un caso por los vientos y las galernas y en otro por la falta de reaños ‎para defender sus conquistas.

Felipe lloro amargamente la derrota,aunque se consoló en Dios y en toda la corte celestial. Puigdemont estalló en sollozos, no apenas terminaron las hostilidades, un griego de nombre bufo Manolas lo abatió completamente.

No iba a quedar un solo protestante y las hachas toledanas estaban muy afiladas para segar cuellos reticentes a la buena nueva.

No iba a quedar ningún europeo, ni ningún terricola, en apuntarse al glorioso proces y en repudiar a los malvados castellanos.

Sin embargo el destino les jugo una jugaterra a estos valientes estrategas, los unos vestidos de rígido negro con sus vistosas golas y puñetas, los otros enfundados en la sagrada enseña independentista con las barras aragonesas y la estrella de los cielos del monte Canigo.

Como la historia ha glosado el episodio doloroso de la Armada Invencible, detengámonos en ‎la Amarilla, que representaba el apogeo de la República de Cataluña, labrada esta justa fama con los pies de los modernos segadores, que llevaban a Barcelona al Olimpo de los dioses.

Ya habían preparado el desfile triunfal con gran esmero. Todo en amarillo hasta la ropa más intima. Un festival de guirnaldas, de globos‎ todos amarillo, con canciones alusivas y danzas sardanas para entonarse y Elegía por la Armada Amarillamarcar los tiempos al unisono.

Con motivo de la justa con los romanos habían hecho un despliegue espectacular y planeaban para el siguiente partido de semifinal toda una coreografía triunfal. Todo por la Republica y por el reino, perdón catalán.

Colgado del televisor seguí con emoción los lances del juego y como buen madridista me alegre con los goles del Liverpool y la humillación de los cules, llamados así por los culetes al viento sentados en la tapia de su primer estadio, probablemente como homenaje a los caganets, que tanto relumbre y lustre dan a estas benditas tierras catalanas.

Había una reunión prevista para el día siguiente con los simpáticos alborotadores de los Comités para la Defensa de la República y un representante amaestrado de los Mossos d'escuadra, para asegurarse la impunidad y poder hacer diabluras de cortes de carreteras, líneas ferroviarias, puerto y aeropuerto e incluso de mangas. Prevista también una video conferencia con el mago Guardiola, el máximo representante Elegía por la Armada Amarilladel saber balompédico. Pero oh cielos y divina Madre de Montserrat, también fue derrotado, a pesar de su totemico lazo amarillo, amuleto de patriotas humillados.

Todo quedo en aguas de borrajas, un destino cruel les hizo tener que regresar a sus lares catalanes lamentablemente derrotados. Adiós pues a las coreografías de libertad y democracia‎ y de presos fuera de las prisiones. Nada de nada. La armada amarilla regresaba a Las Ramblas y a la Plaza Cataluña con el rabo entre las piernas, entre gemidos y lamentos como otrora acaeció con la Armada Invencible.

Destino trágico de estos modernos almogavares. De los Roger de Flor míticos y de leyenda. Y todo por el imperio pedestre, labrado con los pies, de quienes se creyeron dioses y ahora abatidos y vapuleados forman cortejos de penitentes que se azotan las espaldas e invocan en vano la gloria de la Armada‎ Amarilla hecha trizas por los voluntariosos romanos.

Registemos pues no sin cierto gozo y sano recochineo, un nuevo episodio de la gloria truncada de la inmortal Cataluña y entonemos todos un lúgubre "Els segadors". Por mi parte yo entono mi Asturias Patria Querida y quien venga por detrás que arree. Pobre armada amarilla, que será de tus lazos... cuidado no se os enrosquen en el cuello como a Isadora Duncan.

Joaquín Antuña
joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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