Acaba de comenzar una nueva edición de las fiestas patronales de Lugo, el San Froilán, cuyo éxito de público está asegurado siempre que el clima acompañe. Las nuestras son probablemente las fiestas de pueblo más grandes del mundo, y escribo eso a riesgo de que algún miope -y no me refiero a alguien con defectos en la vista- entienda que es una especie de insulto, nada más lejos, es un merecido halago.
La nuestra es una pequeña ciudad o un gran pueblo, según se quiera ver. Algún día los lucenses nos daremos cuenta y valoraremos lo que tenemos. Entenderemos que el ritmo pausado y la vida sosegada de la que disfrutamos a la sombra de la Muralla es un lujo que solo apreciaremos cuando, si nadie lo remedia, nos convirtamos en una urbe
como las demás, con atascos de verdad, turismo en manada y empujones en las aceras.
Mientras tanto debemos ser conscientes de nuestra suerte y disfrutar de las fiestas de San Froilán como siempre hemos hecho: criticando el programa y diciendo que no viene nadie, paseando por el ferial parándose en todos los puestos, jugando en alguna tómbola para llevarnos un peluche ridículamente grande, disparando con rifles trucados para intentar saber cuánto hay que desviarse para dar al palillo, pescando patitos de plástico, subiendo a las barracas de toda la vida, comiendo el obligado pulpo, bebiendo vinos de Aragón y bailando con las orquestas. Tradiciones que año tras año se mantienen en un San Froilán que recuerdo inalterable desde que era pequeño, salvo por mínimas modificaciones como que ya no vienen el muro de la muerte, la montaña rusa o la bailarina. Se van perdiendo algunas atracciones.
No puedo dejar de hacer mención a una cuestión de justicia que es la ofrenda floral a Rosalía de Castro, que este año corre a cargo de la gran soprano lucense Noemi Mazoy. Es un gran acierto de la Corporación el haber llamado a Noemi para ser la protagonista de un acto al que siempre ha asistido como público, incluso interrumpiendo giras para no faltar nunca. Allí estaremos acompañándola.
Lo que sí se echa de menos es una gran feria de productos del campo, que a fin de cuentas fue el origen y la razón de ser de las fiestas durante siglos hasta que alguien decidió que eso era un tema menor en lugar de su esencia. No es difícil encontrar fotografías de nuestros abuelos disfrutando de un gran mercado ganadero y de todo tipo de alimentos que ahora llamaríamos ecológicos pero que simplemente son naturales, el premio que nuestra tierra le otorga a quien supo cuidarla durante siglos y que hoy día algunos desprecian porque no se lo ofrecen debidamente etiquetado, envasado, embolsado, promocionado, decorado, iluminado y plastificado en una gran superficie con olor a ambientador de centro comercial. Una visita a la plaza de abastos es recomendable para aprender a apreciar lo bueno, y no solo en San Froilán.
Presuntamente hay en Lugo una gran batalla entre esta fiesta varias veces centenaria y otra de nueva creación, el Arde Lucus. Siempre se dice que hay una conspiración interesada para destruir la antigua en favor de la reciente pero probablemente esto no sea cierto. Creo que es una simple cuestión de modas pero no habrá problema para apostar por las dos porque son citas complementarias que atraen a públicos sutilmente diferentes. La boina frente a la toga, la orquesta frente a los desfiles de tropas, las barracas frente a los campamentos de época
son cuestiones que no tienen que obligarnos a tomar partido y tenemos la increíble fortuna de poder disfrutar de ambas.
San Froilán vuelve a Lugo y llenará nuestras calles de vecinos y visitantes fieles que una vez más acuden puntuales a su cita con el patrono de la más antigua de las capitales de Galicia. ¡Sean todos bienvenidos!
