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Los cambios y errores vividos

jueves, 19 de enero de 2017
Por los años sesenta del pasado siglo, nosotros, jóvenes, vivíamos en una España dictatorial y en una sociedad dividida entre ganadores y vencidos. La educación estaba impregnada de Nacional Catolicismo, una connivencia de la Iglesia con el Régimen increíble, pero cierta. Los empleos públicos estaban copados y controlados por los vencedores, que de esta manera eran recompensados por los servicios prestados. Acceder a la mayoría de empleos implicaba aceptar los principios fundamentales del Movimiento, que venía a ser el ejército civil y dinamizador de una juventud como la nuestra. Si un joven quería jugar a alguna cosa, realizar pequeñas excursiones a pueblos vecinos o participar en una rondalla, por ejemplo, implicaba seguir las directrices de los mandos de la Falange.

En la educación, cuyos contenidos pueden observarse en los libros de la época, la estricta disciplina implicaba la paliza, la bofetada o cualquier otra actuación violenta que hoy resultarían impensables. El temor, máxime si procedías de familia de vencidos, formaba parte del paquete que suponía, en la familias humildes, un alimentación y un vestimenta tan deficiente como ir descalzo al colegio o realizar en los comedores escolares la única comida caliente. Desde la perspectiva actual, aquella era una sociedad de abuso, de displicencia de parte de los poderosos, embrutecida como consecuencia de la incivil Guerra, complaciente y permisiva con unos y resignada y marginada con otros. Pobre era la mayoría, y curiosamente muy solidaria, y silenciada por el miedo…que todavía continúa.

Hoy se esconde la verdad, que requiere salir a la luz pública, superando odios y rencores, para rematar una situación que jamás debió producirse y así abrir los ojos a las nuevas generaciones para que nunca se repita.

En la escuela, además de levantarse, rezar o cantar el “Cara al Sol” falangista, la disciplina consistía en obedecer al maestro en todo momento. Este se atenía básicamente al libro de texto y sólo los más osados eran innovadores en la didáctica. De aquellos tiempos recuerdo que había una asignatura, de las llamadas marías, que se llamaba Urbanidad- yo la cursaba en el Seminario de Mondoñedo en lo que sería el equivalente a la Eso actual-que nos hablaba del comportamiento social: higiene personal y ambiental, uso correcto y respetuoso del idioma, saber estar en espacios públicos y privados, respeto a los mayores…Cosas que ni siquiera se estudiaban en los institutos, pero que los padres, en general, se encargaban de que sus hijos poseyeran porque sabían el valor de tal comportamiento. Era lo mismo que ocurría con el dominio del castellano: una puerta abierta para el futuro. Así lo veían ellos. Después, la realidad, demostró que el gallego es el idioma de Galicia, por más que a algunos todavía les moleste.

Paradójicamente, yo escribo en castellano, por creer que me expreso mejor, no por otra razón. Mi defensa del gallego consta en otros escritos y nadie dude de mi amor por él.

En este contexto, conviene observar ahora los cambios de una sociedad que, en teoría, debieran ser de progreso. Sin duda la democracia implicó superar, o al menos mejorar, aquellas divisiones de clases sociales y las posiciones ideológicas. Hoy hay partidos y libertad de expresión y militancia. Hoy la iglesia se ha retirado del colaboracionismo y está pagando las consecuencias de su error. Cierto es que ni la Democracia se ha consolidado del todo, así como que la Iglesia no ha perdido sus privilegios como sería deseable, pero sin duda los cambios son muchos y evidentes: además de la apertura política, lo que implica un mayor control de toda la sociedad, hoy un joven de aquella edad es educado con mayores libertades, en una atmósfera de respeto, con control del profesorado, y con unos medios tecnológicos que le permiten comprobar las verdades que entonces eran axiomáticas. Por suerte, aun siendo conscientes del paro y sabiendo de las necesidades de algunas familias, el hambre parece superada, así como las necesidades de ropa o calzado.

Ciertamente, hay aspectos que son incomparables: la sanidad, entonces privada o en manos de persona caritativas; la seguridad social inexistente o incipiente lo que implicaba no cobrar pensión; la dependencia en manos de la familia o en asilos… ¡Eran tantas cosas y tan diferentes!
Pero soñábamos y luchábamos por cambiar aquel mundo que no nos gustaba. Y lo hacíamos como mejor entendíamos y podíamos. Ciertamente hubo egoístas y cómodos, pero también valientes y generosos- a algunos les costó la vida-y en ese camino hemos llegado hasta hoy.

Resulta clásico que los viejos reprochemos a los jóvenes perder cosas buenas que hemos disfrutado, y que ellos parecen despreciar, como la misma urbanidad citada anteriormente; pero sé que ahora también hay jóvenes educados, entre una mayoría de lenguaje soez; que muchos se aplican en tareas solidarias como ONGS, antes desconocidas; estudiantes que ayudan a los sin techo y los cobijan y ayudan en estos días de frío intenso; muchachos que organizan actividades para disfrute de los demás y que a nosotros nos organizaba el Frente de Juventudes…Ciertamente los tiempos son otros, los sueños son otros…pero nunca hay que olvidar que nada se nos da sin esfuerzo y constancia. Y la lucha nunca termina.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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