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Los días de esplendor (III)

lunes, 04 de diciembre de 2017
Yo no sé lo que tenían de encanto aquellas tardes de domingo junto al río, tardes de sol y de juegos infantiles en las praderas de la Casa Grande, ni sé si realmente fueron tardes felices y bellas, pero cuando hoy, después de tanto tiempo, vuelvo la vista a ellas, me parecen ¡tan hermosas!

La Casa Grande estaba en lo alto de la finca y los verdes campos y tierras de labor bajaban en suave pendiente hacia el río. Dos majestuosas palmeras se erguían ante ella dándole un aire señorial y sendas filas de flores de diversos colores flanqueaban la entrada principal perfumando el ambiente en los anocheceres. Por todas partes había enredaderas y glicinias azul pálido que florecían todas las primaveras. Los alrededores de la casa estaban sumamente cuidados y, adosada a la fachada, había una luminosa galería acristalada que frecuentemente servía de comedor.

Aquella gran casa de paredes de granito y techo de pizarra producía respeto y admiración. La finca que la rodeaba era inmensa y en la parte posterior había un bosquecito de robles y eucaliptos y una larga fila de pinos insignes que bordeaban el límite de la finca con la carretera. En el interior de la casa todo era orden y perfección, las escaleras tenían un hermoso pasamanos y en el primer descansillo se bifurcaban para subir a las habitaciones o a un salón comedor en el que había un mueble de madera oscura que contenía piezas antiguas de loza de Sargadelos.

Los vecinos de la Casa Grande, eran nobles y generosos, gente de bien, por eso otros vecinos acudían a ellos para pedir algún favor o consejos sobre las cosechas y luego, en prueba de agradecimiento, les ayudaban en las tareas del campo.

Desde lejos, aquella casa y sus palmeras parecían más hermosas y distantes en los atardeceres, cuando el sol se escondía tras las inaccesibles montañas de Poniente; por eso, años más tarde en Madrid, contemplando por primera vez el Palacio de Oriente y los Jardines del Campo del Moro, he pensado que era mucho más grandiosa e impresionante la Casa Grande tal como la veíamos en los días de esplendor de la infancia.
Paz Palmeiro, Antonio
Paz Palmeiro, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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