Redistribución de la riqueza catalana

El independentismo, que como todos los nacionalismos de los siglos XIX y XX fue precursor del fascismo y del nazismo, tiene etapas que como el catalán resultan positivas para su despreciado mundo exterior.

Primero aceptemos que Cataluña no obtendrá la independencia aunque la declaren en su Parlamento, y por muchas masas fanatizadas y crecientemente fascistas que salgan a reclamarla.

Incluso, aunque reproduzcan el terrorismo de Terra Lliure, producirán dolor y muerte como ETA, pero no vencerán al Estado.

Con tanto ruido sobre Puigdemont, falsos heridos por la policía y la presencia obsesiva de separatistas en los medios, no prestamos atención a las advertencias de la OTAN, organización militar occidental, esta vez desde la representación de EE.UU: “Apoyamos fortísimamente una España unida. Rotundamente”.

Lo mismo dijo también la UE al advertir que no aceptaría a una Cataluña independiente, pero sobre todo han comenzado a demostrarlo empresas históricas y representativas de esa región al huir a la Comunidad Valenciana, Aragón y Madrid.

Quedan aún centenares de otras que van a aprovechar las amenazas de independencia para escapar –las demás regiones deberían animarse a invitarlas--, pero no porque crean en la separación, sino porque el nacionalismo en Cataluña se les ha hecho irrespirable social, cultural y fiscalmente.

En la prensa económica acaba de publicarse una carta abierta de Marco Hulsewe, empresario y expresidente del Círculo de Empresarios Holandeses, que explica por qué él y muchos otros creadores de riqueza se escapan hartos ya de la obsesiva y opresora imposición del nacionalismo en todas las áreas vitales, pero también por el exceso de fiscalidad para pagarlo.

No marchan hacia otros países, se quedan en España donde redistribuirán la riqueza que hizo rica a una Cataluña que quedará en España, pero más pobre.