San Valentín hace estragos en los corazones anglosajones donde esta fiesta se ha asentado con mucha fuerza desde el siglo XIX en su vertiente emocional y también comercial. En Nueva York la velada de San Valentín es un himno a Corín Tellado, la "apóstola" del amor romántico, con robustos mozalbetes, mozos, maduros y vejestorios endomingados hincando la rodilla delante de su amada con la cañita de rigor y el anillo de más o menos kilates. Es todo un ritual y los restaurantes de la Gran Manzana están a rebosar.
El obispo Valentino de la ciudad de Terni, en la región de Umbría cerca de Roma, nunca hubiera podido imaginar ni pasarsele por la cabeza, que iba avpasar a la posteridad. Vivió en Roma en los tiempos del Emperador Claudio II, en que los cristianos empezaban a estar presentes e iban ganando terreno. Claudio emitió un decreto prohibiendo el matrimonio de los jovenes, pues los soldados eran y combatían mejor cuando no tenían ataduras. Valentino hizo caso omiso y los casaba en secreto hasta que el emperador lo encarceló e hizo torturar. Un centurión romano Asterius le reto a devolver la vista a su hija Julia, ciega de nacimiento, y el obispo hizo el milagro, por lo que Asterius y su familia se convirtieron al cristianismo. Claudio perdió la paciencia y lo hizo ajusticiar un catorce de febrero de 270 d.c. Julia en reconocimiento a su curación plantó un almendro junto a su tumba, que floreció haciendo de sus flores todo un simbolo.
Los orígenes de esta fiesta del amor se remontan a las lupercales, fiesta de la fertilidad romana, en que las damas y damitas, aspiraban a la fertilidad y para ello se sometían alegremente a la disciplina inglesa de la epoca, consistente en recibir latigazos con latigos trenzados de piel de cordero y de perro, que untados con la sangre de estos animalitos y aplicados firme y sabiamente las ponían en estado de merecer, no creo que este método gustaría a nuestras aguerridas feministas actuales.
Fue un Papa de curioso nombre Gelasio quien a finales del siglo cuarto de nuestra era instituyó a San Valentín como santo patrón de los matrimonios. De ahí arranca esta fiesta del amor, que después echaría raíces en todo el mundo occidental, con paralelismos notables en China y Japón. A España llega de manos de Pepín Fernández el astur cubano que trajo a España los grandes almacenes con su Galerías Preciados, un gran emporio comercial al estilo cubano. Pepín con sus galerías nos machacaron con su pulicidad del día de los enamorados, que después impulsaria El Corte Inglés hasta la saciedad, pero sin llegar a llenar calles y escaparates con corazones y globitos rojos como en el mencionado Nueva York. Flores y dulces se estiman entre nosotros y en la América hermana en que se habla de la Fiesta del Amor y la Amistad.
A la inagotable picaresca hispana se apuntó Granados, el que construyó una cárcel en Estremera para luego ser un distinguido recluso de la misma. Piruetas del destino, cuando en unas declaraciones explosivas, de sálvese quien pueda, ante el juez comentó los amores de Cristina Cifuentes con Ignacio González, insinuando un idilio digno de la fiesta de San Valentín. Cosas de la política y sus dagas florentinas bien afiladas. En mi caso permítaseme queridos lectores platicaros de una monja nigeriana Anna y sus labores de tercería con una bella colombianita paisa Patricia, pero este asunto nos llevaría mucho espacio y tiempo, dejémoslo fluir y con Thomas Harding, el escritor inglés recordaros que nos enamoramos de la imagen que tenemos del ser amado. Suerte amigos y como dicen los toreros al iniciar el paseíllo "Que Dios reparta suerte".
Joaquín Antuña
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