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Un año en Barcelona

miércoles, 23 de agosto de 2017
Non preciso entrar en cuestións deontolóxicas para saber que non cruzo límite reprobable ningún, xa que logo, non é a primeira vez que cedo con intención un espazo desta columna a textos que considero que reflicten mellor ca min algún sentimento.

Velaí por qué, malia relación filial que me une con ela, hoxe tomo unhas palabras expresadas na rede por Carolina Piñeiro para declararme tamén barcelonés e para crer no futuro que han escribir os que, como Carolina, teñen o camiño por facer:

"Viví un año en Barcelona. No es mucho pero fue suficiente como para que ganase un huequito dentro de mí. A diario contemplo con hastío la polémica que rodea su devenir cotidiano y, como a muchos, confieso que a veces me ronda el "¡Que se vayan ya!". Pero no quiero que se vayan. Yo quiero a Barcelona. La quiero por la gente que tengo allí. La quiero por aquellos con los que emprendí la vida universitaria, por sus calles, sus playas, sus bares, su marcha, sus monumentos, su arte, su aire señorial, su calor abrasante... Todo eso no es de sus políticos, pero menos es vuestro. No tenéis ningún derecho a romper la magia con odio y rencor. Nada ampara lo absurdo de vuestras acciones. No hay dios que pueda mirar con orgullo lo que hacéis. Me da igual si os armaron los yanquis, los rusos o ganasteis las bombas en una tómbola. A quienes estáis matando es a mis vecinos. Yo no quiero fronteras. Odio las banderas, detesto los crímenes que pueden llegar a cometerse en nombre de un trozo de tela. ¿Qué queréis? ¿No os demostramos ya, que no tenemos miedo? Que nuestra libertad es nuestra y la vivimos como nos da la gana...

Cada día recorría varios kilómetros hasta la facultad, rodeada de muchas personas. No soy capaz de hablar de sus rasgos ni sus vestimentas. De lo que sí me acuerdo es del sueño que inundaba el vagón rumbo a vivir nuestra vida. Tal vez alguno de vosotros también iba en ese tren, pero nadie lo sabrá nunca, porque nunca os miramos diferente, porque sabemos bien lo que es salir adelante sacrificando nuestras raíces. Fue en Barcelona donde conviví con un compañero de Egipto del que con vergüenza debo reconocer que no recuerdo el nombre. Íbamos juntos a clases de catalán. Él me enseñó mucho de la cultura árabe. Me explicó que mi segundo nombre, Aldara, podría significar "casera". Fui testigo de su ayuno durante el Ramadán y me descubrió los encantos de una cultura milenaria con charlas que yo recibía como lecciones de horizontes.

Con él recorrí alguna vez las Ramblas. A mí me gustaba pasear por ellas porque sí, mezclarme con los turistas y dejarme seducir por la ciudad que ellos estaban descubriendo. Y esto que acabáis de hacer no va a cambiar lo que yo ni nadie sentimos por ella.

Yo no voy a rezar por Barcelona porque entregar nuestro destino al rezo es lo que nos trajo hasta aquí. Pero sí voy a llorar, por los muertos, por los heridos, por toda la gente que hoy no va a poder dormir y, sobre todo, voy a llorar por el daño que le estáis haciendo a aquellos a quienes decís representar.”
Piñeiro, Antonio
Piñeiro, Antonio


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