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Un regalo sin envoltorio

jueves, 06 de julio de 2017
Acaba de cumplir sesenta años pero dista mucho de ser una persona mayor. Los años han dibujado pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, pero no han robado un ápice del brillo propio de la ilusión, esa que no distingue de edades. Sonríe a menudo, en un gesto tan natural como magnético, aunque no es tanto el gesto como la confianza que transmite lo que hace especial a su sonrisa. Disfruta conversando pero, en un mundo que parece girar cada vez más deprisa, ella prefiere dar prioridad a las pausas, a las comas, a los punto y seguido. Una de esas personas que te regala su tiempo, que escucha más que habla, como si todo lo demás pudiese esperar.

Después de tantos años sigue sorprendiéndose con esas preguntas que, si uno cerrase los ojos y pudiese no escuchar la voz infantil que las formula, atribuiría sin pensarlo al más lúcido de los intelectuales. Esas cuestiones que, cual pregunta socrática, se le presentan a uno horas después de la jornada lectiva, lejos del bullicio propio de la enseñanza, y le recuerdan en tono casi irónico que la palabra desconexión y docencia nunca hicieron buenas migas.

Su actitud es un homenaje al carpe diem, una lección de cómo dar prioridad al momento presente. Y su presente está lleno de vida, alimentada en gran parte por dos pasiones que parecen atraparla: los libros y los viajes. Los primeros alimentan su imaginación, los segundos su curiosidad. Cuando habla de ellos sus ojos parecen regresar de nuevo al final inesperado de alguna novela o al principio más que esperado de un gran viaje. Esa actitud de lector insaciable, de viajante apasionado, turista que se deja sorprender, parece aplicarla a su vida. Una turista de la vida, ese podría ser un buen título para su biografía.

Posee la inteligencia del que aprende algo de cada persona que pasa por su vida, de los que se dejan conocer y de los que obligan a conquistar, de los que aparentan y no son y de los que resultan ser lo que aparentan. Cada una de esas miradas, de esos aprendizajes, le ha ayudado a aligerar la mochila de prejuicios y a dejar sitio a las experiencias, eso que, según dicen, es al fin y al cabo lo que nos llevamos.

Trabajar a su lado podría definirse como uno de esos regalos con los que a veces la vida te sorprende y no sabes bien cómo agradecer. Un regalo que te enseña aquello que ninguna universidad, ningún libro, pudo enseñarte nunca. ¿Acaso algún texto puede enseñarte a ser valiente, o a respetar lo que haces?, ¿y a decir b aunque todos digan a? Esas preguntas para las que ella sí tiene respuesta, aunque no lo sepa, convierten ese regalo en especial; un regalo que uno llevará consigo mientras se atreva a mirar la vida, al menos durante un instante, del modo en que ella lo hace.
Riera, Martiño
Riera, Martiño


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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