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Carta a mi padre

miércoles, 28 de junio de 2017
“...Que tenemos que hablar de tantas cosas,
compañero del alma, compañero...”

M. Hernández

Sé que estás en algún lugar, Gallego de A Touza, hijo pródigo de las tierras rumorosas de Santa María de Vilaquinte.

Te escribo, en esta tarde cálida de diciembre austral porque me haces falta, ahora que me vuelvo viejo y voy acercándome a tus años, como un salmón que remonta la corriente hacia la fontana de su nacimiento, que fue en Chile, como bien sabes, aunque la imaginación me lleve a intuir mi nacencia en ese lugar mítico que es la Casa, donde moran las eternas golondrinas de tu infancia...

¿Dónde estás, Padre?, ¿en qué sendas cantan hoy tus pasos sobre la hierba?, ¿en cuáles aguas bañas tu cuerpo ávido de amores?

Nadie me responde, sino el eco de mi propia nostalgia...

Te evoco de pie, junto a la mesa familiar, moviéndote de un lado a otro, como si fueras un incansable peregrino, o un viajero a punto de partir hacia mares remotos... Te recuerdo en medio del jardín, regando la tierra con el agua salada de tu sudor, buscando con los ojos esos verdes infinitos de tus sueños, que dejaras
atrás, a tu pesar, cuando despedías los lares infantiles para sumergirte en este cotidiano desgarrarse que nos lleva, implacable y sordo, hacia el último de los caminos...

Pero algo había en ti que nos llamaba a la esperanza, un optimismo hondo, como grito secular de la estirpe, cauce de todos los que viven en nosotros y hablan por nuestra boca con la fuerza de ese viejo Reino de Galicia, donde la Fe de los antiguos es como el alma del granito...

Padre, quiero recordarte que nuestra Madre Fresia va a cumplir, en algunos meses más, sus noventa y seis fructíferos años... Ella es el fuego encendido en el hogar, el pan nuestro y el canto propicio del agua... Tendrás que estar con nosotros, como antes, con un libro abierto entre las manos, o alzando una copa de rojo vino
para oficiar los ritos de la mesa, donde aprendimos a comer y a conversar, donde supimos, por la voz diáfana de Mamá, que el valor de las palabras era el mejor regalo de todos los afanes.

Ojalá llegue a tiempo esta carta... Espero que sí, porque mientras escribo, siento junto a mí tu callada presencia, como la sombra benéfica de un viejo carvallo.

Padre, todos están sentados a la mesa y tenemos que hablar; son tantas las conversaciones que se quedaron mudas cuando partiste.

Te abraza tu hijo,

P.S. El año venidero será Año Jubilar en Galicia; quizá vaya y te busque y te halle, no sé si en la fuente vieja o bajo el alero del oeste, donde aún anidan tus golondrinas estrelladas... Hace unos días pasé por calle Vivaceta con El Olivo. Solo queda, enhiesta como vieja dama que no se rinde, la araucaria que flanqueaba el pozo, detrás del cuarto de las monturas, en el alero sur, la última casa que ocuparon los Díaz-Moure, poco antes de la clausura definitiva de Chacra El Olivo.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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